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martes, 1 de septiembre de 2015

Mi sentido pésame





En los momentos más difíciles de la vida, cuando necesitamos consuelo y acompañamiento, solo nos encontramos con frases reencauchadas que nos provocan más ira y desconsuelo que la misma situación que enfrentamos. Empecemos por partes y creo que la peor es cuando uno pierde a un ser querido, momento en el que preferiríamos el silencio a escuchar las múltiples sandeces que dice la gente. (Ver Mi Testamento)

La primera es “lo siento mucho”. Frase totalmente ajena a la realidad porque nadie siente lo que uno en ese momento, salvo la familia. “Ahora tienes un ángel en el cielo que te cuida”, en el momento de ese dolor tan infinito en el que uno se niega a aceptar la pérdida lo último que le puede interesar es que el ser querido sea un ángel, pues lo único que añoramos es la presencia física de esa persona.

“No merecía morir”, morir no es de merecer o no, para esa gracia entonces “tampoco merecía nacer”. Ambas son condiciones naturales y “si nacemos, lógicamente, algún día tenemos que morir”.

Claro que no crean, cuando soy yo la que tiene que dar el pésame pienso “como qué digo“, seguido de “hmm…qué vaina, no…qué pesar”. Por eso, cuando visito a los dolientes opto por abrazar sin musitar palabra porque, de lo contrario, juro que la cagaría.

Por lo general, cuando la muerte es intempestiva la frase que se escucha es “Dios lo quiso así” o “uno no se muere la víspera”…lo triste es que con ellas no se encuentra consuelo, sino una especie de resistencia al oírlas.

Pero el desconsuelo para quienes sufren una tusa no se queda atrás. “Ay mija, ese hombre no le convenía, usted era mucho para él”. En ese momento a uno qué le va a importar si uno era mucho o poco, lo único que uno quisiera es estar con el susodicho, sea gordo o flaco, feo o hediondo, es lo de menos. “Dios sabe cómo hace sus cosas, eso más adelante iba a ser peor” si uno está llorando es porque, por simple lógica, estaría mejor con esa persona y no sin ella.

“Usted va a encontrar al que se merece, alguien que de verdad la valore porque usted vale mucho” y entonces si uno se encuentra a un desgraciado es porque también se lo merece, lo que significaría que no vale nada.

Para los desempleados también sobran frases de solidaridad y por qué no de consuelo. Cuando la persona se empieza a quejar de su desgracia, no falta el idiota que le dice “hay que agradecer que uno está completico”. Yo diría que ni tan completico con esa billetera pelada.

“Lo importante es que tiene salud, lo demás vendrá por añadidura”. Eso no hay rollo, con salud puede pagar pensiones de colegio de sus hijos, hacer mercado, llevar el desayuno…”Eso no se preocupe que al que le van a dar, le guardan” y ¿al qué no le van a dar? Pues no le guardan y se jode.

“No hay mal que por bien no venga” y quién me asegura que el bien va a llegar. Además lo que necesita esa persona no es un bien, es empleo que le garantice su supervivencia y la de los suyos, pero como “Dios sabe cómo hace sus cosas”, entonces dejémoslo a Él que obre por la felicidad de los alrededor de siete mil millones de habitantes del planeta Tierra, sin preguntarnos por qué sino para qué, porque lo que “es tuyo, nadie te lo quita” y "así se cierre una puerta, muchas más se abrirán".


miércoles, 29 de julio de 2015

Despistada





Por: @CamiNogales

Desde muy chiquita, en el colegio, descubrieron que, parte de mi bajo rendimiento académico, adicional a la vagancia, era consecuencia de problemas de concentración y, por esta razón, les recomendaron a mis papás llevarme a una psicóloga para trabajarme este problema que, para mi no lo era, porque si algo me gusta es echar globos.

No hay nada mejor, en medio de una conversación bien aburrida, que divagar con la mente por el mundo y resolver una infinidad de problemas, al mismo tiempo que asentimos con la cabeza.

Lo que ha sido una constante en mi vida, como consecuencia de mi despiste, es la pérdida de todo lo que lleve en la mano. He perdido sombrillas, libros, hasta apuntes de la universidad en un bus por no estar guardados en un bolso, ni amarrados a alguna parte de mi cuerpo.

También he dejado celulares y regalos en un taxi…Este último incidente no se me va a olvidar nunca. Acababa de recibir un saco divino de cumpleaños, el cual pude constatar que me lucía, después de medírmelo, pero desapareció de mis manos en el mismo momento en que me bajé del taxi. Solo espero que le haya lucido a la esposa del taxista.

Esta falta de concentración no solo me llevó a perder tres años en el colegio, sino a enfrentar una serie de circunstancias que han afectado mi vida cotidiana, algunas de ellas aparentemente normales. ¿Acaso a quién no se le ha regado la leche? o ¿quién no se ha pegado con la esquina de la gaveta en la cabeza?

Tampoco les cuento el tiempo que me he demorado escribiendo este post porque me paré a la cocina, miré el celular, entré a snapchat, periscope, twitter, instagram…en fin. Pero bueno, eso es lo de menos porque se soluciona con un poco de presión, lo que no ocurrió en un par de ocasiones.

Cuando vivía con mi novio, hacía todos mis esfuerzos para atenderlo. Una mañana madrugué a las 5:30 a.m. para prepararle el almuerzo que llevaría a la oficina. Puse a cocinar el pollo y me recosté un momento…dos horas después fue él quien me despertó. Solo recuerdo que al abrir los ojos veía muy borroso, producto del humo que había en toda la casa. No pude rescatar nada de ese pollo y menos de la olla que quedó un ‘tanto’ achicharrada. Y ni hablar del apartamento, de la ropa, las paredes, el piso…todo quedó oliendo a quemado por varios días. Desde entonces, él prefirió pocas atenciones por solo instinto de supervivencia.

Ahora vivo sola y soy la única responsable de lo que ocurra al interior de mi casa. Una mañana madrugué más de lo acostumbrado porque debía realizar un viaje de trabajo. Solo recuerdo que salí justa de tiempo y, por lo tanto, de afán. En la noche, cuando volví, sentí un ambiente de sauna algo extraño sumado al ruido del calentador del gas.

Entré a la cocina y todo estaba mojado, hasta el techo, y no entendía por qué. Pues fui al baño y ahí estaba el meollo del asunto: dejé la llave del agua caliente del lavamanos abierta durante todo el día. Además del intento de 'inundación', no ocurrió nada más. Dios es grande y gracias a esa grandeza la muchacha solo tuvo que secar loza, electrodomésticos, piso...y yo, pagar una suma algo exagerada en el recibo del agua.

No sé a cuántos cerrajeros habría tenido que llamar si mi mamá no tuviera el duplicado de las llaves de mi casa. No hay nada que pueda enfurecer más que llegar cansado del trabajo, con ganas de ponerse la pijama, y verse obligado a coger un taxi hacia donde mi mamá, recoger las llaves y devolverme. Esto me ha pasado no una, ni dos veces, sino infinidad de veces.

Otro día iba a salir y no encontraba las llaves dentro de la casa. Por algún motivo abrí la puerta y las llaves estaban pegadas afuera. Pasaron la noche allí y muy juiciosas amanecieron en ese mismo lugar.

Podría escribir todo un libro sobre situaciones similares como hacer mercado, comprar un par de camisetas, llevarme todo lo de comer, pero dejar la ropa en la caja creyendo que no es mía, aunque está recién comprada. Llegar a la oficina sin gafas para constatar que no veo absolutamente nada sin ellas y tener que devolverme para recogerlas y poder ser productiva. Dejar al fantasma en mi casa todo el día con música para que no se aburra...

Lo cierto es que todas las noches, antes de abrir el bolso me persigno y si encuentro las llaves, le agradezco a Dios. Acto seguido, me vuelvo a persignar antes de entrar en la casa, porque no sé con qué sorpresa me voy a encontrar y, si todo está bien, le vuelvo a agradecer al de arriba y a todos los seres de luz por protegerme de mi misma y de mi despiste.


lunes, 1 de junio de 2015

Facebook, el chismógrafo digital


Por: @CamiNogales 
Para: @Articuladosco


El interés morboso de conocer las intimidades de los demás es inherente al ser humano. Desde niños queremos saber todo de todos, independientemente de que eso afecte o no nuestra vida. Es por eso que, en los 80’s, cuando estábamos en primaria, con el fin de conocer las intimidades de nuestros compañeritos de colegio, nació el chismógrafo.

Este era un cuaderno que, en cada hoja, traía una pregunta como nombre, apellido, edad, comida, color y libros favoritos, la materia que más le gusta y, lo más importante, quién es su traga [¿qué persona le gusta?]. Ese cuaderno se rotaba en las clases por todos los puestos del salón para que cada uno de nuestros compañeros las respondiera. Lo mejor era al finalizar del día cuando uno podía leer todas las respuestas, especialmente, las de nuestra traga, con la ilusión de ver nuestro nombre como respuesta a la pregunta de ¿cuál es su traga?

En ese entonces comenzaron mis tusas porque, para mi infortunio, descubrí que no era la traga de nadie. Pero bueno, por lo menos me enteraba de sus vidas (consuelo de tontos).

En la universidad ya éramos muy grandes como para ponernos a hacer un chismógrafo, así las cosas, cuando nos graduamos y, a pesar de nuestra ansia de chisme, sabíamos que solo era posible saber de los demás, a través de una llamada, un correo electrónico o de terceros.

No tengo idea si en el Colegio Ardsley llenaron alguna vez un chismógrafo, lo cierto es que, uno de sus egresados, Mark Zuckerberg, creó Facebook, una red social dirigida, en principio, a estudiantes de la Universidad de Harvard, pero que, en el 2007, se expandió alrededor del mundo y en distintos idiomas. Desconozco las razones que llevaron a Mark a crear esta red social, pero puedo intuir que su instinto chismoso lo superó y lo llevó a ser el autor de este invento.

Esta red social ha permitido reencontrarse con amigos de la infancia, del colegio, de la Universidad, de la vida y, en mi caso, también de la calle, y la información que se encuentra es mucho más completa que la de un chismógrafo porque está complementada con fotos, videos y hasta textos.

Allí publicamos los gozosos porque, a decir verdad, es mejor dejar los dolorosos en el anonimato y en nuestra intimidad. Viajes, celebraciones, las fotos más bonitas, los mejores parches, restaurantes, comidas, videos de conciertos, en fin. El éxito de las publicaciones se mide por la cantidad de ‘likes’ que reciben y comentarios como “estás muy churra”, “te ves feliz”, “qué rico verte tan bien”…entre otros. Solo se reciben los halagos porque las críticas no son virtuales, sino reales con quien está al lado y diciendo “mire cómo está de viejo, de joven era churro, pero se volvió gordo y calvo”, “esa vieja tenía un cuerpazo, pero la sejuela le llegó con toda”, “esa era más perra…”, y así sucesivamente.

Facebook es muy peligroso para quienes se dedican, o más bien, hemos dedicado nuestro tiempo a ‘stalkear’ a alguien porque no falta que se le vaya un like o una solicitud de amistad indebida. Eso le pasó a una amiga que salía con un man casado y sin querer le mandó una solicitud de amistad a la esposa… ¿El desenlace de la historia? Se los dejo a su imaginación.

El día de mayor popularidad es el cumpleaños por la cantidad de felicitaciones que llegan por este medio, mientras uno está en la casa solo con su ponqué poniendo el happy birthday de fondo y apagando sus velitas. Tampoco falta la mamá que comenta cada estado o foto de su hijo pensando que lo hace privadamente. Hasta regaños maternales se han conocido y, como consecuencia, un número considerable de mamás bloqueadas.

Yo tuve un novio atropellado por la tecnología y mientras él, en su privacidad, buscaba el perfil de su ex, en vez de escribir el nombre en el campo del motor de búsqueda, lo hizo en su estado… Se imaginarán a esta fiera. Lo peor fue cuando supe la clave de su Facebook, permanecía más en el de él que en el propio, buscando lo que no se me había perdido y lo que, por supuesto, encontré. Aunque me da vergüenza reconocerlo, sé que todas lo hemos hecho. ¿Acaso creen que yo era la novia de Esteman y él se inspiró en mi para componer “No te metas a mi Facebook, no te metas por favor”?

No faltan los mamertos que desertan simplemente por rebeldes y le piden al prójimo que, si quieren saber de ellos, se comuniquen por los medios tradicionales y se quedan ahí sentaditos esperando. No niego que ya me estoy rebelando y me abstengo de hacer algún comentario a una foto porque después la cantidad de notificaciones que me llegan, me pueden enloquecer (más).

Muchos dirán que es una perdedera de tiempo, pero yo descubrí la espía que llevo dentro y creo no ser la única. Por ahí le he hecho inteligencia a más de uno que ni siquiera es amigo y hasta a su familia… todo esto sin la necesidad de que formen parte de mi red.

No hay vaina más inoportuna que el chat de Facebook. Cuando me interesa hablar con alguien busco otro medio para hacerlo, pero por ahí aparecen esas personas de las que solo queremos saber pasivamente, es decir, chismoseando sus fotos, estados y ya. Intenten cerrar esa burbujita en el celular a ver cómo les va…siempre que lo intento, no lo logro.

Para mí el tiempo que permanezco en Facebook no es perdido, pues puedo satisfacer mi morbo de conocer la vida de los demás y de opinar sobre la misma sin impedimento alguno. Aunque cada vez tengo menos amigos, cuando estoy en este mundo virtual siento que mi popularidad sigue vigente.

martes, 17 de marzo de 2015

Entre más trino



Por: @CamiNogales
Para: @articuladosco

Cuando creé mi cuenta en Twitter lo hice solo con la expectativa de conocer una nueva red social y chismear lo que hacían los famosos. Poco a poco empecé a descubrir el encanto de hablarle al pajarito y no de que el pajarito me hablara a mí -como le ocurrió a un vecino de otro país-, y me volví cada día más activa en la red.

Al principio, para una persona tan habladora como yo, fue difícil aprender a redactar una idea en tan solo 140 caracteres, pero poco a poco fui aprendiendo a hacerlo. Ahora me ocurre todo lo contrario: mi neurona se detiene en el carácter 141.

En época preelectoral y de debates presidenciales, dediqué toda mi genialidad a publicar trinos, haciendo mofa de una candidata en especial que se convirtió en mi musa. Sin embargo, me vi obligada a borrarlos cuando me pidieron la hoja de vida para trabajar con ella porque en ese preciso momento estaba desempleada.

En mi cuenta personal me da la misma equivocarme o no porque soy yo la que está detrás de ella: un ser humano de carne y hueso. Sin embargo, la responsabilidad crece en el momento en que uno acepta trinar a nombre de otro y, peor aún, si se trata de una figura pública. El día que me vi involucrada en este trabajo, Twitter comenzó a perder su encanto.

Una de las desventajas de trabajar en esta vaina es que todos se creen “expertos en redes sociales” y, por lo tanto, opinan y dan órdenes a la vez: “Suba esta foto. Escriba esto. Siga a este…”, pero el único responsable de lo que se publica es el Community Manager, así que muchas veces, por hacer caso a los demás, empezamos a padecer.

Los accidentes ocurren tarde o temprano. Para poder ser más eficiente, se me ocurrió la genialidad de configurar la cuenta de mi jefe y la mía en una misma aplicación y un sábado en la noche, trinando un asunto personal, tuve la desgracia de publicar en su cuenta.

Me di cuenta y borré el trino al instante, pero uno de los tantos ‘gurús’ que me acompañaban, tomó un pantallazo y lo subió a un chat de trabajo para preguntarme, públicamente, qué había ocurrido. A mí, literalmente, se me salió el corazón y no sabía cómo explicarlo, mientras cada uno de los integrantes del grupo me caía encima.

No tuve alternativa diferente a reconocer mi equivocación y anunciar que ya estaba configurando cada cuenta en una aplicación diferente. Eso sí, me tocó tomarme una agüita de valeriana para poder conciliar el sueño después de tremendo susto.

El acabose llegó el día en el que triné una frase supuestamente textual que el personaje había expresado en un medio de comunicación. Yo, una obsesiva de la ortografía y de la puntuación, solo me fijé en la redacción de la misma y no en su contenido.

Así las cosas, no tuve un solo error ortográfico, pero sí uno geográfico: confundí una ciudad con un país. Solo percibí el error después de ser víctima de aquellas cuentas falsas que se dedican a hacer, como se dice ahora, ‘bullying’ en la red, más conocidos como ‘trolles’. Para resolver el error borré dicho trino, pero era demasiado tarde. Ya había infinidad de memes retomando dicha frase y obviamente tildando de bruto a mi personaje –el jefe–, pero el bruto no fue él, sino yo.

Me fui para mi casa  porque creí que huyendo de la oficina solucionaría el problema, el cual crecía en mi celular con una infinidad de notificaciones recibidas por minuto. Esa noche lloré más que en mi última tusa, no quería volver a la oficina, ni salir de mi casa.

Al día siguiente llegué a la oficina y mis compañeros me saludaban con cara de solidaridad, pero mi sexto sentido me permitió saber que, en el fondo, decían “mucha bruta esta vieja. Pobrecita”, con cierto tono de burla. La ola de insultos en la red duró muchos días más, hasta que no tuve opción diferente a darle la cara a mi jefe, cuyo llamado de atención tan decente me hizo sentir peor.

Hubiera preferido que me nombrara a mi querida madrecita, con el perdón de la susodicha, porque tanta decencia me desarmó. A pesar de los pesares, la vida me ha llevado a seguir este camino y este es un solo ejemplo de los miles que pasan a diario, no solo a mí, sino a quienes están a cargo de cuentas institucionales o de personajes públicos.

Mi consuelo son quienes han subido una ‘selfie’ por error en esas cuentas, o han enviado mensajes personales y románticos a través de las mismas. En fin, hay miles de casos similares que han ocurrido porque somos seres humanos los que estamos detrás, trabajando bajo presión, y no máquinas programadas. Eso es lo que pocos han entendido.

Por eso entre más trino, no siempre se cumple con la premisa de que más me arrimo, ni me animo, sino que, a veces, más la cago.

lunes, 23 de febrero de 2015

Si hoy fuera ayer...


Por @CamiNogales
Para @articuladosco 
http://articulados.co/si_hoy_fuera_ayer/

Desde que tengo uso de razón el único medio de comunicación que estaba a mi alcance era el teléfono fijo, de disco. Cuando empecé a hablar por este aparato color verde solo podía hacerlo desde la silla contigua a la mesa en donde estaba conectado. Eso sí, sin derecho a moverme porque el cable no alcanzaba, lo cual me impedía llevar a cabo dos actividades al mismo tiempo.

Una tarde al llegar del jardín infantil estaba que me orinaba, pero cada vez que llegaba a casa lo primero que hacía era llamar a mi papá, así que lo llamé y, simultáneamente, me oriné en la silla. Si hoy fuera ayer, esto no me habría pasado porque podría llamarlo desde mi celular o un inalámbrico desde el baño.

Como este era el único medio de comunicación, cuando uno llamaba a alguien y no estaba en la casa, nada pasaba. Había que llamar hasta tener la fortuna de encontrar a la persona y si esta no quería responder, simplemente se hacía negar. No era fácil constatar que el personaje estaba detrás de quien contestaba haciendo señas de “no quiero hablar”. Así que de malas.

Hasta podíamos fingir la voz y pasar una tarde en la casa de algún amigo haciendo ‘pegas’, aunque la particularidad de mi voz hacía que hasta el más bobo me pillara. Ahora eso no es posible, no hay forma de escondérsele a la humanidad. Con el celular, su identificador de llamadas y el chat de Whatsapp, incluidos los chulitos azules (doble check), “nos jodimos”. La única salida es llamar desde otro número celular para pasar de incógnito.

La otra noche, muy a las 11:00, recibí una llamada de trabajo, la cual no quise responder porque la consideré una falta de respeto, además no era nada tan urgente así que podía esperar al día siguiente. Este personaje llamó cinco veces seguidas, sin éxito, y entonces me envió un mensaje por chat. Como ‘la curiosidad mató al gato’, no aguanté y leí el mensaje, el cual no iba a responder. Lo hice sin que nadie me oyera, pero como no es cuestión de bajo o alto volumen, el querido personaje me escribió inmediatamente: “sé que me estás leyendo, respóndeme por favor” y yo, por pendeja, no tuve otra opción diferente que responder un asunto de trabajo a una hora en la que, por lo general, ya estoy en mi quinto sueño.

Enfermarse y faltar al colegio era lo máximo, no se imaginan la felicidad que me daba amanecer con fiebre, gripa o cualquier enfermedad que me incapacitara. Este era un día dedicado a cuidar y dormir mi enfermedad, ver ‘Topacio’, ‘Decisiones’ y no sé qué más en la televisión. En la tarde llamaba a alguna amiga para que me desatrasara de lo sucedido en el día. Si mi traga había ido, me había preguntado, qué había dicho de mi… en fin, lo realmente importante.

Ahora enfermarse no es garantía de descanso y desconexión. Las facilidades que brinda la tecnología tienen también sus desventajas, ya que el mismo grupo de trabajo está conectado a través de un chat de Whatsapp o cualquier aplicación similar y como no es suficiente un solo grupo se crean hasta tres, cada uno con temas diferentes. Así las cosas, a pesar de la enfermedad, la vida sigue.

Como consecuencia de mi humanidad, hace poco me dio gastroenteritis viral y una lesión en la zona lumbar, que me impidió asistir a la oficina. Lo que no quiere decir que me pude desligar de mis responsabilidades; todo lo contrario, mis compañeras de trabajo me cubrieron físicamente, pero virtualmente yo tenía que seguir cumpliendo con mi deber.

Fue un día más estresante de lo normal. Después de pasar una noche en vela, “devolviendo atenciones”, intentaba dormir cinco minutos, pero el silbidito del celular no solo me despertaba, sino que me alertaba de que no tenía derecho a sentirme mal y debía cumplir con mis funciones. Desde entonces, si me enfermo, prefiero estar en la oficina porque la cara del santo hace el milagro y joden menos que estando en mi casa.

Hay días en que quisiéramos saber del mundo, pero evitar que el mundo sepa de nosotros. En ocasiones nos convertimos en “seres pasivos de la red”, pero no falta el que reclama porque no respondimos un chat, argumentando nuestra última hora de conexión, entre otras. No niego que la tecnología nos ha facilitado mucho la vida, pero también aseguro que nos ha esclavizado y que a veces añoro aquellos días del teléfono fijo, los tres canales de televisión, las agendas telefónicas escritas a mano, entre otros.

Si hoy fuera ayer, llamaríamos por teléfono para conversar, almorzaríamos mirando a la cara a nuestro(s) interlocutor(es), enviaríamos cartas por correspondencia, tomaríamos fotografías, esperando con ansias revelar el rollo y trabajaríamos solo en horario laboral.

lunes, 19 de enero de 2015

Lo que soñé




Por @CamiNogales 

Desde chiquita siempre tuve sueños y, obviamente, diferentes respuestas a la pregunta: “¿qué quieres ser cuando grande?” La primera de ellas fue contundente: cantante. Desde que tengo uso de razón soy melómana, la música es el centro de mi vida, pero ese sueño se fue desvaneciendo por mi tono de voz que no se ajustaba a los parámetros de ese entonces.

Evidentemente no tenía voz de niña, todo lo contrario, mi voz era (y sigue siendo) de niño y, por esa razón, me sacaron del coro del colegio. Así las cosas me fui despertando de ese sueño que solo cumplo cuando estoy en la ducha. Sin embargo, cuando voy a un concierto y recuerdo que este sueño sigue latente en mi, sé que en mi otra vida Madonna me quedará en pañales.

Después de leer un comic en el que Tribilín era detective y descifraba acertijos, opté por comprar una lupa y comenzar a desarrollar esta actividad que era la que quería llevar a cabo el resto de mis días. Así las cosas, descubría, a través de sus huellas, que mi mamá iba del cuarto a la cocina, de la cocina al baño y luego volvía a su cuarto. La tenía totalmente rastreada. Pero este sueño se acabó el mismo día en que la lupa se me salió de las manos y quedó hecha añicos.

Fui creciendo y mi gusto por la música ídem, entonces me dije a mi misma: “mi misma, si no puede cantar, pues baile”. Con mi mejor amiga nos inventábamos coreografías y luego las presentábamos en el colegio. Modestia aparte, no lo hacíamos nada mal, pero esto se acabó en el mismo momento en que me comenzaron a despedir, aun no entiendo la razón, de todos los establecimientos escolares. Aunque no les niego que todavía ras tas teo, reggaetoneo, rockeo…y hasta les hago el paso del embolador, del champú, no es sino que pidan y se les tiene.

Mis papás intentaron meterme a clases de guitarra, las cuales iban en detrimento de mi sueño que era el de ser baterista. Pero ya era suficiente con la bulla que yo hacía en la casa, para  imaginarse lo que sería de la vida de mi mamá y mi hermana no solo conmigo, sino con una aprendiz de batería. Sin embargo, si hubieran previsto lo que podría pasar después, sé que la hubieran preferido. Ahora ya no hay tiempo de llorar, pero sí de soñar con que Tree Cool, baterista de Greenday, es la extensión de mi otro yo.

También quise ser escritora y para la muestra están mis diarios. Todas las noches llegaba a mi casa, cogía un esfero y un cuaderno en el que quedaban consignadas mis intimidades. “Hoy me levanté a las 5:00 a.m., me bañé, desayuné y me recogió el bus del colegio en el paradero…vi a mi traga, que no me quitaba la mirada, y luego me dijo hola y se fue”. Eran unos escritos literarios con un contenido muy profundo, que seguramente serán publicados cuando haya pasado a mejor vida.

Me gradué del colegio y decidí estudiar ‘Teatro’, decisión que fue cambiada por el promotor de mis estudios: mi papá. Él me dijo, palabras más, palabras menos, "primero estudie una carrera y después haga lo que se le dé la gana". Pues yo estudié la carrera y no hice lo que me dio la gana si no, como cualquier mortal, buscar trabajo en lo que había estudiado.

Mis pinitos como actriz los he hecho, de vez en cuando, con algunas mentiritas piadosas que la vida me ha obligado a decir, las cuales me debo creer y que, paso seguido, debo interpretar. Esas no las puedo contar por acá porque quedaría en evidencia, pero créanme que mi talento es innato.

El gimnasio me hizo soñar con ser profesora de aeróbicos. Antes de dormir yo ya no contaba ovejas sino que recordaba los pasos de la clase del día: paso en v, mambo, skip y grapvine, entre otros. Toda mi vida la contaba en cuatro tiempos y en mi cabeza iba creando coreografías, hasta que, por fin, conseguí trabajo y ocupé mi mente en lo políticamente correcto: mi profesión.

Quise ser comediante y, por esta razón, este blog lo convertí en un libreto de un stand up comedy. Me lo tomé muy en serio, lo ensayaba y trabajaba, pero revolví temas conyugales con la producción del mismo, y mi stand up, que pretendía hacer reír a los demás, transformó mi casa en una batalla campal, y me causaba todo menos gracia. Entonces para evitar un desenlace más trágico que el de Romeo y Julieta, quedó inconcluso.

Ya ha pasado mucho tiempo y mis sueños están aquí, latentes. Así que quién me dice a mi que no puedo ser cantante (así sea de rancheras), bailarina de reggaetón, baterista, profesora de aeróbicos, investigadora privada, extra con parlamento, escritora de un blog y hasta montar un stand up bajo mi propia producción.