Por @CamiNogales
Si buscan energía positiva en este post, están en el lugar equivocado. Como el título lo sugiere, les reitero que aquí no me voy a referir a un solo hecho positivo, así que, para ese fin, pueden acudir a “El Alquimista” de Paulo Coelho. Si lo que buscan es literatura más profunda hecha canción, escuchen a Ricardo Arjona. Así que les advierto que aquí sólo van a encontrar lamentos de un ser humano por las realidades que vive a diario y que lo desesperan.
Hay cierta clase de personas que a mí me pueden ‘emputar’, disculparán el término pero de verdad no encuentro una palabra diferente para describir este sentimiento. Empecemos por los ‘viejos’, mayores de 50 años, que se resisten a envejecer y creen que el pelo largo es una señal de juventud y que sus canas los hacen ver más interesantes, como las iluminaciones a las mujeres. Esto empeora cuando no se abotonan bien la camisa y dejan al aire libre su pelo en pecho. Se creen todos unos latin lovers pero del hogar geriátrico al que van a llegar.
“Tatsi, setso, ecsenario, edselente, IFECS, Mayami…” Las personas que pronuncian así estas palabras me producen exactamente lo mismo que los señores mayores de edad descritos anteriormente. Nada comparado con aquellos que, cuando están bailando, empiezan a llevar el ritmo de la música con un “sssssstststs”, en el oído de su pareja, como le pasó a un amigo.
Pero tal vez una de las cosas más aburridoras es la típica pregunta “¿eres casada?” a cuya respuesta negativa comentan “pero por qué una mujer tan bonita no es casada”. ¿Qué se supone que uno debe responder a esto? Aún no sé qué se le debe contestar al idiota que hace esta pregunta, ni me importa.
Pero qué me dicen cuando uno llama a saludar a una persona con todo el ánimo y a la pregunta de “cómo está” responde “ahí”. Detrás de esas tres letras hay un muro de lamentos y lo más grave es que nos confunden con un buzón de quejas y reclamos.
También está el ególatra que, tras más de una hora de monólogo, pregunta “ahh y tú cómo estás”…la única opción es responder “bien, gracias. Me encantó saber de ti. Chaooo” porque ya ni ganas quedan de hablar.
Los indios con poder son lo más desagradable que ha podido tener la humanidad. Como dicen por ahí ‘el que no ha visto a Dios cuando lo ve se asusta’ y eso está 100 por ciento demostrado en las porquerías que hacen ese tipo de personas cuando tienen las facultades para hacerlo.
El típico charlador de la fila de bancos empieza a mirar, subir la ceja, y hacer ruidos como “hmm”. Luego afirma “es que no hay cajeros”, comenta el clima, la atención del banco y, con dichas afirmaciones, lo que busca es entablar una amistad con la persona que esté al lado suyo.
Irme de jeta contra el planeta me reemputa y tropezarme con todo también. Sin embargo, he aprendido a sobrellevar lo segundo porque me ocurre todo el tiempo, pero la impotencia de sentir que me estoy cayendo y no poder hacer nada me indigna y, peor aún, darme cuenta que muchos espectadores presenciaron esta caída libre.
Por eso, la última vez que me pasó (hace dos días) me levanté con dignidad como si no tuviera las manos verdes por el pasto, con las que evité una tragedia peor.
Pero los desgraciados que manejan camioneta en una tarde de lluvia y ven a un peatón desprevenido al que le aceleran cuando pasan por el charco para lavarlos, no tienen perdón de Dios. Esto debería ser objeto de multa y de cárcel porque lo que sí es cierto es que de 10 veces que pasa un hecho de estos, sólo uno es por accidente.
No sé si a ustedes les pasará pero yo, por lo menos, no tengo derecho a estar seria. Debo reírme todo el día porque si no es así piensan que estoy brava. “¿Qué te pasa? ¿Estás brava?” “No estoy brava” “Sí, tienes algo. Estás brava” y pues ya la segunda respuesta es con un tono más enérgico que la primera porque creo que estas son palabras mágicas que logran el objetivo que es, como se dice coloquialmente, 'sacar la piedra'.
Qué tal cuando, con los dedos índice y anular, golpean el hombro durante un periodo de tiempo algo prolongado demandando atención. Ahí sí nada qué hacer y se me sale el Rocky Balboa que llevo dentro y no respondo por mis actos.
No falta la persona que saluda de una manera tan afectuosa que pega tan duro en la espalda y deja a su interlocutor sin aire o el que aprieta la mano tanto que después toca hacer estiramientos.
Los que escupen cuando hablan, los que gritan en el oído como si estuvieran hablando con el más sordo, los hombres que se embetunan el pelo color negro azabache para tapar las canas, las mujeres que se ponen ombliguera para lucir sus llantas y los guisos que se creen “setsis”, son entre otros, personajes que también me emputan.