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sábado, 28 de abril de 2012

Soila

Por: @CamiNogales



Eso de ser ama de casa es, literalmente, pa machos.  En mi generación, lo único que nos enseñaron fue a ser profesionales. A duras penas aprendí a tender la cama y con mucho esfuerzo. Si me quedaba sola y no me dejaban comida, no me moría de hambre porque para eso estaban la leche y los brownies.

En la cocina no tenía nada que hacer porque hasta el agua se me quemaba. Lo único que aprendí fue a desgranar arvejas porque mi mamá me pagaba 100 pesos por cada una. Del resto, yo pensaba que, por obra y gracia del Espíritu Santo, la ropa se lavaba, la comida se hacía y la casa se arreglaba.

Nunca me gustó jugar a la cocinita, ni pedí una vajilla para mi distracción. Prefería jugar al colegio, léase bien, ‘jugar’. Tampoco me insinuaron, ni me preocupé por enterarme qué era lo que hacía un ama de casa, ni me llegué a imaginar que algún día me tocaría . Ya era suficiente carga la que tenía con saber que debía estudiar y ser profesional. En ese entonces, el único polvo que quitaba era el de mi cama.

Yo pensé que la Pata Sola limpiaba el polvo, La Llorona barría y la Bola de Fuego lavaba la ropa, entre otros quehaceres. Por eso sólo hasta hoy me doy cuenta que mi mamá es una heroína, mucho más poderosa que la Mujer Maravilla: Trabajaba, nos preparaba la comida,  la ropa siempre estaba lista y la casa limpia. Haciéndole honor a la esponjilla Bom Bril, salí un poco tarde de mi casa con los mismos conocimientos que tenía cuando era niña: ninguno. Bueno, ya había avanzado: el agua no se me quemaba.

Ahí comencé a ser víctima de mí misma. Con la primera salsa de pasta que preparé casi muero de sobredosis de pasta de tomate y, peor aún, casi me parto una muela mordiendo la pasta ya se imaginarán por qué. Después, sin tener idea de hacer arroz, me dio por tirármelas de creativa y lo cociné con salsa de soya, salsa de tomate, carne, pollo, salchichas y me quedó un pegote que un amigo, cuando lo vio, me dijo que parecía vómito y, por obvias razones, no aceptó mi invitación.

También comí pollo a la plancha, pero crudo. Sí, por fuera doradito y por dentro rosado, hagan de cuenta como una carne al punto, con el agravante de que no era carne y tampoco estaba al punto. Lo único positivo era que, en ese momento, yo era la única responsable de mí misma y no corría el riesgo de que me demandaran por envenenamiento no intencional o como se diría en derecho, no agravado.

Ahora puedo concluir que el riesgo de entrar a la cocina es que uno se tenga que quedar, porque siempre hay algo que hacer y todo se ensucia. Me convertí en una mujer polifacética: soy la Pata Sola, la Llorona y la Bola de Fuego al mismo tiempo. Lo que más me preocupa es que estoy aprendiendo a cocinar y no lo hago nada mal. Por eso un día me dijeron que tenía sazón, pero me muero de la pena el único con ‘sasson’ en Colombia es Harry, del resto ninguno y mucho menos yo. Estoy realmente preocupada porque me estoy ganando la cocina como un lugar privilegiado en la casa.

Claro que también soy experta en quemar pancakes al desayuno los domingos, pero por lo menos  tiendo bien la cama. Me estoy volviendo toda un ama de casa empírica. Arreglo la cocina, lavo el excusado con las mismas ganas con las que entro, barro, cocino y trapeo, pero eso sí con música de fondo y cantando. No sólo he descubierto la Soila que llevaba dentro, sino también la Shakira, pues la escoba y yo somos el dúo perfecto, y el trapero también me sirve para practicar el baile del tubo. Aprovecho también cuando me subo en la butaca para limpiar la parte superior de la alacena para seguir cantando con Juan Gabriel: “Queridaaaaaa, por lo que más quieras tú más ven, más compasión de mí tú teeeeeen…”

Me he tomado tan a pecho el papel de Soila que sólo les puedo decir que en este momento hay cosecha de mangos, que la papa ha subido, que me gusta más preparar el Arroz Doña Pepa que el Roa. Si compran carne molida, háganla lo más rápido que puedan porque si no se daña. A pesar de que me echo perfume, en mí predomina el olor a cebolla y mis manos permanecen amarillas porque el color (no precisamente el Prismacolor) sino el condimento, siempre se me riega.  El manicure no me dura nada a pesar de que uso guantes para lavar la loza.

No crean que la que está escribiendo esto es un Ama de Casa Desesperada o tal vez sí pero apenas en potencia. Simplemente soy Soila, cuya satisfacción diaria es ver la casa totalmente arreglada, aunque sea por sólo 15 minutos porque todo se vuelve a desorganizar en cuestión de segundos. Mi principal preocupación diaria es ¿qué voy a  hacer de almuerzo? Una vez resuelvo ese interrogante es cuestión sólo de ponerse a trabajar. Cada vez que tengo una duda acudo al consultorio telefónico de aquel lugar que me resguardó por tantos años: El Hotel Mamá. Y en medio de las papas, cuchillos y detergentes sigo aprendiendo que ser Soila no es tan fácil como parece.