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jueves, 9 de marzo de 2017

¿Morir o prevenir?





Cuando vi que había una línea de atención al suicidio, pensé que no serviría para un carajo. O sea decido matarme, alisto los elementos necesarios para ese fin, pastas, un cuchillo, una pistola o una cuerda, según el caso, pero cinco minutos antes decido llamar a la línea antisuicidio, no encuentro el teléfono, navego por Internet y hasta que encuentro el  01 8000 113 113, llamo, espero que me contesten y luego cambio de opinión.

Claramente considero que una línea de estas no sirve para nada porque quien decide acabar con su vida, no avisa y simplemente hace lo que tiene que hacer. Todos los casos de suicidio tienen un denominador común y es que toman por sorpresa a los seres queridos porque el que se suicida actúa premeditada y silenciosamente.

Se me vienen a la mente tres casos de suicidios que demuestran que quien haya tomado esa decisión, la planea con cabeza fría y nada ni nadie lo va a detener. Uno piensa que si, en ese momento, los seres queridos, en especial, la mamá se le pasa a uno por lo mente, se frustra el plan. Pero no, Lina Marulanda nos demostró que la presencia de su mamá en la casa no fue un impedimento para acabar con su vida a pocos metros de ella.

Otra teoría es que quien tiene hijos no es capaz de suicidarse por el temor de dejarlos solos en la vida. Para la muestra que ese es otro mito, el empresario que viajó fuera del país solo para cumplir ese objetivo y dejó a dos hijos chiquitos, pero su desesperación, por el motivo que sea, fue superior.

Tampoco la edad es un obstáculo, el actor Robin Willliams, a los 63 años, decidió acabar con su vida a pesar de su esposa y tres hijos. Así podría seguir enumerando casos que, aunque diferentes, su denominador común es que el que se quiere suicidar, simplemente lo hace y no hay poder humano que lo impida.

Es algo en el interior que debe superar hasta nuestra naturaleza humana en la que siempre prevalece nuestro instinto de supervivencia. Si nos caemos, ponemos las manos para protegernos, evitamos el dolor a toda costa y todo lo que nos hace daño y tampoco nos gusta sentirnos enfermos.  

Nunca he sabido si se trata de valentía o cobardía. En algún momento de mi vida, sumida en la depresión contemplé esa opción, pero pensar en mis seres queridos y en hacerme daño a mi misma me hizo desistir, aunque no de los pensamientos, sí de llevarlos a la práctica porque me sentía totalmente incapaz de hacerlo.

Es por esto que no entiendo qué puede pasar por la cabeza de alguien que opta por esta salida que reta nuestra  naturaleza humana.

Lo peor es que ahora Internet es un aliado para este fin, ‘googleando’ descubrí títulos como estos: “alguna pastilla para suicidarse sin dolor”, “formas de suicidio rápido”, “suicidarse sin dolor y vuelta atrás”, “pastillas que matan sin dolor”, “cómo morir durmiendo sin dolor”. La verdad no fui capaz de abrir estos enlaces porque de solo leer estos títulos, me dio escalofrío.

Esa sería la única consulta que yo creería que un suicida haría antes de cometer este acto, pero lo que sí puedo estar segura es que nunca llegará a llamar a la línea antisuicidio, porque el que amenaza y dice que se va a suicidar lo hace como chantaje emocional y no actúa.

Mientras que la persona que realmente se suicida no despierta sospechas en sus seres queridos que nunca logran entender qué hicieron mal para que esto ocurriera, ni por qué esa persona lo hizo y se culpan de una decisión autónoma que les llevó a acabar con lo que tanto los hacía infelices: vivir. 

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