Eso de ser ama de casa es,
literalmente, pa machos. En mi
generación, lo único que nos enseñaron fue a ser profesionales. A duras penas
aprendí a tender la cama y con mucho esfuerzo. Si me quedaba sola y no me
dejaban comida, no me moría de hambre porque para eso estaban la leche y los
brownies.
En la cocina no tenía nada que
hacer porque hasta el agua se me quemaba. Lo único que aprendí fue a
desgranar arvejas porque mi mamá me pagaba 100 pesos por cada una. Del resto, yo
pensaba que, por obra y gracia del Espíritu Santo, la ropa se lavaba, la comida
se hacía y la casa se arreglaba.
Nunca me gustó jugar a la
cocinita, ni pedí una vajilla para mi distracción. Prefería jugar al colegio,
léase bien, ‘jugar’. Tampoco me insinuaron, ni me preocupé por enterarme qué era
lo que hacía un ama de casa, ni me llegué a imaginar que algún día me tocaría . Ya era suficiente carga la que tenía con saber que debía estudiar y ser
profesional. En ese entonces, el único polvo que quitaba era el de mi cama.
Yo pensé que la Pata Sola
limpiaba el polvo, La Llorona barría y la Bola de Fuego lavaba la ropa, entre
otros quehaceres. Por eso sólo hasta hoy me doy cuenta que mi mamá es una
heroína, mucho más poderosa que la Mujer Maravilla: Trabajaba, nos preparaba la
comida, la ropa siempre estaba lista y
la casa limpia. Haciéndole honor a la esponjilla Bom Bril, salí un poco tarde
de mi casa con los mismos conocimientos que tenía cuando era niña: ninguno.
Bueno, ya había avanzado: el agua no se me quemaba.
Ahí comencé a ser víctima de mí
misma. Con la primera salsa de pasta que preparé casi muero de sobredosis de
pasta de tomate y, peor aún, casi me parto una muela mordiendo la pasta ya se
imaginarán por qué. Después, sin tener idea de hacer arroz, me dio por
tirármelas de creativa y lo cociné con salsa de soya, salsa de tomate, carne,
pollo, salchichas y me quedó un pegote que un amigo, cuando lo vio, me dijo que
parecía vómito y, por obvias razones, no aceptó mi invitación.
También comí pollo a la plancha,
pero crudo. Sí, por fuera doradito y por dentro rosado, hagan de cuenta como
una carne al punto, con el agravante de que no era carne y tampoco estaba al
punto. Lo único positivo era que, en ese momento, yo era la única responsable
de mí misma y no corría el riesgo de que me demandaran por envenenamiento no
intencional o como se diría en derecho, no agravado.
Ahora puedo concluir que el riesgo
de entrar a la cocina es que uno se tenga que quedar, porque siempre hay algo
que hacer y todo se ensucia. Me convertí en una mujer polifacética: soy la Pata
Sola, la Llorona y la Bola de Fuego al mismo tiempo. Lo que más me preocupa es
que estoy aprendiendo a cocinar y no lo hago nada mal. Por eso un día me
dijeron que tenía sazón, pero me muero de la pena el único con ‘sasson’ en
Colombia es Harry, del resto ninguno y mucho menos yo. Estoy realmente
preocupada porque me estoy ganando la cocina como un lugar privilegiado en la
casa.
Claro que también soy experta en
quemar pancakes al desayuno los domingos, pero por lo menos tiendo bien la cama. Me estoy volviendo toda
un ama de casa empírica. Arreglo la cocina, lavo el excusado con las mismas
ganas con las que entro, barro, cocino y trapeo, pero eso sí con música de
fondo y cantando. No sólo he descubierto la Soila que llevaba dentro, sino
también la Shakira, pues la escoba y yo somos el dúo perfecto, y el trapero
también me sirve para practicar el baile del tubo. Aprovecho también cuando me
subo en la butaca para limpiar la parte superior de la alacena para seguir
cantando con Juan Gabriel: “Queridaaaaaa, por lo que más quieras tú más ven,
más compasión de mí tú teeeeeen…”
Me he tomado tan a pecho el papel
de Soila que sólo les puedo decir que en este momento hay cosecha de mangos,
que la papa ha subido, que me gusta más preparar el Arroz Doña Pepa que el Roa.
Si compran carne molida, háganla lo más rápido que puedan porque si no se daña.
A pesar de que me echo perfume, en mí predomina el olor a cebolla y mis manos
permanecen amarillas porque el color (no precisamente el Prismacolor) sino el
condimento, siempre se me riega. El
manicure no me dura nada a pesar de que uso guantes para lavar la loza.
No crean que la que está
escribiendo esto es un Ama de Casa Desesperada o tal vez sí pero apenas en
potencia. Simplemente soy Soila, cuya satisfacción diaria es ver la casa
totalmente arreglada, aunque sea por sólo 15 minutos porque todo se vuelve a
desorganizar en cuestión de segundos. Mi principal preocupación diaria es ¿qué
voy a hacer de almuerzo? Una vez
resuelvo ese interrogante es cuestión sólo de ponerse a trabajar. Cada vez que
tengo una duda acudo al consultorio telefónico de aquel lugar que me resguardó
por tantos años: El Hotel Mamá. Y en medio de las papas, cuchillos y detergentes sigo aprendiendo que ser Soila no es tan fácil como parece.