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domingo, 2 de septiembre de 2012

Ni hablan, ni escriben




 Por @CamiNogales

Hay dos cosas que me ofenden en la vida: la mala ortografía y la pronunciación errada de las palabras. Ambos son motivo, no de retirar mis afectos, pero sí de tener cierta precaución con aquel que comete estos errores. El que toma un tatsi nunca llegará a su destino y al que me pida setso, la respuesta será un no contundente. En esta misma categoría están los que responden afirmativamente con un tsí, a quienes, de igual forma, ignoraré. 

Es igual al que dice que el trabajo está etselente o el que escribe allá con y de yuca y sin tilde, es decir, aya. También está el intelectual que, al exponer sus argumentos, dice en el ecsenario o el que considera que tiene otra otción. 

Claro que no faltan los que quieren aparentar saber inglés y cantan sunaaaaiiii (tonight) I love you, y eso es todo lo que se saben de la canción. Otros escriben sus estados en el chat de Blackberry, en este mismo idioma, el cual desconocen, y, por supuesto, fracasan en el intento, en lugar de weekend escriben weekig o para decir todo bien, dicen ‘good all’. Ahí sí me quedo con mi whatsamara la yuca. 

Las redes sociales han contribuido a esta aversión, cuando veo que alguien escribe ‘qué voleta’, sí así como la ven con v de vaca, y le responden tú estás muy vonita. Es algo increíble que, en mi estrecho cerebro, no cabía que pudiera existir. 

También están los sobreactuados que Twitter lo pronuncian como tuira o quienes, en Bogotá, no van al Andino, sino al mall y parquean, en lugar de en un parqueadero, en un parking. 

A quienes les perdono todo y amo sus errores es a los niños. Está ‘dormiendo’ es ‘perezudo’ ‘tí me gustas sola’, ‘vamos por los crófonos: yo cojo micrófono y tú tucrófono’. 

Hay otros que tienen problemas de dicción y, en lugar de carro, dicen ‘cago’. Así las cosas este es su dicho predilecto: ‘ege con ege cigago, ege con ege bagil, gápido guedan los cagos en el fegocagil’. Tengo claro que ellos no tienen la culpa, pero escucharlos me ponen nerviosa. 

O los que no saben utilizar adecuadamente las palabras y se colocan bravos o rojos de la pena. Allá mismo está la que se limpia el cutis o la que, cuando habla de ella misma, dice es ‘que como lo que le pasa a una’. También cuando cuentan una historia y la comienzan con un ‘resulta de que’. 

De otro lado están los ñeros que se saludan ‘toesque pana como es que es papá’, pero a ellos se les perdona porque no se les puede pedir algo diferente a que, en vez de pegar un puño, peguen un ‘ñuco’. Pero el problema de analfabetismo lo pude constatar en un cruce de mensajes que tenían estos errores de ortografía: desicion, demaciado, ipocrita y disen. Esto no es una exageración, es la vida real que me ha demostrado que este problema es más grave de lo que se cree. 

Otros que quieren simular ser mejor hablados que los demás y se van a ingerir una bebida porque se encuentran algo deshidratados o a degustar algo sólido. Me quedo con los groseros de quienes se pueden esperar solo groserías, pero bien escritas y pronunciadas.  Yo, por mi parte, me mamé de escribir y me voy a tomar mi rico cafecito porque de repasar estos errores me dieron náuseas y si sigo recordando, me sigo enfermando. Así que hasta la prótsima. Me juiiiii…si ven, se me prendió. 

Addenda: El pez muere por la boca.

domingo, 12 de agosto de 2012

Tan olímpicos






Para no desentonar con la coyuntura opté por hablar de los olímpicos, pero no de los deportistas que participaron en Londres, sino de esos que nos encontramos en el camino de la vida. 

Los primeros que vienen a mi mente son unos amigos que, cada vez que yo cumplía años, me hacían visita y siempre pedían prestado el teléfono. Luego, cuando llegaba el recibo de este servicio, aparecían muchas llamadas a larga distancia del día de mi cumpleaños. ¡Qué casualidad!  

Otra olímpica, perdón, otra amiga que solía visitarme, creía que mi casa era la de ella, así que si tenía hambre no tenía ningún reparo en pararse, ir a la cocina y abrir la nevera, para sacar su comidita.

Yo también he sido olímpica en algún momento de mi vida. En una Navidad mi mamá me encargó entregarle una botella de vino al celador de la esquina de la casa y yo, cuando iba a mitad de camino, con dos amigas, me arrepentí y nos llevamos la botella a un parque y ya se imaginan en qué terminó esto.

En mi fiesta de 15, que no fue con vestido de moño, sino más bien casual, una amiga me pidió prestado sólo una blusa, cinturón, falda, medias y zapatos. Menos mal nadie se pilló que esa pinta era mía.

Un man que ‘supuestamente’ me quería conquistar me llamó una tarde y me dijo que nos encontráramos en un café, yo llegué allá, pedimos un capuchino, no recuerdo con qué. Lo que sí me acuerdo perfectamente es que cuando llegó la cuenta, este hombre se dio cuenta que no llevaba plata y adivinen quién tuvo que pagar.

Después fue a la casa por plata y me invitó a otro sitio, pero no me dio opciones, simplemente pidió dos cervezas. A mí no me gusta la cerveza, lo que fue una ventaja para este olímpico que, en lugar de ofrecerme otro trago, cogió mi botella y se la tomó. A mi juicio, él es el merecedor de la medalla de oro.

Pero a un amigo le ocurría algo parecido, cada vez que me iba a invitar algo, se le quedaba la billetera.

En clase de Redacción en la Universidad, nos tocaba escribir una nota de un tema y una compañera entregó, al día siguiente, su trabajo. Era, nada más y nada menos, que el mismo artículo que había sacado El Tiempo, sin cambiar una sola coma.

Cuando vivía sola, una amiga peleó con su marido y llegó a mi casa. La sorpresa fue la maleta que llevaba, más grande que ella, y con toda su ropa empacada. A que no adivinan dónde tenía planeado vivir.

Esos han sido algunos de los olímpicos particulares que recuerdo. Pero en la vida de todos no ha faltado el novio que, después de la rumba, no volvió a aparecer. La novia entusada que llamó a eso de las 3:00 a.m. a dar lora, el que no devolvió un libro, ni un CD.

El que llega a la casa de visita, se le da comida, trago y plata para el taxi, le echa los perros a la esposa del dueño de casa y, finalmente, se va emputado y desaparece. El que siempre pide plata prestada para el almuerzo y, obviamente, nunca paga. El senador que se abstiene de hacerse el examen de alcoholemia argumentando más de 50 mil votos en las últimas elecciones.

El colado de la fila, la amiga que nos quita el novio o viceversa, el cachón descarado…en fin, así como hay variedad de deportes olímpicos, hay personas con esas mismas características, merecedoras de medallas simbólicas, por su ejemplar comportamiento. La diferencia con los deportistas es que ellos no necesitan tanto entrenamiento, ni disciplina; simplemente son olímpicos por naturaleza. 

martes, 24 de julio de 2012

¡Qué viva la música!

Por: @CamiNogales

Aunque es poco original el título de este post y tampoco me llamo Andrés Caicedo, ni pretendo imitarlo…es más, creo que ya es demasiado tarde para intentar hacerlo porque ya, hace un tiempito, superé los 25 años, edad en la que el escritor vallecaucano, a motu propio, decidió suicidarse y pues, como yo ya estoy más allá que acá, para que me adelanto, más bien espero.

Pero de lo que sí voy a hablar, como lo hizo este autor, es de la importancia de la música en mi vida. Yo no sé si mi amor por ella tendrá que ver con la primera pinta que me pusieron el día en que nací. Ese mameluquito, gorrito y guantes rojos tejidos de lana que fue hecho con tanto 'cariño' por mi bisabuelita para atraer la buena energía. Yo creería que fue ese rojo que denota poder y alegría. Es más, estoy segura que de allí nació esta pasión por la música.

Un amor que comenzó escuchando el ‘Río Badillo’ de Claudia de Colombia y ‘Espera, Esperanza’ de Guillermo García Ocampo, más conocido como 'Billy Pontoni', y quien fue mi primer amor platónico, pero que casualmente me lo quitó una tía que lleva el mismo nombre de la canción.

Paso seguido me enamoré de otro hit de la música de ese entonces: Jimmy Salcedo con su “Música, más música es lo que queremos en el Show de Jimmy”, pero infortunadamente, más temprano que tarde, se lo llevó el que lo trajo. Lo ratifico: esto no es un  chiste, es real, mis primeros amores fueron 'Billy Pontoni' y 'Jimmy Salcedo'. Haciendo una retrospección puedo concluir que mi fracaso musical pudo obedecer a estas influencias.

Es más, otra canción que marcó mi corta vida fue una de ‘desprecio’ que le dedicó José a Idaly, la muchacha de servicio que me cuidaba, el día que le terminó. Decía: “eres la chancla que yo dejé tirada en la basura a ver quién te recoge. Ingrata, fea, piojosa, greñuda”.  

Pero bueno, más adelante me fui puliendo con Abba, cuando yo soñaba con ser toda una “Chiquitita”. Intenté cantar, pero quienes me conocen saben que Dios me dio voz…pero de tarro, así que fracasé en el intento cuando me sacaban de los coros porque desafinaba un 'tantico'.

Sin embargo, una de mis mejores amigas del colegio me animaba a seguir mi carrera artística. Ella, desde el otro lado del teléfono fijo, me grababa mientras yo cantaba, a grito herido, como Pedrito Fernández “la de la mochila azul, la de ojitos dormilones, me dejó gran inquietud y bajas calificaciones” y, peor aún, me decía que lo hacía bien.

También  hice un dúo con otra amiga, con la que cantábamos “I believe in love, I believe in everytime I see you…” de Nikka Costa, pero nuestros ensayos fueron tan efímeros como mi paso por los colegios en los que estudiaba. Me resigné y opté por cantar en la ducha y hacer de la música un hobby, para fortuna de todos, y opté por sólo escucharla. Como pudieron ver en Una Aventura Llamada Menudo, ‘Si tú no estás’, ‘Súbete a mi moto’, ‘Y mi banda toca rock’ fueron parte esencial en mi vida por unos cuantos años.

En mis primeras fiestas, llegó el merengue  con “las chicas, las chicas del can” y con “Wilfrido recapacita, hazle una cita a tu chiquita que es la cosita más bonita y necesita un tiempo más, quiere algo más”. El peor castigo para mi mamá y mi hermana fue mi fiebre por Juan Luis Guerra y “Si tú te vas, mi corazón se morirá…eres vida mía, todo lo que tengo, el mar que me baña, la luz que me guía”, pues las despertaba a las 6:00 a.m. todos los días, con la misma canción. Pero eso no era lo peor, sino que era la única canción del disco (de acetato) que yo ponía durante todo el día, hasta que la rayé con la aguja del tocadiscos.

Michael Jackson me gustaba, pero no me mataba. Intenté hacer el paso cachaco de la música disco y no pude. También me maquillé como Madonna y Cindy Lauper y me sentía “Like a Virgin”. Luego llegó el Breakdance y, aunque nunca me tiré al piso, si aprendí uno que otro paso con el tronco en el que simulaba desbaratarme. Esto fue con “Beat street the King of the beat…”

En las minitecas bailaba “Boys, boys, boys I’m looking for a good time” de Sabrina y “How will I know if you really love me…” de Whitney Houston. También me vestí de negro y fui a Rapsoda muy maquillada para bailar “Boys don’t cry” de The Cure o “Enjoy the silence…break the silence” de Depeche Mode.

Un amigo metalero me hizo conocer La Pestilencia “No queremos ley, ni queremos religión, no queremos más esta puta represión…” y, a pesar de que me gustó, esta música no fue mi prioridad. Me gustaban más las canciones de Prisioneros y Miguel Mateos, pero no tanto como “si yo no te tengo a ti” de Hombres G. Esa era la canción que se repetía una y otra vez cuando había una botella de Ron Viejo con Coca Cola al lado.

Después de la fiebre del Rock en Español, de llorar escuchando “Té para tres” de Soda Stéreo, en Soho escuché por primera vez “El amor después del amor tal vez…” de Fito Páez y ahí comenzó este amor que aún perdura. Gracias a una amiga y a una larga historia que no contaré conocí a Maná con “Como yo te deseo”, canción que bailaba encima de las sillas de cualquier bar. Pero, de forma paralela, me tomaba unos guaros, al ritmo de Julio Jaramillo y su “Copa Rota” y se me aguaban los ojos con la patética historia de Alci Acosta en “por qué se fue y por qué murió”.

No podía escuchar “La Barca” de otro de mis novios eternos, Luis Miguel, porque era capaz de tomarme media de guaro fondo blanco. Así transcurrió mi vida de canción en canción y cada una de ellas me recuerda a un momento y a cada persona que ha pasado por estos lares. Por eso, mi mamá, cuando yo estaba en el colegio, me decía: “ojalá se aprendiera las lecciones, así como se aprende las canciones” (léase con cara de mamá brava).

Sólo advierto que si alguien quiere estar en silencio conmigo, no lo logrará porque sin música no puedo concentrarme, así que tendrán de fondo a Don Tetto, Greenday, Santiago Cruz, Joaquín Sabina, Lady Gaga, Juanes, Shakira…hasta reggaetón con JBalvin, en fin, yo no discrimino porque música es música y su magia infinita. Así que, como el título del libro de Andrés Caicedo, “¡Qué viva la música!”

sábado, 28 de abril de 2012

Soila

Por: @CamiNogales



Eso de ser ama de casa es, literalmente, pa machos.  En mi generación, lo único que nos enseñaron fue a ser profesionales. A duras penas aprendí a tender la cama y con mucho esfuerzo. Si me quedaba sola y no me dejaban comida, no me moría de hambre porque para eso estaban la leche y los brownies.

En la cocina no tenía nada que hacer porque hasta el agua se me quemaba. Lo único que aprendí fue a desgranar arvejas porque mi mamá me pagaba 100 pesos por cada una. Del resto, yo pensaba que, por obra y gracia del Espíritu Santo, la ropa se lavaba, la comida se hacía y la casa se arreglaba.

Nunca me gustó jugar a la cocinita, ni pedí una vajilla para mi distracción. Prefería jugar al colegio, léase bien, ‘jugar’. Tampoco me insinuaron, ni me preocupé por enterarme qué era lo que hacía un ama de casa, ni me llegué a imaginar que algún día me tocaría . Ya era suficiente carga la que tenía con saber que debía estudiar y ser profesional. En ese entonces, el único polvo que quitaba era el de mi cama.

Yo pensé que la Pata Sola limpiaba el polvo, La Llorona barría y la Bola de Fuego lavaba la ropa, entre otros quehaceres. Por eso sólo hasta hoy me doy cuenta que mi mamá es una heroína, mucho más poderosa que la Mujer Maravilla: Trabajaba, nos preparaba la comida,  la ropa siempre estaba lista y la casa limpia. Haciéndole honor a la esponjilla Bom Bril, salí un poco tarde de mi casa con los mismos conocimientos que tenía cuando era niña: ninguno. Bueno, ya había avanzado: el agua no se me quemaba.

Ahí comencé a ser víctima de mí misma. Con la primera salsa de pasta que preparé casi muero de sobredosis de pasta de tomate y, peor aún, casi me parto una muela mordiendo la pasta ya se imaginarán por qué. Después, sin tener idea de hacer arroz, me dio por tirármelas de creativa y lo cociné con salsa de soya, salsa de tomate, carne, pollo, salchichas y me quedó un pegote que un amigo, cuando lo vio, me dijo que parecía vómito y, por obvias razones, no aceptó mi invitación.

También comí pollo a la plancha, pero crudo. Sí, por fuera doradito y por dentro rosado, hagan de cuenta como una carne al punto, con el agravante de que no era carne y tampoco estaba al punto. Lo único positivo era que, en ese momento, yo era la única responsable de mí misma y no corría el riesgo de que me demandaran por envenenamiento no intencional o como se diría en derecho, no agravado.

Ahora puedo concluir que el riesgo de entrar a la cocina es que uno se tenga que quedar, porque siempre hay algo que hacer y todo se ensucia. Me convertí en una mujer polifacética: soy la Pata Sola, la Llorona y la Bola de Fuego al mismo tiempo. Lo que más me preocupa es que estoy aprendiendo a cocinar y no lo hago nada mal. Por eso un día me dijeron que tenía sazón, pero me muero de la pena el único con ‘sasson’ en Colombia es Harry, del resto ninguno y mucho menos yo. Estoy realmente preocupada porque me estoy ganando la cocina como un lugar privilegiado en la casa.

Claro que también soy experta en quemar pancakes al desayuno los domingos, pero por lo menos  tiendo bien la cama. Me estoy volviendo toda un ama de casa empírica. Arreglo la cocina, lavo el excusado con las mismas ganas con las que entro, barro, cocino y trapeo, pero eso sí con música de fondo y cantando. No sólo he descubierto la Soila que llevaba dentro, sino también la Shakira, pues la escoba y yo somos el dúo perfecto, y el trapero también me sirve para practicar el baile del tubo. Aprovecho también cuando me subo en la butaca para limpiar la parte superior de la alacena para seguir cantando con Juan Gabriel: “Queridaaaaaa, por lo que más quieras tú más ven, más compasión de mí tú teeeeeen…”

Me he tomado tan a pecho el papel de Soila que sólo les puedo decir que en este momento hay cosecha de mangos, que la papa ha subido, que me gusta más preparar el Arroz Doña Pepa que el Roa. Si compran carne molida, háganla lo más rápido que puedan porque si no se daña. A pesar de que me echo perfume, en mí predomina el olor a cebolla y mis manos permanecen amarillas porque el color (no precisamente el Prismacolor) sino el condimento, siempre se me riega.  El manicure no me dura nada a pesar de que uso guantes para lavar la loza.

No crean que la que está escribiendo esto es un Ama de Casa Desesperada o tal vez sí pero apenas en potencia. Simplemente soy Soila, cuya satisfacción diaria es ver la casa totalmente arreglada, aunque sea por sólo 15 minutos porque todo se vuelve a desorganizar en cuestión de segundos. Mi principal preocupación diaria es ¿qué voy a  hacer de almuerzo? Una vez resuelvo ese interrogante es cuestión sólo de ponerse a trabajar. Cada vez que tengo una duda acudo al consultorio telefónico de aquel lugar que me resguardó por tantos años: El Hotel Mamá. Y en medio de las papas, cuchillos y detergentes sigo aprendiendo que ser Soila no es tan fácil como parece.  

lunes, 23 de enero de 2012

Mi primer intento de Stand Up




Mi blog Bobaditas Varias cumplirá dos años en mayo y tal como lo dice su nombre no he escrito sino maricadas. Ha sido un ejercicio divertido, pero nada fácil porque su redacción, no solo me obliga a acudir a la memoria, sino a usar mi creatividad. Además, el prójimo que siempre está en todos los textos no siempre se pone feliz de que lo lance al estrellato, léanse mi mamá y mi hermana, que salen a relucir en la mayoría de los textos.



En cambio a los demás los mantengo en el anonimato porque un amigo puede ser cualquier persona, pero mamá y hermana solo son unas así que, casi siempre, llevan del bulto.  El primer texto que me llevó a crear este blog se llama ‘Mi testamento’, lo inspiró la muerte de un ser muy querido que, aunque me dolió en lo más profundo de mi alma, me indignó totalmente ver los diferentes comportamientos humanos en la funeraria. Por eso concluí que, cuando me toque mi turno, me reservaré los derechos de admisión. Esa es la instrucción perentoria a mis familiares.

Pero los que decidieron reservarse los derechos de admisión antes de tiempo fueron los de  Comunidades Semana y me tocó coger mis corotos, o sea mis posts, y trastearme a Comunidades Blog. Así las cosas, perdí las estadísticas de las visitas que, aunque no lo crean (ni yo tampoco), ya eran representativas.

Después un gran amigo y webmaster me motivó a conseguir mi propio dominio y, desde julio de 2011, nació http://caminogales.com. Fue un parto natural y sin dolor y, desde entonces, esa es mi niña consentida.

A partir de ese momento, se me metió en la cabeza darle vida a esas historias locas vividas que tanto me han inspirado, pero no tenía tiempo, tampoco lo sacaba y temía correr el riesgo de hacer semejante oso.

En el camino me encontré con muchos amigos (o enemigos) que me alentaban a hacerlo, pero eso solo quedaba en palabras de borracho al día siguiente. En noviembre finalicé un proyecto de todo un año, bueno…para ser honesta me finalizaron, pero aclaro que no fue por incompetente porque salí con honores. Por lo tanto, pensé que en mi tiempo libre iba a empezar a escribir un monólogo que luego lo adaptaría a un show de stand up comedy. Mis amigos más cercanos que conocen todas mis locuras, incluso esa idea, me apoyaron, pero yo no salí con nada, puro bla bla bla.

Hace dos semanas vi una convocatoria del Festival Iberoamericano de Teatro para diferentes artistas, entre esos exponentes de este género y una fuerza superior me impidió pensar y solo actuar. Conseguí quién me alcahueteara este trabajo y empezamos de una a adaptar apartes de mis posts para plasmarlos en un video de 15 minutos y logramos nuestro primer intento para alcanzar a presentarme a esta convocatoria.

El proceso fue divertido, pero nada fácil. Primero libretos y luego actuarlos…¡ah y qué me dicen de la memoria! Nadie valora este trabajo que es implacable y debe salir perfecto. Yo creo que desde las tablas de multiplicar no ejercitaba la memoria, así que fue un trabajo de mucha paciencia, no solo mía, pero salió.

En este momento estoy tratando de superar la pena que me da y ser consecuente con esa decisión, pero no es fácil. He recibido toda clase de comentarios, algunos benévolos teniendo en cuenta que es mi primera vez…”Sí, la primera, a pesar de la edad”, pero otros más críticos lo que me parece perfecto porque ya entrada en gastos, no tengo otra opción que trabajar hasta perfeccionarlo. Eso sí, aclaro que todas estas críticas han sido con el mayor cariño y así las he recibido. Ahí perdonarán los comediantes por lo que verán, espero que entiendan que soy una aprendiz y recibo, además de palo, muchos consejos.

Con este post de mi Blog que, por cierto, es el número 40, desafío la vergüenza que me da y lo subiré para que lo juzguen. Eso sí, prometo seguir trabajando y puliéndolo hasta perfeccionarlo y ustedes serán testigos de otra de mis locuras.  





lunes, 9 de enero de 2012

Cortes de pelo


Por: @CamiNogales




Desde que nacemos hasta que morimos el pelo sufre, al igual que nuestro cuerpo, de muchas transformaciones. Además, estos cambios están sujetos, en algunas ocasiones, al estado de ánimo, al mantenimiento del mismo o al desparche en el que nos encontremos.

En los primeros años de vida no somos autónomos para escoger el corte que más se ajuste a nosotros, ni el peluquero, ni el día en que debemos ir a la peluquería. Les confieso que mi mamá sufrió mucho, con esta hermosa neonata, a la que le salieron muchos pelos monos, pero de una textura demasiada delgada, los cuales se enredaban entre el parietal y el occipital, y se asemejaban a una esponjilla insertada en la parte posterior de la cabeza. Misión imposible era intentar desenredar este pelo, relata mi progenitora, quien dijo que la solución fue llevarme a la peluquería para que me cortaran ese Bom Bril de mi cabeza.

A eso de los ocho años, tenía el pelo largo, pero éste seguía siendo algo escaso, así que mi mamá quería calvearme. Conjugo el verbo querer en pretérito imperfecto porque ella no lo logró, pues a pesar de mi corta edad, me rebelé. Es que cómo se imaginan que iba a llegar como una bola de billar al colegio. ¿Para que me la montaran? Era chiquita, pero bobita tampoco. En ese entonces, mi pelo se mantenía en perfecto estado porque sólo me lo lavaba los domingos, que era el consabido día de baño.

Siempre mantuve mi pelo largo con capul, lo que me permitía hacerme dos colas como las de la Chilindrina: sí, una arriba y otra abajo, cogerme hebillas, media cola, una cola, en fin...como el pelo crece tan rápido, el capul hay que cortarlo constantemente para poder ver porque, de lo contrario, esos pelos impiden disfrutar en su totalidad del sentido de la vista.

Eso no tiene nada de malo, pero ¿por qué, en lugar de llevarme nuevamente a una peluquería, mi mamá tenía que ponerme en manos de mi abuela que no era precisamente una estilista? Bonito el capul de burro y disparejo que me dejó. Lo peor, es que la constancia quedó en una foto para la posteridad del colegio en el que estudiaba. También tuve una totuma en la cabeza, pero les juro que me veía divina.

Bueno, pasaron los años y con ellos la autonomía para hacer con mi pelo lo que se me diera la gana. Mi corte era normal, lo tenía parejo y con capul y me peinaba de diferentes formas. Pero de repente empecé a darme cuenta que el corte le imprimía un sello especial a la personalidad. Así que, cuando cumplí 15 años, en lugar de dejar mi pelo largo para que me hicieran un peinado femenino, opté porque me lo cortaran como una piña y si se preguntan cómo era el corte, pues miren una piña e imaginénselo.

Luego, me dejé crecer el pelo pero quería un nuevo cambio. Así que me hice la permanente, pero quedé inconforme con el color. Quería ser mona, entonces lo logré con un líquido que ni siquiera era tintura sino una mezcla de agua oxigenada con amoniaco. No logré mi objetivo, porque quedé más bien color zanahoria. Lo importante es que yo me sentía divina, a pesar de que el pelo se me encogió y me quedó debajo de las orejas y bien espantado. En ese entonces me podían llamar Camila Goldwyn Meyer.

Eso no bastó, me corté el pelo en capas, corte que incluía la patilla bien cortica que contrastaba con la parte de atrás larga. Sí, estilo Jorge Bermúdez, alias ‘El Patrón’. También fui toda una Virgen de Pueblo con esa ‘greña’ casi hasta la cintura y totalmente pareja. Por lo general, siempre tenía un corte normal, pero un punto de giro en mi vida, determinaba un cambio en mi look, que no siempre era favorable.

Por eso no era difícil decir ya vengo, y volver, después de tener el pelo largo, como un niño, sin importar si se me veía bien o mal, como le pasó a Britney Spears cuando optó por calvearse. Se trataba de una acción completamente liberadora. O cambiar de color de pelo castaño a un rojo incendio, o pintarme solo un mechón. Estas decisiones tenían un trasfondo que sólo conoce cada uno de los peluqueros por los que he pasado, pues es en su lugar de trabajo donde uno deja regada toda su vida personal.

Recuerdo a la perfección que tenía como 14 años cuando fui a una peluquería con mi mejor amiga y estaba Armando Gutiérrez (el actor). Además de la emoción que nos produjo conocer a alguien famoso, nos hicimos ‘amigas’ de él y le empezamos a hablar de nuestras tragas de la época. Fue tal la lora que, cuando se iba, nos dejó una servilleta firmada a cada una con el nombre de su respectivo amor.

Aunque la relación con el peluquero es efímera, es como la de un cura con el feligrés cuando se confiesa o tal vez más estrecha porque, por lo menos, es sincera. No sé qué tienen ellos para que, paralelo al cambio que se quiere tener, uno les cuente todos los detalles de la coyuntura actual de la vida sentimental, financiera, laboral y familiar.

Lo que si sé es que cada vez que quiero cambiar algo en mi vida o que simplemente ese cambio se da, queriéndolo o no, salgo corriendo a donde mi peluquero, donde me hago todos los cambios y además me someto a una terapia más efectiva que la de un psicólogo en la que les deja poco espacio para opinar después de semejante monólogo que les interrumpe su labor, pero que ellos ya saben cómo capotear.

Aún he querido hacerme mil locuras, pero mi peluquero actual es demasiado profesional y me impide satisfacer mis caprichos momentáneos, me hace cambios pero que me luzcan y no acordes con mi estado de ánimo algo ciclotímico a veces, por eso, aunque sé que quiero hacerme un cambio extremo, como los que me hacía en mi adolescencia, seguiré bien puestecita porque mi peluquero así lo decide.