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viernes, 6 de noviembre de 2020

El ladrón juzga por su condición

 



Por: @CamiNogales

Parece que es algo innato juzgar al prójimo. No he conocido al primer ser humano que no incurra en esta práctica. Esta mala costumbre se debe a que, en nuestro concepto, nosotros sí lo hacemos todo bien; pero los demás, no. 

A pesar de que estamos en plena pandemia, pobre el que se contagia de Covid. Más demora en contar su desgracia que en ser juzgado porque la culpa no es del virus, sino de quien lo contrae. Lo triste es que a nadie, salvo algunos familiares, le importa cómo está realmente de salud o si se le ofrece algo, sino la razón por la cual, de acuerdo con estos jueces implacables, buscó y encontró la enfermedad. 

Otra muy común es la del robo de celular o la bicicleta. Obviamente a la víctima le dicen “lo siento mucho”, “lo importante es que está bien, lo material se recupera” bla, bla, bla…pero al hablar con otra persona, se le acusa por sacar el celular en la calle o ‘irse hasta por allá en bicicleta’. ‘Quién le manda’ es la típica frase que se escucha, atribuyéndole la responsabilidad del hecho. Acá no existe el derecho a sacar sus pertenencias porque qué pena con el ladrón por darle semejante papayazo. 

Es como a ese niño vago de la casa, al que su entorno lo juzga por su vagancia, en lugar de preguntarse cuál es la causa con el fin de apoyarlo y resolverla. Pero ocurre lo contrario, lo estigmatizan y el problema, lejos de solucionarse, se agudiza. 

Para muchos de estos jueces, cuando le pegan a una mujer, la culpable es ella por dejarse maltratar o porque algo tuvo que hacer para merecerlo. El agresor, por su parte, no tuvo otra alternativa. Qué pena con el señor ‘golpeador’ porque era más fuerte y su víctima no pudo detenerlo con tres puños. 

Los jueces ‘espirituales’, paradójicamente, son inclementes con el enjuiciado que, por no emular sus actuaciones, merecen todo lo malo que les ocurre y son indignos de su compasión. Justifican una supuesta superioridad que, contrario a lo que creen, demuestra que adolecen de falta de esa espiritualidad que tanto predican.  

En Colombia le echan la culpa a los petristas y a los uribistas de juzgarse los unos a los otros lo que ha desencadenado la polarización política, pero esto es solo un reflejo de lo que somos porque, en esta dinámica de juicios, el que no es como uno, está contra uno. Inteligentes nosotros que votamos por 'X' y brutos los que lo hicieron por 'Y' y así ocurre en todos los ámbitos. Esa es la razón por la que existen feministas y, al mismo tiempo, feminazis. El vegano juzga al carnívoro y viceversa. Se convierte en una dinámica infinita y un círculo vicioso en el que los matices desaparecen. 

Este juez interno es el que impide ver la belleza de alguien sin un ‘pero’ de por medio para referirse a este defecto que va precedido de un ‘en cambio yo’ o un ‘menos mal yo’. Lo que está detrás es la celebración de nuestra supuesta superioridad, a través de la desgracia ajena. 

Yo tampoco me he quedado atrás y he juzgado sin contemplación porque este juez interno nos traiciona con su delirio de perfección. Es ejemplar, único y digno de imitar por el resto de la humanidad que se merece cada una de sus desgracias y se aparece en forma de director técnico, politólogo, psicólogo, nutricionista, crítico de cine y de música, escritor, guía espiritual y de una superioridad moral a toda prueba… en fin, somos nosotros los dueños de la verdad absoluta, de la que el resto de la humanidad carece. 

Pero, en esta dinámica de yo sí y tú no, se nos olvida algo muy importante: que el ladrón juzga por su condición. 



lunes, 31 de agosto de 2020

El Pacto

 


Por: @CamiNogales


Una tarde de cuarentena, de esas en las que lo único que cambiaba era el día, recibí un mensaje de una amiga que contenía una carta escrita, de mi puño y letra, con fecha del 30 de enero de 1997, época en la que no existía el correo electrónico y, por lo tanto, era necesario acudir al correo tradicional para enviarla.  

La curiosidad que despertó esta correspondencia no radica en este medio prehistórico por el cual fue enviada, sino en el contenido de la misma. El mayor problema que enfrentaba en esa época, de acuerdo con lo escrito, era mi horario universitario: “me quedó horrible, es todo el día metida allá hasta las 6:00 p.m.” 

Leí este texto, en medio de una cuarentena estricta como consecuencia de la pandemia, mientras buscaba los documentos para mi declaración de renta, después de cinco meses de desempleo, y me conmoví pensando en esa pobre niña que debía pasar todo un día en la universidad. Definitivamente, hay gente a la que le ha tocado muy duro en la vida. 

Sin embargo, esto es secundario. La verdadera razón que me motivó a escribir este post fue la siguiente afirmación: “bueno, de hombres le cuento que todo sigue igual. No hay nadie, ni un proyecto, ni nada que se le parezca, sigo siendo la misma solterona. No se preocupe que soy fiel al pacto que hicimos”. 

¡Al pacto! ¡¿Cuál pacto?! Hasta donde tengo uso de razón jamás he hecho un pacto con nadie. Apenas leí esta parte de la carta, le reclamé, airosamente, a mi amiga. Creería que ella se aprovechó de mis debilidades y me hizo firmar, en estado de inconsciencia, un pacto, en contra de mi voluntad, que ahora me tiene jodida. 

Cómo hago para deshacer ese pacto si ella niega acordarse del momento en que ocurrió. ¿Dónde lo firmamos? ¿Sería en la Notaría 11, 12, 20…qué se yo? ¿Fue un pacto ante Dios? ¿O fue con el diablo? Dudo que un pacto de sangre por mi escasa tolerancia a este líquido.  ¡Me urge saberlo!

Entretanto, esta carta me esclareció muchas dudas. Todos mis errores del pasado conducen a cumplir, cabalmente, este trato porque, antes que profesional, hija, hermana y amiga, soy una mujer que cumple con su palabra. Trabajé fuertemente para serlo y como siempre logro lo que quiero, esta vez no podría ser distinto. 

Mi amiga, por lo visto, también ha cumplido el pacto a cabalidad. Ella me responsabilizó de su infortunio, pero como nos conocemos de toda la vida, tengo la seguridad de que ella fue la artífice del dichoso acuerdo. Ahora lo quiere deshacer, pero, si nos hubiéramos dado cuenta años atrás, la memoria habría sido nuestra aliada en esa búsqueda. Lamento reconocer que, a estas alturas del partido, ya no lo es. 

No recordamos quién más firmó este documento, aunque tenemos serias sospechas y evidencias al respecto. Lo que sí tenemos claro es quiénes no lo hicieron y nos dejaron a la deriva por la vida. 

Este es un servicio social. Si alguien llega a encontrar este documento histórico que, por pertenecer a otra etapa de la vida, no está en Google, le pido el favor me lo haga llegar a mi, no a este personaje que dice ser mi amiga porque demostró todo lo contrario, aprovechándose de mi vulnerabilidad para cometer un acto tan vil. 

Si debo pagar una póliza por incumplimiento, lo hago ipso facto.  De lo contrario, cuando me pregunten por mi estado civil, argumentaré que obedece a la firma de un pacto, suscrito durante mi juventud, y como mujer coherente, fiel a mis principios, promesas y acuerdos, lo estoy cumpliendo al pie de la letra. 



lunes, 17 de agosto de 2020

Ventajas de la pandemia

 


Por: @CamiNogales


Hoy es día 142 de cuarentena y el tercero de otra cuarentena estricta en la localidad que vivo y, a pesar del cansancio que me causa este encierro, me referiré a los aspectos positivos que ha traído consigo esta coyuntura a mi vida. Probablemente les hablo desde la perspectiva de una persona que contrajo el 'Síndrome de la Cabaña' y que salir a comprar los productos de la canasta familiar le produce física pereza y paranoia de imaginar que cada una de sus compras ha sido manoseada por varios seres humanos. 

A pesar de los daños colaterales a la salud mental causadas por estas circunstancias, trabajar en la casa es lo mejor. No hay que pensar en qué ponerse, el uniforme de trabajo, que es igual al de una entrenadora de un gimnasio, puede utilizarse a lo largo de toda la semana. Tampoco hay que manejar, enfrentarse a los trancones diarios, ni subirse a un Transmilenio con el afán de llegar a tiempo porque la oficina actual está ubicada a tan solo 30 segundos de la cama. No se corre el riesgo de subirse, en días de lluvia, a ese inhumano transporte público, para ser espichado y tener que agarrarse de esos tubos contaminados, so pena de caerse, y con las ventanas cerradas, respirando el poco aire que circula, lleno de gérmenes propios y ajenos. 

En caso de reunión virtual, se acude al maquillaje, accesorios, prenda posterior favorita y leggings de gimnasio o pantalones de pijama, según el caso. El truco está en permanecer sentado y atento, mientras la cámara está encendida. De lo contrario, se pueden llevar a cabo actividades paralelas, revisando, cada segundo, que el micrófono y la cámara estén apagadas para evitar repetir experiencias incómodas. 

Ya no tengo que aguantar frío, temprano en la mañana, camino al gimnasio, porque ahora me queda, literalmente, a un paso de la cama. En este pequeño rincón, donde entreno a diario, no corro el riesgo de adquirir esos virus que, antes de la pandemia, me atacaban, por lo menos, una vez al mes. 

El único compromiso con el que debo cumplir es con el trabajo. Ya no es necesario dedicar parte de mi tiempo a crear e inventar excusas para justificar mi inasistencia a eventos sociales, a los que tanto les huyo, seguramente como consecuencia de mis excesos de juventud. 

Ni siquiera estoy expuesta a los besos babosos de algunos desagradables, ni a estrechar manos sudorosas ajenas. Cuando me presentan a alguien, ya tengo claro cómo saludarlo, pues el beso y la mano quedaron descartados totalmente; aunque, para ser honesta, difícilmente he conocido a alguien durante esta pandemia. 

Antes uno iba a un baño y nunca encontraba jabón, ni antibacterial. Lavarse las manos no era la práctica más limpia porque los grifos permanecían sucios. Ahora, en todo lugar, como parte de los protocolos de bioseguridad, desinfectan constantemente las áreas de uso común. Este es un deber ser, con o sin pandemia. 

En las filas nadie se atreve a acercarse a entablar conversaciones basadas en el clima, la hora o la afluencia del lugar. Esta pandemia también nos salva a los que odiamos compartir nuestra comida. Ya no toca darle un pedacito de nada a nadie. 

Ahora soy más lúcida para trabajar y mi mejor compañera de trabajo porque hablo sola, me hago reír y nunca me contradigo en nada. Aunque mi oficina está a diez pasos de la cama, a veces adapto este espacio para no tener que caminar y la convierto en un acogedor y somnoliento espacio laboral. 

Por lo general, las oficinas están adecuadas para que, desde el momento en que uno llega, se quiere ir. En cambio de esta no quiero salir. La desventaja es que odio hacer oficio y no permanece tan reluciente como quisiera, producto de mi animadversión y poco talento para llevar a cabo dicha actividad. 

Ya no me preocupo si, en el trabajo, debo cubrir varios eventos simultáneamente. No es necesario salir corriendo de un lado otro y llegar sudado, estresado y afanado. Solo hay que hacer click en otra ventana y el problema queda resuelto. Canto y bailo cuando quiero sin que nadie juzgue mi voz, ni mis pasos ochenteros. 

Aunque al principio era reacia al uso del tapabocas, porque, además de parecerme antiestético, me sentía ahogada detrás de ese pedazo de tela que se asemeja a un bozal, me quedó gustando. Puedo hablar y cantar, mientras camino en la calle, sin que nadie me escuche, y ya no corro el riesgo de ser salpicada por el protagonista de una historia que, al narrarla, de la emoción, baña a sus interlocutores. 

No vivir un caos diario en la calle me hace feliz. Pero realmente no sé si estoy feliz o mi salud mental se perjudicó más por cuenta de esta prolongada cuarentena. Es muy posible que así sea. Si bien esta coyuntura me generó una conciencia de los virus, de la que adolecí siempre, soplar las velas en un ponqué quedó descartado totalmente de mi vida, así como organizar una reunión con muchas personas y poner una tabla de quesos, maní o pasabocas para compartir. 

Otra práctica erradicada definitivamente es el famoso “mugre que no mata, engorda” porque ahora puedo constatar que el mugre sí mata y también engorda. Volver a socializar me costará mucho trabajo ya que prestaré más atención a cada movimiento que el prójimo haga en detrimento del ambiente que compartimos y pasará, a un segundo plano, el tema de la conversación. ¡Cosas de la pandemia!




viernes, 3 de julio de 2020

La Maldita Cuarentena



Por: @CamiNogales



Si leyeron el título con la música de La Maldita Primavera de Yuri lamento decirles que, al igual que yo, son población en riesgo por covid 19. Necesité más de 100 días de cuarentena para asimilar lo que ha ocurrido en este tiempo. Antes no era capaz de escribir porque estaba como los alcohólicos, sobreviviendo un día a la vez. 

No sé en qué momento nos pasó todo esto, me acuerdo que, con mi mamá, veíamos las noticias de la Operación Regreso a Casa que traería a unos colombianos que estaban en China, donde se originó el virus, y nunca me sentí aludida porque era problema de otro continente. Además, tampoco entendía la gravedad del coronavirus.  


Cuando la Organización Mundial de la Salud, OMS, dijo que se trataba de una pandemia, me tocó acudir al diccionario de la Real Academia Española, RAE, y, a pesar de leer su significado: “enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región”, tampoco comprendí la magnitud del mismo. 


El 6 de marzo se conoció el primer caso de un infectado en Colombia,  me pareció “tenaz”, pero más allá de eso, mi vida seguía igual. Iba al gym toda la mañana sin ningún tipo de protección y mi rutina era la de una desempleada normal que, en las tardes, salía sola a tomarme un té chai o matcha, mirando al infinito. De repente, todo empezó a cambiar, el gimnasio cada vez más solo, la gente compraba papel higiénico como loca, se acabó el jabón y el antibacterial en los supermercados. Esas actitudes son más contagiosas que cualquier virus porque, aunque tenía jabón y papel suficiente en mi casa, me asusté y salí a comprar. 


Quedaban pocos días de inscripción al gym, iba a renovar un año, pero preferí esperar porque el ambiente se empezaba a enrarecer. Sentí miedo porque yo cojo cuanto virus hay en la calle, literal y metafóricamente hablando. Los que me conocen, saben a lo que me refiero. 


Opté por hacer ejercicio en la casa y al día siguiente todos los gimnasios cerraron. Conseguí empleo, me pidieron papeles, los llevé, y a los tres días, el 19 de marzo, comenzó el simulacro, que empezaba un viernes y se acababa el lunes. Hasta ahí no había tanto problema, me estresé pensando en qué sería de mi proceso laboral, pero pues eran solo tres días, por lo tanto, compré un libro y exploré distintas formas de entrenar en la casa. 


Luego, el Gobierno Nacional anunció una cuarentena que empezaría el miércoles siguiente. No me acuerdo, en principio, hasta cuándo, solo recuerdo que me dio una crisis nerviosa y un ataque de claustrofobia como los que se sienten en los ascensores viejos cuando van más llenos que Transmilenio. Pensé que no resistiría el encierro y que, probablemente, terminaría más ‘tostada’ que antes. 


Lo que no pudo mi familia, a mis 13 años, lo logró una pandemia: encerrarme. Sin embargo, tenía la esperanza de salir el martes a hacer muchas vueltas para prepararme, pero, por obvias razones, el Gobierno tuvo que anticipar un día la cuarentena porque había muchas ‘Camilas’ pensando en hacer lo mismo. 


En ese momento aparecieron los ‘senseis’ de la cuarentena a decir cómo debería pasar esos  días. Hacer ejercicio, cocinar, estudiar, reencontrarse con uno mismo, trabajar en crecimiento espiritual, meditar, leer, escribir, hacer yoga…yo sí creo que si uno tuviera cabeza este tiempo habría servido para mucho, pude haber escrito la segunda parte del Nuevo Testamento, pero mi cabeza solo daba para intentar entender lo que pasaba, recuperarme del insomnio y empezar un día más, que, a la vez, era un día menos. 


Lo único productivo que hacía era leer el periódico, hacer ejercicio, grabar Tik Toks y ya no me acuerdo cómo transcurrían esos días. Procuraba ir pocas veces a comprar comida porque la energía de afuera me deprimía. Solo se veían ojos miedosos evadiéndonos los unos a los otros. Con ese tapabocas y esas pintas con las que salía de la casa no se sabía, a ciencia cierta, si uno iba a comprar leche o a robar un banco. 


El día más movido fue mi cumpleaños (Leer Cumplir años en tiempos de coronavirus ). 
Al principio, me divertía cogiendo todo lo que encontraba para reemplazar a las pesas: molcajete, jabones para lavar y suavizantes, entre otros. Grababa historias en Instagram para mostrar lo creativa que era y, como todo era novedoso, me divertía. Me encantaba ver conciertos online, pero confieso que hoy ya estoy saturada. ¡Extraño la vida real! Hace falta un ayuno tecnológico para desintoxicarse, algo imposible de cumplir por ahora porque la vida ya no es real, sino virtual. Estoy aburrida de conocerle la casa a todo el mundo: cantantes, presentadores, periodistas...y extraño ir a mi lugar de culto: el gym. 

Descubrí, con base en mi propia experiencia, el significado de la palabra ciclotimia, término usado para describir un estado mental en el que se pasa de la felicidad completa a la mayor depresión; del optimismo, a la desesperanza, y de la tristeza a la alegría. Todo esto, en un lapso no mayor a 24 horas. 


Ya ni recuerdo cuántas veces me ha dado coronavirus en estos días. He sentido que me duele la garganta, que tengo fiebre, dolor de cabeza y de cuerpo, vértigo, pero, afortunadamente, no han pasado de ser ataques hipocondriacos. Somatizo cada paso de este duelo que me impide creer que la vida se haya detenido.  

Felicito a los que han llevado la cuarentena de manera productiva, creando nuevos emprendimientos. Después de un tiempo,  tuve que entrar en esa tónica porque, milagrosamente, en medio de una pandemia universal, empecé a trabajar, lo que debo agradecer infinitamente, en un país con una tasa de desempleo de 21.4%. 


Nunca pensé que llegara julio y, aunque tenemos más libertades, como decía un amigo, "aquí estamos y aquí nos quedamos". Uno se termina acostumbrando a esta ‘maldita cuarentena’ y lo peor es el temor que produce recuperar algo de la normalidad anterior. Esa desconfianza en el otro, independientemente de los afectos, porque partimos de la premisa que “todos estamos contagiados hasta que no demostremos lo contrario”, es lo más jodido de todo. 


Cada uno ha procesado todo esto de modo diferente, pero lo que sí dudo, como escuchaba por ahí y creo que también lo repetí, es que el mundo cambiará y seremos mejores personas. Lo que percibo, en redes sociales, es que, a veces somos iguales que antes y, otras veces, peores. Fernando Savater lo resumió en una frase, con la que me siento identificada: "no creo que vayamos a salir más fuertes, ni más buenos, solo más pobres". 


Recuerden que lo que más nos falla es la memoria y cuando esto pase, lo olvidaremos. Lo que sí hay que valorar y agradecer todos los días es que, aburridos o felices, productivos o improductivos, buenas o malas personas, bonitos o feos, fit o fat, seguimos vivos y dando lora. 

jueves, 9 de abril de 2020

Cumplir años en tiempos de coronavirus



Por: @CamiNogales



Nunca se me pasó por la mente que mi cumpleaños lo pasaría sola en medio de una cuarentena. De hecho, aunque a veces mi imaginación vuela y me armo unos videos muy locos en la cabeza, mi demencia no alcanzó a prever una pandemia y mucho menos que, como consecuencia de la misma, estaríamos en un aislamiento preventivo obligatorio. Pero así fue y el coronavirus logró lo que mi mamá no pudo en mi adolescencia: encerrarme en la casa. 

Tenía planeado cortarme el pelo unos días antes, comprar ropa, comenzar un nuevo trabajo, recibir regalos y celebrar con mis pequeñas primitas jugando escondidas y grabando videos de Tik Tok porque ese día se convirtió en una disculpa para llenar mi vida de buena energía con esas peques. 

Pero el coronavirus, que yo pensaba que era un problema de otros, terminó siendo una amenaza para toda la humanidad y nosotros no seríamos la excepción. Desde que se conoció el primer caso, empecé a recibir memes de Liza Simpson con una torta, una vela, tapabocas y antibacterial cantándose sola el cumpleaños, me reía porque no pensé que se trataba de una premonición y un fiel retrato de lo que pasaría este 30 de marzo de 2020. 

Inició la cuarentena y con ella todos mis planes se fueron pa’l carajo. Perdí la noción del tiempo, pero tenía claro que, a pesar de los vaivenes emocionales que traía consigo este encierro, me prometí hacer de ese día algo especial y así fue. Desde que abrí los ojos, a las 6:00 a.m., tenía mensajes de Whatsapp, recibí llamadas, videollamadas, hice ejercicio, me puse un vestido, me maquillé y pedí domicilio de almuerzo. 

Leí uno a uno todos los mensajes que me enviaron por todos los medios y me hicieron muy feliz porque recordé a cada una de las personas que se tomaron el tiempo para hacerlo, los momentos felices que tuve con cada una de ellas a lo largo de la vida, los no tan felices, pero en los que, cada una de las personas, estuvo presente y aportó su granito de arena a mi crecimiento personal. Me di cuenta de que, una vez conozco a alguien, a pesar de la distancia y del tiempo, esa persona, aunque no está físicamente en mi vida, ocupa un lugar en mi corazón. 

Mi mamá y mi hermana me cantaron el Happy Birthday virtualmente y tipo 9:00 p.m. me sentía cansada porque no paré de hablar y celebrar. No hubo espacio para la depresión, sino para agradecer la vida mía y de todas las personas que quiero. Para burlarnos del destino que nos tocó, que superó, radicalmente, a la ficción. 

Reconozco que estoy muy cursi, lo que puede ser un efecto inmediato de la cuarentena. Nos tocó una coyuntura compleja que nos obliga a valorar más lo que tenemos, que nos cambió de orden las prioridades y nos genera altibajos emocionales, pero en los que toca pensar solo en el aquí y en el ahora, y valorar la salud porque lo demás llega por añadidura. 

No quiero ser más trascendental porque un post que era feliz puede terminar siendo todo lo contrario, como ocurre en estos días locos que nos deparó esta vida.  Por eso, después de pasar días negando la situación como en un duelo en el que después se reconoce pero con rabia, hasta pasar a una aceptación, lo mejor que me pudo pasar fue cumplir años en cuarentena porque fue un día que rompió la monotonía. En el que ir del cuarto a la sala y de la cocina al baño eran momentos mágicos en los que realmente nos damos cuenta que cumplir años es un privilegio, que estamos vivos y hay que celebrar hoy, con el pelo sin cortar y ropa sin estrenar, porque…yo no sé mañana.  



viernes, 20 de marzo de 2020

Manual de Urbanidad para Whatsapp


Por: @CamiNogales

Partiendo de quejas generales y de las propias, pude concluir que urge una especie de 'Urbanidad de Carreño' para Whatsapp. Yo me atrevo a proponer este borrador del manual para el que tendré en cuenta sus propuestas en la elaboración del documento final.

Lo primero y más importante es saludar al interlocutor, un hola contiene solo cuatro letras y es la mínima y básica regla de educación, pero muchos usuarios de este servicio de mensajería no la aplican. Paso seguido, pida el favor o remítase al asunto de la conversación. Si le hacen el favor, agradezca; si no se lo hacen, haga lo propio, y no deje a su interlocutor a la espera de un mensaje que concluya la conversación. Recuerden que lo cortés no quita lo valiente y así como saluda, despídase.

Si el mensaje que va a enviar es muy largo, no mande una nota de voz de más de un minuto que lo único que denota es su tacañería, y mejor haga una llamada. A quienes les gusta enviar notas de voz, piensen antes en que su interlocutor puede estar en algún lugar que le impide escucharla.

Si se empecina en enviarla, haga una prueba de sonido antes de proceder porque algunas notas ni siquiera se entienden por los susurros del emisor o el ruido de fondo que lo acompaña. Estas notas de voz deben contar con un máximo de 30 segundos de tiempo, aunque, con base en el uso que le han dado, sería mejor su abolición.

En un chat de grupo remítase solo al objetivo del mismo. Si es laboral no respondan todos al mismo tiempo ok jefe, gracias jefe, sí jefe, bueno jefe… los resultados se verán sin necesidad de descargar los celulares ajenos con tanta respuesta inoficiosa. Tampoco envíe memes o información que nada tiene que ver con el tema del grupo, ni entable una conversación con una sola persona, porque para eso está el chat personal.

Si no es un contacto usual de la persona a la que le escribe, salude e identifíquese, en lugar de pedir favores o impartir órdenes, obligando a la otra persona a decir una mentira piadosa: “perdón, me recuerdas tu nombre, es que se me borraron los contactos”.

Si le hacen una pregunta, lea y responda. Pero no deje a la persona en leído, eso es como cuando usted va por la calle, saluda y no le contestan. Si está muy ocupada, hágalo saber. De lo contrario, su gesto será interpretado como un desplante de muy mala educación. En últimas responda el tan odiado ‘ok’ que es preferible al silencio.

Si le mandan información de importancia, diga gracias, se demora menos que buscando un sticker. Si va a enviar memes, videos y stickers, hágalo cuando realmente valga la pena. Recomendable hacerlo muy de vez en cuando para evitar que lo bloqueen.

Si va a contar su vida y obra, le sugiero citar al otro en un café para hablar porque el chat le quita sabor al chisme. En tiempos de coronavirus, la videoconferencia es la solución.

Tampoco haga videollamadas sin una concertación previa porque se puede encontrar con sorpresas no muy agradables para ambos que puede generar incomodidad en la comunicación.

Recuerde que usted no es el centro del universo de nadie, así que no reporte cada una de sus actividades vía chat, cuando ni siquiera le pregunta a su interlocutor cómo está. El escrutinio público del que somos objeto en el momento que salirnos de un grupo, hace que solo lo hagamos cuando definitivamente no formamos parte de él y tengamos que permanecer en otros, los cuales silenciamos por un año, por simple cortesía.

Recuerde que si alguien está en línea, no está obligado a escribirle y no necesariamente obedece a un asunto personal. ¡Deje la paranoia!  


miércoles, 29 de enero de 2020

Protocolo para reuniones de trabajo



Por: @CamiNogales



El problema de organizar un desayuno o almuerzo de trabajo es que los asistentes se concentrarán más en comer (su principal motivación), en lugar de poner atención. Lo bueno es la concurrencia del evento; lo malo, la poca atención en el tema que los convoca. 

Independientemente de lo viable de esta reunión, hay una serie de reglas que es mejor aplicar en estos escenarios. 

En primer lugar, debe ponerse la servilleta en las piernas, pero recuerde siempre que la tiene ahí porque, de no ser así, terminará en el piso y tendrá que acudir a la manga del saco para limpiarse la boca. 

Cuando vea que empiezan a servir la comida, hágase el indiferente y no le haga seguimiento visual a cada plato y a su respectivo destino. 

A propósito, si es mujer, es mejor evitar el labial rojo porque no hay nada más desagradable que dejar la marca de los labios en el pocillo. Tampoco se meta en la boca más de lo que le cabe, es posible que mientras esto ocurra, un alto directivo lo esté viendo. De igual forma, cuando esté comiendo, mastique bien para evitar el bochorno que le puede causar una atorada. 

No coma tan rápido para que no se le note el hambre, pero tampoco tan despacio que se le enfríe -más de lo que viene- el café. En el momento en que vea que el mesero se acerca, córrase hacia la izquierda porque, de lo contrario, se ganará su 'guarapazo'. 

No hable con su vecino, hágase el interesado en la reunión y chateen, pero no de forma continua, más bien pausada, para que crean que están tomando apuntes. No importa si no está escuchando al expositor, asiente con la cabeza y siempre quedará bien. 

Si en su casa está acostumbrado a desayunar tres panes, cómase solo uno y a la salida compensa. En estos casos es mejor parecer que ser. 

Si sufre de alergia, siéntese lejos del aire acondicionado porque se le puede escapar un estornudo. Si no pudo evitar el estornudo, tenga kleenex a la mano para que no use la servilleta o, en su defecto, el mantel. 

Si se distrajo, pero ve que la gente se ríe, haga lo propio, con una expresión combinada de alegría y estupefacción. Cuando decida intervenir, haga una prueba de voz, dos segundos antes, para que no lo sorprenda la carraspera en la garganta. 

Ponga el celular en silencio ya que, de tanto manipularlo, puede presionar un inesperado video, cuyo volumen no podrá bajar de los nervios que le generará este imprevisto. 


Espere por lo menos media hora para irse después de comer para que no digan que “indio comido, indio ido”. Es mucho mejor un “indio comido, indio atento e indio ido”. Tampoco abuse y sea el último que se quede. Recuerde que la gente, a diferencia suya, debe trabajar.