Por: @CamiNogales
No soy Periodista por azares del destino, lo soy porque tomé la decisión de estudiar
Comunicación Social y Periodismo. Tampoco vivo sola porque este era el mensaje que
contenía una galleta de la fortuna. No fue por obra y gracia del Espíritu Santo que me
reorganicé después de una separación algo tormentosa. Todo esto ha sido producto de
decisiones que he tomado en mi vida.
Obvio hay situaciones o
personas en la vida que no llamamos, pero nosotros decidimos quiénes queremos
que se queden y quiénes no. Nuestros amigos verdaderos son la familia que
construimos y somos nosotros quienes tenemos la potestad de elegirlos. Lo único
que no decidimos es el día de nuestra muerte.
La mayoría de seres humanos
nos quejamos de nuestro entorno, subestimando la capacidad que tenemos para
cambiarlo. La mujer que no se separa, aunque su marido sea un borracho,
maltratador, infiel o que, simplemente, no la quiere, es porque ella así lo
decidió.
Que él es que me mantiene,
cómo voy a dejar a mis hijos sin papá, son solo excusas para justificar su
falta de decisión porque a los hijos nunca se les negará el papá y todos
estamos en capacidad de ser autónomos. Esas mujeres son muy aburridoras porque
se quejan de su marido el 90 por ciento de su tiempo, pero tampoco hacen nada
para cambiar y, por lo tanto, ellas mismas son responsables de su desdicha
porque así lo decidieron.
El infeliz en el trabajo es
otra persona monotemática. Se quejan del trabajo, de sus compañeros, pero
siguen argumentando que necesitan el dinero para cumplir con sus obligaciones,
lo cual es absolutamente respetable, pero prefieren quedarse con lo seguro, a
costa de esta infelicidad diaria.
Nuestro chip es el que nos
tiene fregados. Desde pequeños creemos que la felicidad consiste en ser
profesional, trabajar hasta pensionarnos, casarnos, tener hijos, carro, casa y
beca. Pero, con el tiempo, descubrimos que no es así. Nos desconectamos de los
sueños del niño interior porque creemos que, de adultos, que es cuando tenemos
la capacidad de cumplirlos, no los merecemos, sino que tenemos que seguir
viviendo así, desconectados de lo que verdaderamente pide el corazón.
Lo seguro es lo único que
está culturalmente aprobado, pero no nos damos cuenta que todo es incierto. Hoy
estoy aquí escribiendo y mañana no lo tengo claro. A veces nada cambia y nos
sometemos a la monotonía, culpando a factores externos, sin saber que la decisión de
cambios solo está en nuestras manos. Nosotros decidimos si quedarnos o irnos de
un lugar en el que no encajamos.
Asumir riesgos no es bien
visto. “Por qué renunció a su trabajo…cómo así que se separó…por qué se fue del
país si estaba organizada…cómo deja su profesión”.
En lugar de arreglar sus
vidas, se preocupan y juzgan a quienes toman decisiones para cambiar el rumbo
de su vida y encontrar lo que quieren.
Hay situaciones que se
presentan en nuestras vidas sin que las llamemos, pero somos nosotros quienes
decidimos si las dejamos ir o no. Quién dijo que no hacer lo que dicen los
demás está mal o que después de los 40 hay que resignarse a lo que se le pase
por el frente en todo sentido y además, darse por bien servido (en el amor, en
el trabajo, en la amistad…)
Un amigo me contó la historia
del coronel Sanders quien, después de tantos fracasos en su vida, decidió
suicidarse a los 65 años, pero recordó la receta única de un pollo frito y la
empezó a vender puerta a puerta. Así fundó Kentucky Fried Chicken y a los 88 se
convirtió en multimillonario…si ven que no hay fecha ni calendario que
valgan.
Hasta los 42 años, el
escritor, actor y productor mexicano Roberto Gómez Bolaños comenzó su carrera
artística como 'Chespirito' y así hay
miles de ejemplos que nuestra cuadriculada cabeza nos impide seguir por creer
que tenemos que ajustarnos a lo que nos llega y no buscar lo que queremos
porque el único camino que tenemos, el único válido y socialmente aceptado, es
el de la resignación. Este parece un post de motivación personal y tal vez lo
es porque, en mi vida, también ha llegado el momento de tomar decisiones y
necesito animarme a hacerlo. Depresión o cambio: uno es quien decide.
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