Por: @CamiNogales
Nunca hablo mucho de este
tema, pero a raíz de lo que sentí con el triunfo de Juan Sebastián Cabal y
Robert Farah en Wimbledon, me vi obligada a hacerlo. No recuerdo si tenía 5
o 6 años cuando cogí, por primera vez, una raqueta de tennis y, desde ese
momento, no la solté por muchos años.
No sé exactamente cuándo aprendí
a jugar, solo sé que mis días transcurrían en faldita de tennis (razón por la
cual no tengo ningún pudor con mis piernas), en el club y con raqueta en mano,
en clases, jugando con amigas y, cuando no tenía con quién hacerlo, armaba mi
plan b.
Creaba mi propio torneo,
hacía los cuadros y en el muro se jugaban los partidos. Era época de tenistas
como Bjorn Borg, Jimmy Connors, Chris Evert, Billie Jean King y Martina
Navratilova, quienes se enfrentaban en mi torneo y, lo mejor de todo, es que
siempre ganaba yo porque hacía el papel de ambos jugadores.
Competí en la Liga de Tennis,
fui campeona de Bogotá, subcampeona nacional, jugué un mundial en Venezuela y, en tres partidos, uno de dobles y dos de sencillos, solo gané un game, lo que
evidenció nuestro bajo nivel, internacionalmente hablando.
Todos estos logros que se van
alcanzando obedecen a la persistencia de los padres que sacrificaban fines de
semana llevando a sus retoños a los entrenamientos y a los torneos. Sin embargo,
faltaba preparación internacional: la academia de Nick Bolletieri era la
opción, pero se necesitaban recursos y aquí no había patrocinio.
Hubo dos cosas que nunca
aprendí: a servir bien y a perder. Lo primero era cuestión de práctica; lo
segundo, de fortaleza mental. Cada vez que perdía un partido, se desataba el drama.
Recuerdo un Nacional en Barranquilla en el que el árbitro cantó, a mi juicio,
mal una bola en mi contra. Esto fue el acabose y el comienzo del declive, lloré
tanto que, en un cambio de lado, me tuvieron que consolar y darme una pastilla
para los nervios y, como era de esperarse, con la moral abajo, perdí el
partido.
El tennis hay que jugarlo
bien, no solo físicamente, sino a nivel mental y ahí fue donde perdí. Nadie me ganó.
Era muy pequeña para asimilar que las derrotas formaban parte del crecimiento de
un deportista y de la vida misma, donde a veces ganamos y también perdemos, a
pesar de nuestras luchas.
Poco a poco me fui
desanimando y fui creciendo y, ante la presión de competir, preferí, en mi
adolescencia, iniciar otros aprendizajes: a fumar, tomar, comer desmedidamente,
salir...
Los trofeos quedaron en el olvido el día que ‘alguien’ quiso organizarlos y los dejó en una bolsa negra que, por equivocación, terminó en un camión de la basura. Por lo tanto, quedaron muy pocos recuerdos de una etapa muy linda de mi vida.
Los trofeos quedaron en el olvido el día que ‘alguien’ quiso organizarlos y los dejó en una bolsa negra que, por equivocación, terminó en un camión de la basura. Por lo tanto, quedaron muy pocos recuerdos de una etapa muy linda de mi vida.
Dejé el deporte por completo
y lo retomé diez años después. Preferí ir al gimnasio donde todos los días
compito con la más difícil rival: conmigo misma. El tennis me dejó la
disciplina, el conocimiento del deporte más lindo y las alegrías de ver su
crecimiento en el país.
En Cabal y Farah vi cumplirse
los sueños de tantos tenistas que han entregado su vida al deporte. Ellos
hicieron historia en Wimbledon, fue algo merecido para dos personas que se
entregaron en cuerpo y alma, desde chiquitos, a este deporte y que, a pesar de
los obstáculos, en los que muchos nos detuvimos, los superaron y continuaron un camino que aún no termina.
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