Por: @CamiNogales
Una tarde de cuarentena, de esas en las que lo único que cambiaba era el día, recibí un mensaje de una amiga que contenía una carta escrita, de mi puño y letra, con fecha del 30 de enero de 1997, época en la que no existía el correo electrónico y, por lo tanto, era necesario acudir al correo tradicional para enviarla.
La curiosidad que despertó esta correspondencia no radica en este medio prehistórico por el cual fue enviada, sino en el contenido de la misma. El mayor problema que enfrentaba en esa época, de acuerdo con lo escrito, era mi horario universitario: “me quedó horrible, es todo el día metida allá hasta las 6:00 p.m.”
Leí este texto, en medio de una cuarentena estricta como consecuencia de la pandemia, mientras buscaba los documentos para mi declaración de renta, después de cinco meses de desempleo, y me conmoví pensando en esa pobre niña que debía pasar todo un día en la universidad. Definitivamente, hay gente a la que le ha tocado muy duro en la vida.
Sin embargo, esto es secundario. La verdadera razón que me motivó a escribir este post fue la siguiente afirmación: “bueno, de hombres le cuento que todo sigue igual. No hay nadie, ni un proyecto, ni nada que se le parezca, sigo siendo la misma solterona. No se preocupe que soy fiel al pacto que hicimos”.
¡Al pacto! ¡¿Cuál pacto?! Hasta donde tengo uso de razón jamás he hecho un pacto con nadie. Apenas leí esta parte de la carta, le reclamé, airosamente, a mi amiga. Creería que ella se aprovechó de mis debilidades y me hizo firmar, en estado de inconsciencia, un pacto, en contra de mi voluntad, que ahora me tiene jodida.
Cómo hago para deshacer ese pacto si ella niega acordarse del momento en que ocurrió. ¿Dónde lo firmamos? ¿Sería en la Notaría 11, 12, 20…qué se yo? ¿Fue un pacto ante Dios? ¿O fue con el diablo? Dudo que un pacto de sangre por mi escasa tolerancia a este líquido. ¡Me urge saberlo!
Entretanto, esta carta me esclareció muchas dudas. Todos mis errores del pasado conducen a cumplir, cabalmente, este trato porque, antes que profesional, hija, hermana y amiga, soy una mujer que cumple con su palabra. Trabajé fuertemente para serlo y como siempre logro lo que quiero, esta vez no podría ser distinto.
Mi amiga, por lo visto, también ha cumplido el pacto a cabalidad. Ella me responsabilizó de su infortunio, pero como nos conocemos de toda la vida, tengo la seguridad de que ella fue la artífice del dichoso acuerdo. Ahora lo quiere deshacer, pero, si nos hubiéramos dado cuenta años atrás, la memoria habría sido nuestra aliada en esa búsqueda. Lamento reconocer que, a estas alturas del partido, ya no lo es.
No recordamos quién más firmó este documento, aunque tenemos serias sospechas y evidencias al respecto. Lo que sí tenemos claro es quiénes no lo hicieron y nos dejaron a la deriva por la vida.
Este es un servicio social. Si alguien llega a encontrar este documento histórico que, por pertenecer a otra etapa de la vida, no está en Google, le pido el favor me lo haga llegar a mi, no a este personaje que dice ser mi amiga porque demostró todo lo contrario, aprovechándose de mi vulnerabilidad para cometer un acto tan vil.
Si debo pagar una póliza por incumplimiento, lo hago ipso facto. De lo contrario, cuando me pregunten por mi estado civil, argumentaré que obedece a la firma de un pacto, suscrito durante mi juventud, y como mujer coherente, fiel a mis principios, promesas y acuerdos, lo estoy cumpliendo al pie de la letra.