Por: @CamiNogales
Todo comenzó a mitad de año, apenas me enteré que Don Tetto, mi grupo de rock colombiano favorito, ofrecería un concierto en Bogotá. Intenté conseguir compañero, pero mi esfuerzo fue en vano. Es más, a quienes les vendía éste como uno de los mejores conciertos de artistas colombianos, se burlaban no porque dudaran del talento de sus integrantes, sino de mi gusto musical adolescente a pesar de estar más allá del tercer piso.
No conseguí quién me acompañara, lo que no fue un obstáculo para comprar la boleta, ubicada en platea, porque quería ver de cerca su show. Aunque, después de tomar esa decisión, fui objeto de burla de varios amigos, no me importó porque ya estoy lo suficientemente madurita para ser consecuente con mis gustos, independientemente de la opinión de los demás.
La música de Don Tetto me encanta y, además, su espectáculo era innovador. DT 360… ¿Qué significaba eso? Pues que sus integrantes girarían y desde cualquier parte del escenario del Palacio de los Deportes se podría ver a cada uno de ellos.
Llegó el día y me puse pinta juvenil para no desentonar en el lugar. Pantalones negros anchos con muchos bolsillos, esqueleto, saco y tenis. A eso de las 4:00 p.m. salí feliz y, veinte minutos después, esta felicidad se empañó por cuenta de un pequeño detalle: no es suficiente con comprar una boleta para un espectáculo, es necesario llevarla porque, de lo contrario, se corre el riesgo de no poder entrar al mismo.
Por lo tanto, en pleno aguacero novembrino, me tocó devolverme a mi casa. Fueron siete largas cuadras en las que me dí un duchazo que fácilmente justificarían mi falta de baño en lo que resta del año. A pesar de quedar como un pollo para estar a tono con los ‘polluelos’, llegué a mi casa, me cambié y recogí la boleta.
Finalmente llegué al lugar a hacer fila y como llovía y tenía sombrilla grande de mamá, me aproveché de esta arma para conseguir amigos en la fila. Así lo hice, el problema es que al niño que cobijé se le comieron la lengua los ratones y ni siquiera dijo ‘gracias’.
Intenté armarle conversación diciendo “qué aguacero, ¿no?” pero creo que esos códigos sólo sirven para hacer amigos contemporáneos en la fila de un banco porque no tuve éxito y apenas el polluelín, de más o menos 16 años, encontró la oportunidad, se salió del paraguas, sin agradecerme y me dejó como llegué: sola.
Luego entré al Palacio de los Deportes y gracias a la Blackberry aparentaba estar muy ocupada. Mi ocupación era twittear y narrar cada momento del concierto. Aparenté ser experta en música y ‘supuestamente’ descifré el secreto del 360. Digo ‘supuestamente’ porque así fue y no cuento más porque tampoco se trata de desprestigiarme a mí misma en mi propio blog.
Allí había de toda clase de jóvenes (esa palabra ‘jóvenes’ me suena a que fue dicha por mi tía). Desde el más nerd, hasta el más alterno. Hubo tres que llamaron mi atención: dos con el torso desnudo y con pintura amarilla y anaranjada que tenían en su pecho un letrero que decía “Don Tetto” y otro “yeahh”. Menos mal ya no tengo 15 años porque si así fuera, hubiera hecho topless para exhibir esos mismos letreros en mi cuerpo.
A otro no le pude quitar el ojo porque tenía unas candongas verdes, grandes y gruesas. Yo era la única que lo miraba, así que creo que era normal, pero, para mí, por obvias razones, no lo era tanto.
De pronto, una niña se acercó y me dijo: “señora, por favor ¿me vende un minuto?” A pesar del tan odiado “señora” fui muy gentil y le respondí que con mucho gusto. Ella me explicó que debía llamar a su mamá para que le llevara su tarjeta de identidad porque un policía la había regañado. Luego, me preguntó que a quién iba a acompañar y yo le dije que a nadie que estaba sola e iba a disfrutar mi concierto.
Ella, con risa burlesca, pero muy generosa a la vez con la tercera edad, me invitó a hacerme adelante al lado de la Tettomanía (club de fans de Don Tetto). Le agradecí su gesto, pero opté por quedarme atrás. Sabia decisión porque segundos después cantaban: “Somos Tettomaniacos de corazón. Estamos en DT360 porque Don Tetto es lo mejor”.
Pero mi consuelo fue un señor, estoy segura que mayor que yo, quien tenía una camiseta negra que, en letras blancas, decía: “Para jóvenes más activos Don Tetto te pone a brincar en la casa”.
Sí, lo reconozco eran pocos adultos que asistieron al concierto y quienes lo hicieron, por lo general, acompañaban a sus hijos o sobrinos, pero eso no me impidió disfrutar al máximo. Así que cuando empezó, todos nos volvimos pares, ya no había diferencia de nada porque yo me sabía todas las canciones y salté y bailé toda la noche, al igual que ellos. Desde entonces, pasé desapercibida.
Aunque hubo un atentado contra el órgano principal del aparato circulatorio, léase mi corazón. Cuando, de repente en una canción (Adicto al dolor), un grupo de peques comenzaron a ‘echar puño y pata’. Mi mecanismo de defensa fue saltar para atrás, pero no se trataba de una pelea, ni nada por el estilo, era un simple 'pogo' del que debí formar parte para que quienes estaban a mi alrededor me miraran con más respeto.
Lo cierto es que disfruté sola de este concierto. Amé el rock colombiano y, especialmente, a este grupo, conformado por unos muchachos que componen, cantan y tocan como si fuera el último día de sus vidas.
Qué talento tan impresionante y qué humildad. Estoy segura que, quienes se burlaron de mí, tendrán que callarse por un buen tiempo porque este grupo colombiano se está internacionalizando. Y yo feliz porque apoyé lo más bello que tiene nuestro país: la música. Así las cosas, me gocé el concierto de Don Tetto.
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