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viernes, 3 de julio de 2020

La Maldita Cuarentena



Por: @CamiNogales



Si leyeron el título con la música de La Maldita Primavera de Yuri lamento decirles que, al igual que yo, son población en riesgo por covid 19. Necesité más de 100 días de cuarentena para asimilar lo que ha ocurrido en este tiempo. Antes no era capaz de escribir porque estaba como los alcohólicos, sobreviviendo un día a la vez. 

No sé en qué momento nos pasó todo esto, me acuerdo que, con mi mamá, veíamos las noticias de la Operación Regreso a Casa que traería a unos colombianos que estaban en China, donde se originó el virus, y nunca me sentí aludida porque era problema de otro continente. Además, tampoco entendía la gravedad del coronavirus.  


Cuando la Organización Mundial de la Salud, OMS, dijo que se trataba de una pandemia, me tocó acudir al diccionario de la Real Academia Española, RAE, y, a pesar de leer su significado: “enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región”, tampoco comprendí la magnitud del mismo. 


El 6 de marzo se conoció el primer caso de un infectado en Colombia,  me pareció “tenaz”, pero más allá de eso, mi vida seguía igual. Iba al gym toda la mañana sin ningún tipo de protección y mi rutina era la de una desempleada normal que, en las tardes, salía sola a tomarme un té chai o matcha, mirando al infinito. De repente, todo empezó a cambiar, el gimnasio cada vez más solo, la gente compraba papel higiénico como loca, se acabó el jabón y el antibacterial en los supermercados. Esas actitudes son más contagiosas que cualquier virus porque, aunque tenía jabón y papel suficiente en mi casa, me asusté y salí a comprar. 


Quedaban pocos días de inscripción al gym, iba a renovar un año, pero preferí esperar porque el ambiente se empezaba a enrarecer. Sentí miedo porque yo cojo cuanto virus hay en la calle, literal y metafóricamente hablando. Los que me conocen, saben a lo que me refiero. 


Opté por hacer ejercicio en la casa y al día siguiente todos los gimnasios cerraron. Conseguí empleo, me pidieron papeles, los llevé, y a los tres días, el 19 de marzo, comenzó el simulacro, que empezaba un viernes y se acababa el lunes. Hasta ahí no había tanto problema, me estresé pensando en qué sería de mi proceso laboral, pero pues eran solo tres días, por lo tanto, compré un libro y exploré distintas formas de entrenar en la casa. 


Luego, el Gobierno Nacional anunció una cuarentena que empezaría el miércoles siguiente. No me acuerdo, en principio, hasta cuándo, solo recuerdo que me dio una crisis nerviosa y un ataque de claustrofobia como los que se sienten en los ascensores viejos cuando van más llenos que Transmilenio. Pensé que no resistiría el encierro y que, probablemente, terminaría más ‘tostada’ que antes. 


Lo que no pudo mi familia, a mis 13 años, lo logró una pandemia: encerrarme. Sin embargo, tenía la esperanza de salir el martes a hacer muchas vueltas para prepararme, pero, por obvias razones, el Gobierno tuvo que anticipar un día la cuarentena porque había muchas ‘Camilas’ pensando en hacer lo mismo. 


En ese momento aparecieron los ‘senseis’ de la cuarentena a decir cómo debería pasar esos  días. Hacer ejercicio, cocinar, estudiar, reencontrarse con uno mismo, trabajar en crecimiento espiritual, meditar, leer, escribir, hacer yoga…yo sí creo que si uno tuviera cabeza este tiempo habría servido para mucho, pude haber escrito la segunda parte del Nuevo Testamento, pero mi cabeza solo daba para intentar entender lo que pasaba, recuperarme del insomnio y empezar un día más, que, a la vez, era un día menos. 


Lo único productivo que hacía era leer el periódico, hacer ejercicio, grabar Tik Toks y ya no me acuerdo cómo transcurrían esos días. Procuraba ir pocas veces a comprar comida porque la energía de afuera me deprimía. Solo se veían ojos miedosos evadiéndonos los unos a los otros. Con ese tapabocas y esas pintas con las que salía de la casa no se sabía, a ciencia cierta, si uno iba a comprar leche o a robar un banco. 


El día más movido fue mi cumpleaños (Leer Cumplir años en tiempos de coronavirus ). 
Al principio, me divertía cogiendo todo lo que encontraba para reemplazar a las pesas: molcajete, jabones para lavar y suavizantes, entre otros. Grababa historias en Instagram para mostrar lo creativa que era y, como todo era novedoso, me divertía. Me encantaba ver conciertos online, pero confieso que hoy ya estoy saturada. ¡Extraño la vida real! Hace falta un ayuno tecnológico para desintoxicarse, algo imposible de cumplir por ahora porque la vida ya no es real, sino virtual. Estoy aburrida de conocerle la casa a todo el mundo: cantantes, presentadores, periodistas...y extraño ir a mi lugar de culto: el gym. 

Descubrí, con base en mi propia experiencia, el significado de la palabra ciclotimia, término usado para describir un estado mental en el que se pasa de la felicidad completa a la mayor depresión; del optimismo, a la desesperanza, y de la tristeza a la alegría. Todo esto, en un lapso no mayor a 24 horas. 


Ya ni recuerdo cuántas veces me ha dado coronavirus en estos días. He sentido que me duele la garganta, que tengo fiebre, dolor de cabeza y de cuerpo, vértigo, pero, afortunadamente, no han pasado de ser ataques hipocondriacos. Somatizo cada paso de este duelo que me impide creer que la vida se haya detenido.  

Felicito a los que han llevado la cuarentena de manera productiva, creando nuevos emprendimientos. Después de un tiempo,  tuve que entrar en esa tónica porque, milagrosamente, en medio de una pandemia universal, empecé a trabajar, lo que debo agradecer infinitamente, en un país con una tasa de desempleo de 21.4%. 


Nunca pensé que llegara julio y, aunque tenemos más libertades, como decía un amigo, "aquí estamos y aquí nos quedamos". Uno se termina acostumbrando a esta ‘maldita cuarentena’ y lo peor es el temor que produce recuperar algo de la normalidad anterior. Esa desconfianza en el otro, independientemente de los afectos, porque partimos de la premisa que “todos estamos contagiados hasta que no demostremos lo contrario”, es lo más jodido de todo. 


Cada uno ha procesado todo esto de modo diferente, pero lo que sí dudo, como escuchaba por ahí y creo que también lo repetí, es que el mundo cambiará y seremos mejores personas. Lo que percibo, en redes sociales, es que, a veces somos iguales que antes y, otras veces, peores. Fernando Savater lo resumió en una frase, con la que me siento identificada: "no creo que vayamos a salir más fuertes, ni más buenos, solo más pobres". 


Recuerden que lo que más nos falla es la memoria y cuando esto pase, lo olvidaremos. Lo que sí hay que valorar y agradecer todos los días es que, aburridos o felices, productivos o improductivos, buenas o malas personas, bonitos o feos, fit o fat, seguimos vivos y dando lora.