Por @CamiNogales
¿Alguna vez vieron ese programa, cuyo título traducido al español es ‘La Niñera’ protagonizado por Fran Drescher, quien interpretaba a la ‘Nana Fine’? Era una serie norteamericana basada en una niñera que cuidaba tres niños, sin tener la experiencia para hacerlo, y se enamora del padre de ellos.
Aunque mi historia no es como la de ella, me identifico en la falta de experiencia para enfrentar situaciones con estos “locos bajitos” como diría Joan Manuel Serrat. Confieso que, en principio, les tenía temor y con mayor razón recién nacidos, por su fragilidad que, combinada con mi torpeza, se convertían en una bomba de tiempo que iba en contravía de una semillita que empezaba a germinar.
Recuerdo que bebé que pusieran en mis brazos, en menos de 30 segundos, lloraba y gritaba y sus padres tenían que llegar a su rescate de inmediato. No entendía por qué si yo no hacía nada, ni siquiera respiraba. ¿Sería eso?
Cuando se me quitó el miedo por estas pequeñas criaturitas, me causaron mucha curiosidad porque nunca entendía lo que pasaba por sus cabezas, aunque ahora lo entiendo menos. Por eso, cuando me di cuenta que por fin podía jugar con mi primito, a sus cuatro años, empecé a combatir ese temor.
Un día jugábamos a los animales. Yo le decía “eres un hipopótamo”, a lo que él respondía “tú eres un cocodrilo”…así duramos un buen tiempo, hasta que me gritó, con todo el esplendor de su inocencia, “¡eres una perra!”. ¿Adivinen qué? Concluí el juego ipso facto.
Pero el problema no fue sólo con él, sino con los papás. Una tarde estuvimos jugando varias horas y cuando llegó la mamá le pidió que le explicara el juego y él lo hizo con un lenguaje no muy acorde para niños refiriéndose al protagonista del mismo como “el man”. De una, la mamá, a quien no le gustó la terminología adquirida por el pequeño, pudo adivinar quién jugó con él.
Con el fin de estrechar nuestra amistad yo lo saludaba diciéndole: “hola parce”, a lo que él respondía “hola parsa” (dícese de parsa la versión femenina de parce). Tuvo que pasar mucho tiempo para que respondiera “hola parcerita”, expresión que no les debía gustar mucho a los papás. Lo mejor ocurrió en un paseo familiar en el que, de acuerdo con la ropa, les poníamos nombres de animales a los asistentes. Una de ellas, que estaba algo repuestica en ese entonces, llevaba una camiseta negra y el niño dijo que era una “ballena”. Sólo adivinen a quién miraron mal.
El éxito de nuestra amistad radicó en que ya no requería de tantos cuidados. Sin embargo, ésta se veía interrumpida cuando decía que quería ir al baño a “hacer popó”. En ese mismo instante, mi tarea concluía y yo clamaba, a gritos, por la presencia de una sustituta.
En términos generales, el balance de nuestra relación fue positivo. Pero la que he tenido con su hermanita ha sido aceptable, teniendo en cuenta que le dejé un trauma a los dos años y medio. Confiando un poco más de mis capacidades de "Nanny” decidí cuidarla una tarde.
Pero no conté con que la niña me dijera que le dolía la cola porque la tenía quemada. Ahí empezó Cristo a padecer. A mí se me ocurrió la brillante idea de decirle que si quería que le cambiara el pañal, a lo que ella respondió, de manera contundente: “Sí”.
Esa tarde fue peor que un vía crucis. Yo sabía que, para ese fin, se necesitaban crema, pañitos húmedos y, por supuesto, el pañal. Pero no sabía en qué orden iba. ¿Primero el pañal, encima la crema y, finalmente, los pañitos húmedos en las manos del bebé?
Aquí abro un paréntesis para quejarme con los fabricantes de pañales, pues no entiendo por qué omiten en el empaque las instrucciones de cómo se pone esa pequeña falda de algodón. Cierro paréntesis. Yo tuve que preguntarle a la niña cuál de los tres elementos debería ir primero y ella me señaló los pañitos húmedos y luego la crema porque tenía la cola quemada. Intenté sacarle el cuerpo y echarle la crema en las nalgas, pero ella se opuso, así que me tocó aplicársela bien.
La niña me miraba y yo percibía en sus ojos algo de temor, el cual se incrementó cuando le puse el primer pañal al revés y, al tratar de quitárselo para volverlo a poner, se rompió. Por lo general, esta ‘peque’ era muy inquieta, pero después de ver lo ocurrido, quedó tiesa. Saqué el segundo pañal y vuelve y juega. La baby, a la que paré en la cama, porque acostada no pude, sólo me preguntó: “¿no pudite Camila?” Las palabras sobraban.
Tuve que llamar a la abuela de la niña para que me explicara cómo se ponía el bendito pañal. Mientras tanto, yo sentía que la baby no me quitaba los ojos de encima. No le entendí nada a la abuela, así que, como dicen por ahí, la tercera es la vencida. Esta vez la niña me dirigió para que le pusiera el pañal al derecho aunque le quedó algo suelto y, al final, no muy convencida me preguntó “¿ya me lo poniste?”. Ella no se veía cómoda, ni feliz, y yo quedé agotada.
Aunque ya no usa pañales, el otro día me regañó porque la llevé al baño y no la senté bien en el inodoro y su ropa quedó un 'tris' húmeda. Desde entonces, llama a cualquiera de las personas que están a mi alrededor para que la lleven. Se dio cuenta de que yo sirvo para jugar, pero no para ofrecerle los cuidados que una verdadera “Nanny” ofrece.
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