Por: @CamiNogales
Esta frase del escritor Mario Mendoza, en una entrevista a mi compañero de la universidad y colega, Jairo Patiño, en la presentación de su libro ‘Leer es resistir’, me quedó sonando. Él habla de las redes sociales y de la positividad tóxica a la que estamos expuestos a diario: “Las redes sociales es un mundo en el que tengo que estar muy pendiente de mí, cuánta gente me dio like, cuánta gente me escribió, cuánta gente me respondió acá, qué me dijeron, yo en Twitter, yo en Instagram, yo en Facebook…yo, yo, yo, yo…selfie, selfie, selfie, yo aquí en el restaurante ‘tal’, yo de vacaciones, y ese pronombre personal de la primera persona del singular se nos ha vuelto un monstruo de narcisismo exagerado…”
Sobre el segundo tema, contenido central de este post, asegura que “el establecimiento te manda mensajes todo el tiempo de una positividad tóxica. Entonces tienes que triunfar, ser exitoso, lograr cosas en la vida. Desde por la mañana te levantas mirando frases positivas sobre cómo lograrlo, tú vales mucho, cómo mejoras tu autoestima…y resulta que la vida no es eso, la vida es una suma de cosas. Entre esas, hay cosas de positivismo, chévere, pero la vida muchas veces es enfermedad, dolor, fracaso, muerte, silencio, duelo. Hay una cantidad de sentimientos, emociones que no están mal, que son parte de la condición humana y no hay porque estarlas negando…yo no tengo por qué ser feliz todo el tiempo, no tengo por qué llegar a la empresa y ser el entusiasta, sonriente, que siempre está bien, el que nunca se deprime, eso no está bien. No está mal estar mal. Uno tiene ese derecho. No está mal llorar, no está mal deprimirnos, es un mundo muy duro, todo eso ha generado una patología, un exceso de ese pronombre personal”.
Me tomé el trabajo de transcribir estos apartes porque me identifico totalmente con lo que dice el escritor. Estoy aburrida de esta ‘superioridad moral’ de esas personas que promueven la mal llamada ‘espiritualidad'. Esto lo afirmo a pesar de que todos los días, desde hace muchos años, trabajo en mí. Ha sido algo íntimo y muy doloroso, que no se reduce a repetir frases superfluas, para atraer la abundancia, entre otras, promovidas por los 'gurús' de este positivismo.
De acuerdo con mi
experiencia, el camino para sanar no está en repetir que soy próspera, hermosa y feliz. Ese camino empieza con
la búsqueda de la raíz de los problemas o enfermedades, físicas y mentales, proceso que debe ser guiado por un terapeuta.
Por lo general, se originan en situaciones traumáticas que el subconsciente borra para evitar dicho dolor. Parte del proceso de sanación consiste en revivirlas, sentirlas, llorarlas y odiarlas, nuevamente, para concientizarlas. Estoy segura de que lo más fácil sería escoger el camino de la superficialidad, ese que no conduce a ningún lado porque las heridas siguen abiertas, pero escondidas, detrás de una ‘falsa’ positividad.
Este movimiento es similar al de una secta a la que no puede ingresar ningún ser humano que sienta una emoción negativa. El fanatismo lleva a la intolerancia y, en un mundo de seres humanos diferentes, no podemos estar peleando con el que no piensa igual; sino, por el contrario, aprendiendo de las diferencias. El argumento para alejarse de quien no comparta ese pensamiento es que ese ser humano vibra en una frecuencia inferior. Yo me pregunto, ¿quiénes somos nosotros para juzgar y decir quién ‘vibra alto’ y quién ‘vibra bajo’?
Como soy un ser humano, no un ser de luz, ni levito, ni nada parecido, a pesar de tratar de superarme, confieso que a veces no lo logro, me estanco, me deprimo, me dan crisis de ansiedad, que tengo que enfrentar y, cuando se agudizan, debo acudir a ayuda profesional. De lo que sí estoy segura es que estas circunstancias no me hacen ser inferior a nadie.
Las palabras de Mendoza son
contundentes. Así como hay momentos de felicidad, hay tragedias; etapas de
prosperidad y a veces de pobreza; de salud y enfermedad que no se solucionan
con un libro, una frase o una visualización. Es la vida. Por eso, al igual que
este escritor, yo estoy totalmente de acuerdo en que “no está mal estar mal”.
Los más grandes aprendizajes de la vida vienen de los momentos más difíciles, y así como existe la oscuridad también existe la luz.