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lunes, 28 de noviembre de 2011

Las corbatas



Por: @CamiNogales



De acuerdo con la Biblia de Internet, Wikipedia, una corbata es “un complemento de la camisa, que consiste en una tira, generalmente hecha de seda o de otro material que se anuda o enlaza alrededor del cuello, dejando caer sus extremos, con fines estéticos”, la cual es generalmente de uso masculino. Las hay de distintos colores, estilos y marcas pero todas ellas tienen un denominador común.

Mi definición sería más simple: un accesorio para hombre. Sin embargo, después de esta introducción, siento desilusionarlos porque no hablaré precisamente de esta prenda de vestir, sino de otro tipo de ‘corbatas’ que se encuentran en el lugar de trabajo, especialmente, en el sector público.

Yo me pregunto por qué se les llama corbatas. Para responder a esta pregunta, me remito a mi definición y acudiendo a los silogismos deduzco que son simples accesorios que adornan las oficinas. Aunque no lo crean, de esos hay por montones y, lo peor de todo, es que tienen el tótem de la inmunidad y no podrán ser despedidos de su lugar de trabajo, a pesar de su ineficacia, ineptitud y su escasa voluntad.

Algunos se creen divas y como tales hacen exigencias para poder realizar su trabajo. Si por algún motivo tuvieron que trasnochar trabajando, no los esperen al día siguiente antes de las 2:00 p.m. porque deben recuperar el sueño perdido la noche anterior. Si el jefe les hace algún reclamo, no tendrán ningún reparo en presentarle ese mismo argumento con toda la desfachatez del mundo.

Tampoco se extrañe si pone a hacerle un trabajo después de las 6:00 p.m. porque, probablemente, acuda al plagio y cuando lo descubra, tampoco lo negará. ¿La razón de dicha actitud? Pues era obvia…cansancio.  Lo peor es que, al ser descubierto, ni siquiera se sonroja y reacciona altivamente.

La peor ofensa para una corbata no es, precisamente, un ‘madrazo’, sino ponerla a trabajar. Pero bueno, a ese tipo de corbatas, que no son Hermés, se les debe agradecer por asistir al lugar de trabajo porque hay otras ‘fantasmas’ que sólo aparecen el día en que se firma el contrato y, si no tienen mensajero, a finales de mes para pasar su cuenta de cobro con el reporte de actividades. Lo que no comprendo es qué escriben en dicho informe o…¿será igual de fantasmático a ellas?

Tampoco se arriesgue a exigirles un poco de esfuerzo porque a cambio puede ganarse una demanda de acoso y explotación laboral y, pues, con justa razón. Si están haciendo trabajos de la universidad, navegando en Facebook, viendo videos y repasando las novelas de la noche anterior, no se le ocurra interrumpir. Respete.

Y si llegan con un trabajo mediocre, agradezca…por lo menos trabajaron. Sin embargo, hay un día al mes en el que todas sus capacidades ocultas salen a flote y es antes del 30, porque obviamente no esperan el último día para hacer los trámites de la cuenta de cobro. Qué diligencia para llamar y preguntar al área administrativa y financiera con el fin de radicar este documento y evitar la devolución del mismo, cuya suma es alta pero contrasta con el informe de actividades mensual que se asemeja a un informe semanal…y eso.

Estas corbatas siempre serán las mejor remuneradas y nunca serán despedidas y tampoco se les medirá por su rendimiento laboral, así que si usted no pertenece a este grupo, no critique…sólo laméntese porque le tocará trabajar el doble o a veces el triple, dependiendo del estilo de corbatas que tenga a su alrededor, y le pagarán la mitad de lo que ellos devengan.

Además, en el momento menos pensado, más temprano que tarde usted será el despedido de su trabajo…con todos los honores, pero desempleado al fin y al cabo. Entretanto, ellos seguirán ahí a paso lento, pero seguro.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Me gocé el concierto de Don Tetto


Por: @CamiNogales

Todo comenzó a mitad de año, apenas me enteré que Don Tetto, mi grupo de rock colombiano favorito, ofrecería un concierto en Bogotá. Intenté conseguir compañero, pero mi esfuerzo fue en vano. Es más, a quienes les vendía éste como uno de los mejores conciertos de artistas colombianos, se burlaban no porque dudaran del talento de sus integrantes, sino de mi gusto musical adolescente a pesar de estar más allá del tercer piso.

No conseguí quién me acompañara, lo que no fue un obstáculo para comprar la boleta, ubicada en platea, porque quería ver de cerca su show. Aunque, después de tomar esa decisión, fui objeto de burla de varios amigos, no me importó porque ya estoy lo suficientemente madurita para ser consecuente con mis gustos, independientemente de la opinión de los demás.

La música de Don Tetto me encanta y, además, su espectáculo era innovador. DT 360… ¿Qué significaba eso? Pues que sus integrantes girarían y desde cualquier parte del escenario del Palacio de los Deportes se podría ver a cada uno de ellos.

Llegó el día y me puse pinta juvenil para no desentonar en el lugar. Pantalones negros anchos con muchos bolsillos, esqueleto, saco y tenis. A eso de las 4:00 p.m. salí feliz y, veinte minutos después, esta felicidad se empañó por cuenta de un pequeño detalle: no es suficiente con comprar una boleta para un espectáculo, es necesario llevarla porque, de lo contrario, se corre el riesgo de no poder entrar al mismo.  

Por lo tanto, en pleno aguacero novembrino, me tocó devolverme a mi casa. Fueron siete largas cuadras en las que me dí un duchazo que fácilmente justificarían mi falta de baño en lo que resta del año. A pesar de quedar como un pollo para estar a tono con los ‘polluelos’, llegué a mi casa, me cambié y recogí la boleta.

Finalmente llegué al lugar a hacer fila y como llovía y tenía sombrilla grande de mamá, me aproveché de esta arma para conseguir amigos en la fila. Así lo hice, el problema es que al niño que cobijé se le comieron la lengua los ratones y ni siquiera dijo ‘gracias’.

Intenté armarle conversación diciendo “qué aguacero, ¿no?” pero creo que esos códigos sólo sirven para hacer amigos contemporáneos en la fila de un banco porque no tuve éxito y apenas el polluelín, de más o menos 16 años, encontró la oportunidad, se salió del paraguas, sin agradecerme y me dejó como llegué: sola.

Luego entré al Palacio de los Deportes y gracias a la Blackberry aparentaba estar muy ocupada. Mi ocupación era twittear y narrar cada momento del concierto. Aparenté ser experta en música y ‘supuestamente’ descifré el secreto del 360. Digo ‘supuestamente’ porque así fue y no cuento más porque tampoco se trata de desprestigiarme a mí misma en mi propio blog.

Allí había de toda clase de jóvenes (esa palabra ‘jóvenes’ me suena a que fue dicha por mi tía). Desde el más nerd, hasta el más alterno. Hubo tres que llamaron mi atención: dos con el torso desnudo y con pintura amarilla y anaranjada que tenían en su pecho un letrero que decía “Don Tetto” y otro “yeahh”. Menos mal ya no tengo 15 años porque si así fuera, hubiera hecho topless para exhibir esos mismos letreros en mi cuerpo.

A otro no le pude quitar el ojo porque tenía unas candongas verdes, grandes y gruesas. Yo era la única que lo miraba, así que creo que era normal, pero, para mí, por obvias razones, no lo era tanto.

De pronto, una niña se acercó y me dijo: “señora, por favor ¿me vende un minuto?” A pesar del tan odiado “señora” fui muy gentil y le respondí que con mucho gusto. Ella me explicó que debía llamar a su mamá para que le llevara su tarjeta de identidad porque un policía la había regañado. Luego, me preguntó que a quién iba a acompañar y yo le dije que a nadie que estaba sola e iba a disfrutar mi concierto.

Ella, con risa burlesca, pero muy generosa a la vez con la tercera edad, me invitó a hacerme adelante al lado de la Tettomanía (club de fans de Don Tetto). Le agradecí su gesto, pero opté por quedarme atrás. Sabia decisión porque segundos después cantaban: “Somos Tettomaniacos de corazón. Estamos en DT360 porque Don Tetto es lo mejor”.

Pero mi consuelo fue un señor, estoy segura que mayor que yo, quien tenía una camiseta negra que, en letras blancas, decía: “Para jóvenes más activos Don Tetto te pone a brincar en la casa”.

Sí, lo reconozco eran pocos adultos que asistieron al concierto y quienes lo hicieron, por lo general, acompañaban a sus hijos o sobrinos, pero eso no me impidió disfrutar al máximo. Así que cuando empezó, todos nos volvimos pares, ya no había diferencia de nada porque yo me sabía todas las canciones y salté y bailé toda la noche, al igual que ellos. Desde entonces, pasé desapercibida.

Aunque hubo un atentado contra el órgano principal del aparato circulatorio, léase mi corazón. Cuando, de repente en una canción (Adicto al dolor), un grupo de peques comenzaron a ‘echar puño y pata’. Mi mecanismo de defensa fue saltar para atrás, pero no se trataba de una pelea, ni nada por el estilo, era un simple 'pogo' del que debí formar parte para que quienes estaban a mi alrededor me miraran con más respeto.


Lo cierto es que disfruté sola de este concierto. Amé el rock colombiano y, especialmente, a este grupo, conformado por unos muchachos que componen, cantan y tocan como si fuera el último día de sus vidas.

Qué talento tan impresionante y qué humildad. Estoy segura que, quienes se burlaron de mí, tendrán que callarse por un buen tiempo porque este grupo colombiano se está internacionalizando. Y yo feliz porque apoyé lo más bello que tiene nuestro país: la música. Así las cosas, me gocé el concierto de Don Tetto.