Por: @CamiNogales
Desde que tengo uso de razón me ha gustado la música, pero el día que vi en la televisión a cinco pequeñuelos vestidos con unos leggings brillantes, botines y camisas estilo marciano, con hombros descubiertos y algo mechudos, comenzó una nueva etapa en mi vida. Ellos eran Charlie, Xavier, Ricky, Johnny, Miguel y René.
Estos pequeños, sin pelo en pecho, cantaban: “Súbete a mi moto, nunca has conocido un amor tan veloz...” Esto fue amor a primera vista. Pero hubo uno, en particular, que me robó el corazón: el monito que se llamaba Xavier, tal y como lo ven, no Javier, sino Zavier (sic) y cantaba con una voz algo grave: “Una bruja fantástica me dio una fórmula…”
Así fue que me enfermé de ‘menuditis’, un virus que nos tenía afectadas a la mayoría de niñas de mi edad. Uno de los primeros síntomas fue la pared de mi cuarto, para ser más exacta, ya no había pared, sino afiches de Menudo que yo creo que, a medianoche, eran sombras que asustarían a cualquiera, menos a mí.
Tenía todos los discos y casetes, incluso los villancicos de Navidad, y su música era lo que se oía siempre en el ‘tocadiscos’ de mi casa. La mayor damnificada de esta ‘Aventura Llamada Menudo’ fue mi mamá porque tenía que acompañarme a cine y verme llorar por lo malvada que era la ‘Señora Mía’ y por los celos que me dieron al conocer a Rayito, la novia oficial de Xavier. Y ni hablar de un concierto en el Coliseo El Campín, en el que grité todo el tiempo y lloré cuando Miguel, sentado en el escenario, cantó “Cuando Pasará”.
Pero el síntoma más grave de aquella enfermedad eran mis idas al hotel Cosmos 100, cada vez que ellos venían al país. Allá llegaba todas las tardes después del colegio con mi chaqueta azul impermeable marca Menudo. Me iba sola, volada de la casa después de decirle alguna mentirilla piadosa a mi mamá que se encontraba trabajando, y me hacía amiga de otras chiquis con las que compartíamos el mismo perfil psicológico. Una de esas tardes constaté que, entre todos los males yo tenía el menor, pues yo sólo gritaba cuando alguien movía la cortina de su habitación y les rogaba, en vano, a los Policías que me dejaran ingresar al hotel.
Entretanto, una amiga que acababa de conocer, en medio de una conversación profunda y trascendental digna de esa edad, me confesó que le gustaba Ricky. ¿Se acuerdan del más feito? ¿El de los brackets? Sí, ese mismo. Pues cuando Ricky se asomó a la ventana y dijo, con la mano, adiós, mi pequeña amiga se desmayó y la tuvieron que sacar en camilla. Ahí sí me asusté, pero ese incidente no impidió que, al día siguiente, llegara nuevamente a la puerta del hotel y conociera a Laura, que moría por Charlie y le envió una nota. Como no tenía teléfono en su casa, le anotó el mío.
Esa noche Charlie llamó a mi casa y preguntó por Laura y yo casi me desmayo. A lo lejos se oía más bulla y, en medio de ese ruido, yo intentaba explicarle que no era Laura, pero que era yo, tenía la voz como temblorosa y de los mismos nervios hablé más arameo que español, y me colgó.
También les escribí una carta, que me hubiera gustado guardar, porque no alcanzo a imaginar qué pude escribir, lo cierto es que luego recibí una respuesta de ellos, firmada por Xavier, despidiéndose del grupo. Yo creí que se trataba de una señal divina y que esa fotocopia sólo me había llegado a mí (sí, como no). La primera desilusión que sufrí como ‘fan enamorada’, fue la despedida de Xavier en el Madison Square Garden, la cual transmitieron por televisión y en la que lloré más que cuando perdí Biología en segundo de primaria.
La salida de Xavier, a causa de sus 15 años, partió mi vida en dos y yo no volví a ser la misma, pero sólo por unos cuantos segundos. Cuando ví a Ray, su reemplazo, cantar “si tú no estás junto a mí, no puedo cantar…” me enamoré profundamente y pude constatar que un clavo sí saca otro clavo.
Así fue mi historia de amor por este grupo y les voy a confesar que, por esta razón, de algún modo, me siento responsable de la condición sexual actual de Ricky Martin. Pero esto no acabó ahí, el ciclo se cerró en 1998, en el Reencuentro, cuando se reunieron nuevamente para cantar sus canciones y hacer las mismas coreografías. La diferencia radicó en que ya tenían poco más de 30 años, un poco de barriga y una que otra arruguita en la cara, pero esto no les impidió vestir pantalones de cuero y esqueletos brillantes. Allá estuve yo y lo peor es que, al verlos bailar “lluvia, lluvia, arco iris” mi actitud fue similar a la de aquella niña, que hasta el día de hoy se sabe sus coreografías y canta sus canciones.
Aunque no niego que, en la actualidad, soy fan de Don Tetto, Fito Páez, Greenday y Bon Jovi, creo que cada vez soy más recatada en ese sentido o la palabra sería más bien solapada porque, a estas alturas del partido, no me queda nada bien actuar como esa ‘fan enamorada’, aunque esta condición me haya traicionado el subconsciente, un par de veces, como ocurrió con Hombres G, Maná y Fito, pero ese será tema de otro blog.
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