Por: @CamiNogales
Soy demasiado
cobarde para meterme a un quirófano por voluntad propia y por eso
nunca ha estado entre mis opciones una cirugía estética. Hace poco tuve una por
temas de salud y corroboré mi fobia. Todo empieza desde que uno entra solo, le
toca quitarse toda la ropa, a pesar de que era solo una incisión en la mano, ponerse
una bata y unos calzones desechables que se escurren todo el tiempo.
Desde ahí comienza
el sufrimiento porque uno siente que se le ve la raya, que se salió una teta…siguen con la canalización y la vena que, al saber a lo que estaba expuesta, decide
esconderse. El enfermero empieza a pegarle para que salga de su escondite y con
ese dolor de vena empieza el viacrucis.
Luego llegan
los anestesiólogos y llevan al paciente a una sala helada. La anestesia, antes
de lograr su cometido, produce un ardor por todo el cuerpo hasta que éste
se acostumbra al medicamento. Posteriormente, con un aparato, aprietan tanto la pierna
que uno no sabe si ponerse a hacer leg curl o gritar.
Finalmente, con la llegada del médico acaba la historia y el testimonio del paciente. A partir de ese
momento, médico, anestesiólogo y enfermera pueden hacer su voluntad con nuestro
cuerpo, bailar alrededor, encima o debajo de uno, dejarle unas tijeras en el estómago…
Para el anestesiado
solo ha pasado un minuto desde que lo canalizan hasta que el médico dice “ya
terminó la cirugía, todo salió bien”. Sin embargo, este último aclara que la
cirugía duró una hora que equivalen a 60 minutos perdidos en la vida del
paciente, al que luego llevan a sala de recuperación. En mi caso concreto, lo
único que necesitaba para recuperarme era comer porque eran las 2:00 p.m. y
seguía en ayunas.
Mientras llegaban
las galletas y el jugo de naranja, tuve la oportunidad de ver los pacientes que
estaban a mi alrededor: el que se partió el pie, la que se hizo la rinoplastia
que, claramente, no reconocería después en la calle porque lo único que tenía
era una venda en la nariz y los ojos morados, pero lo que más me impresionó fue
una recién salida de una liposucción que no podía moverse.
Su cara de dolor hablaba por sí sola, con el agravante de que ella no podía
valerse por sus propios medios. Necesitaba de la enfermera para sentarse, cambiarse de
lado, en fin…
Respeto lo
que cada uno decida hacer con su vida y con su cuerpo. Yo decidí no hacer nada
y asumir el paso del tiempo y mis imperfecciones dignamente. Espero no
volver a un quirófano y si toca, lo haré cuando sea estrictamente necesario,
solo por motivos de salud.
No logro
entender cómo la vanidad es superior al dolor que se pueda sentir durante y
después de una cirugía porque como dicen por ahí “cirugía es cirugía” y todas
tienen el mismo riesgo. Está comprobado que muchas veces el remedio es peor que
la enfermedad.
Las cirugías muchas
veces generan adicción por alcanzar una perfección inalcanzable e incrementan
la falta de aceptación. Para la muestra, Yenis Lugo que lleva 24 y los
resultados los juzgarán ustedes. Sin cirugías todos
tenemos nuestro tumbao y la belleza cambia de acuerdo con la edad de cada cual.
Si tengo más de 40
no voy a poder verme nunca como una de 20, así me haga mil cirugías, igual ya
pasé por ahí y no entiendo para qué devolverme. Lo cierto es que no me interesa
que me canalicen, me chucen, me saquen sangre, me incapaciten, ni nada parecido
por decisión propia. Así como estoy soy cobardemente feliz.