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domingo, 16 de febrero de 2014

Dios mío, dame paciencia



Hay virtudes que lo acompañan a uno desde que nace y otras que definitivamente no aparecen en ningún momento de la vida. Eso pasó con la paciencia, virtud que, aunque sé su definición, en términos prácticos, la desconozco totalmente.

Desde mis primeros años de vida esta carencia se evidenció en mi vida. Yo prefería tragarme una papa entera, literalmente, a tener que partirla y degustarla lentamente. Esto es real y cuando mi mamá se dio cuenta, se asustó y, para sorpresa de ella, no tuvo que llamar a Urgencias porque la pequeña niña, que se podía morir de ahogamiento, siguió con su vida tranquilamente.

Es por esto que prefería comerme la masa de la torta a esperar a que mi mamá la horneara. Pero confieso que lo único que, aunque me dio impaciencia, no se reflejó en resultados, fue el colegio, pues duré 15 años en él.

Sin embargo, la raíz de mi prolongado paso por esta etapa de la vida obedeció a que las clases me generaban tanta impaciencia que me era un poco difícil poner atención a algo diferente que el reloj y a mis compañeros para debatir temas totalmente ajenos a la clase.

Esta impaciencia me llevó a que el cigarrillo fuera mi compañero en el paradero del bus y en cualquier otra situación en la que tuviera que esperar; a no leer libros porque se trataba de un proceso muy largo, sino mas bien comprar los análisis literarios que vendían en las librerías. Esa era otra de las razones por la que, en cine, veía el principio de una película y me despertaba al final (apenas, para qué más).

Con unas amigas descubrimos las bondades de los viernes por las noches y, desde el lunes, ya estábamos añorando ese día. Todo lo que hacíamos durante toda la semana estaba encaminado hacia nuestra meta final que era el viernes. Por lo tanto, la eternidad del resto de la semana solo se mitigaba pensando y hablando, desde el domingo, del tan anhelado viernes.

Tener que frecuentar bancos, para mí, es un castigo y no, precisamente, divino. Esas filas me hacen somatizar los síntomas de la espera en la espalda, acompañados de unas inexplicables ganas de llorar. Me encanta hacer mercado, pero la felicidad se desdibuja rápidamente cuando llega la hora de hacer fila y pagar. Ahí también vuelve ese dolor en la espalda.

En algún trancón ese dolor se vuelve más agudo y, aunque trato de aplicar los ‘pranayamas’ que he aprendido en yoga, en esos casos, no han dado el resultado esperado. A mí si quieren ‘échenme la madre’, pero no me dejen esperando porque ese es el mayor agravio que puede haber en mi contra y ahí me podrán ver, como decía alguien por ahí, ‘cargada de tigre’.

Aunque, a la gran mayoría de mujeres, les encanta ir a la peluquería. A mí no. Me gustan los resultados, pero para mí es una tortura hacerme el 'manicure' porque no puedo hacer nada diferente a esperar. Las iluminaciones provocan a mi impaciencia y llega un punto en que no puedo leer revistas, ni jugar con el celular porque lo único que quiero es salir corriendo; pero, al mirarme al espejo, con esos pedazos de aluminio en mi cabeza, creo que lo más sensato es seguir ahí sentada en la misma silla que ocupo hace más de dos horas.

“Mal de muchos, consuelo de tontos”, pues sí soy una tonta porque me doy cuenta que, en este mundo, no soy la única impaciente. Peor aún, hay más impacientes que quieren ver resultados inmediatos sin respetar procesos, como por ejemplo quienes se hacen la liposucción y no contentos con esa cirugía se marcan el abdomen para que quede como si llevaran muchos años haciendo ejercicio.

Todo lo que tenga resultados inmediatos es un éxito seguro en ventas como aprenda inglés en un mes o, en su defecto, por hipnopedia; adelgace en tres días; gane dinero fácil y rápido. También están quienes van a citas de solteros para encontrar su pareja de una vez. Y todo esto es contraproducente, así que gústenos o no, la tengamos o no, todo es un proceso en la vida y no es tan rápido como quisiéramos. 

Por eso es mejor invocar el nombre del de arriba a ver si nos echa una manito:”Dios mío dame paciencia y…resistencia”.



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