Por: @CamiNogales
Cuando vi que había una línea de
atención al suicidio, pensé que no serviría para un carajo. O sea decido
matarme, alisto los elementos necesarios para ese fin, pastas, un cuchillo, una
pistola o una cuerda, según el caso, pero cinco minutos antes decido llamar a
la línea antisuicidio, no encuentro el teléfono, navego por Internet y hasta
que encuentro el 01 8000 113 113, llamo,
espero que me contesten y luego cambio de opinión.
Claramente considero que una línea de
estas no sirve para nada porque quien decide acabar con su vida, no avisa y
simplemente hace lo que tiene que hacer. Todos los casos de suicidio tienen un
denominador común y es que toman por sorpresa a los seres queridos porque el que
se suicida actúa premeditada y silenciosamente.
Se me vienen a la mente tres casos de
suicidios que demuestran que quien haya tomado esa decisión, la planea con
cabeza fría y nada ni nadie lo va a detener. Uno piensa que si, en ese momento,
los seres queridos, en especial, la mamá se le pasa a uno por lo mente, se
frustra el plan. Pero no, Lina Marulanda nos demostró que la presencia de su
mamá en la casa no fue un impedimento para acabar con su vida a pocos metros de
ella.
Otra teoría es que quien tiene hijos
no es capaz de suicidarse por el temor de dejarlos solos en la vida. Para la
muestra que ese es otro mito, el empresario que viajó fuera del país solo para
cumplir ese objetivo y dejó a dos hijos chiquitos, pero su desesperación, por
el motivo que sea, fue superior.
Tampoco la edad es un obstáculo, el
actor Robin Willliams, a los 63 años, decidió acabar con su vida a pesar de su
esposa y tres hijos. Así podría seguir enumerando casos que, aunque diferentes,
su denominador común es que el que se quiere suicidar, simplemente lo hace y no
hay poder humano que lo impida.
Es algo en el interior que debe
superar hasta nuestra naturaleza humana en la que siempre prevalece nuestro
instinto de supervivencia. Si nos caemos, ponemos las manos para protegernos, evitamos
el dolor a toda costa y todo lo que nos hace daño y tampoco nos gusta sentirnos
enfermos.
Nunca he sabido si se trata de
valentía o cobardía. En algún momento de mi vida, sumida en la depresión contemplé
esa opción, pero pensar en mis seres queridos y en hacerme daño a mi misma me
hizo desistir, aunque no de los pensamientos, sí de llevarlos a la práctica
porque me sentía totalmente incapaz de hacerlo.
Es por esto que no entiendo qué puede pasar por la cabeza de alguien que opta por esta salida que reta nuestra naturaleza humana.
Lo peor es que ahora Internet es un
aliado para este fin, ‘googleando’
descubrí títulos como estos: “alguna pastilla para suicidarse sin dolor”, “formas
de suicidio rápido”, “suicidarse sin dolor y vuelta atrás”, “pastillas que
matan sin dolor”, “cómo morir durmiendo sin dolor”. La verdad no fui capaz de
abrir estos enlaces porque de solo leer estos títulos, me dio escalofrío.
Esa sería la única consulta que yo
creería que un suicida haría antes de cometer este acto, pero lo que sí puedo
estar segura es que nunca llegará a llamar a la línea antisuicidio, porque
el que amenaza y dice que se va a suicidar lo hace como chantaje emocional y no
actúa.
Mientras que la persona que realmente
se suicida no despierta sospechas en sus seres queridos que nunca logran
entender qué hicieron mal para que esto ocurriera, ni por qué esa persona lo
hizo y se culpan de una decisión autónoma que les llevó a acabar con lo que
tanto los hacía infelices: vivir.
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