"Las mujeres se casan siempre antes de 30, sino vestirán santos aunque así no lo quieran", así dice Shakira en la canción Pies Descalzos, pensamiento que es compartido por muchas personas en pleno siglo XXI. Paradójicamente, no faltan quienes, de acuerdo con sus propias experiencias, en lugar de compadecer a las solteras, nos felicitan por no tener que aguantar a un hombre en la casa.
Las opiniones están divididas, pero creo que aún van ganando quienes se identifican con la canción de nuestra cantante colombiana. Shakira, a pesar de componer la letra de esta canción, lleva nueve años de noviazgo con Antonio de la Rúa, pero asegura, a sus 33, que no se casará con él.
La ventaja es que a ella nadie la mirará con compasión por tomar esa decisión. En cambio, no faltan las amigas que viven preocupadas por mi estado civil y me amenazan constantemente con que me van a presentar un amigo que es soltero, o en su defecto, separado.
Por muy amigas que sean, nadie les ha pedido nada y si, en últimas, quieren intervenir, en un evento nos pueden hacer coincidir casualmente y presentarnos sin que nadie, mucho menos yo, se dé cuenta. Pero eso de que lo pongan a uno en ese plan de cita a ciegas es muy aburridor. Ahí es cuando más defectos se perciben del sujeto en cuestión. La primera y última vez que acepté una invitación a un almuerzo donde me iban a presentar a un amigo soltero de 40 años, quedé estupefacta. El hombre llegó con la mamá y, en la reunión, ella era la que contaba sus anécdotas, como cuando una madre está con su niño de siete años y describe las gracias de su pequeñuelo.
Yo me hacía la loca, pero me indigesté al presenciar estas escenas. Eso no fue todo. Lo peor llegó a la hora de la despedida, cuando la mamá le dijo: “Bebé, nos vamos” y él, al igual que durante todo el almuerzo, asintió con la cabeza y se despidió. Más grave aún, es que después me preguntan cómo me pareció “el bebé”. La respuesta…ya se la imaginan.
Un día estaba en el gimnasio, hablando con una amiga. Una ‘vieja’ que estaba al lado, escuchaba nuestra conversación con atención. De repente, por alguna razón, dije algo de mi casa y ella intervino sólo para preguntarme con quién vivía. “Con mi mamá”, le respondí. A esta mujer se le iluminaron los ojos. Yo no entendía la razón. Lo cierto es que me enteré a los pocos segundos, cuando me ofreció sus servicios...No piensen mal.
Resulta que trabaja en una agencia matrimonial con norteamericanos y, para convencerme de acudir a este mecanismo para encontrar marido, me dijo que ella les contaba de su trabajo, a las ‘niñas bonitas’ del gimnasio. Creo que el ‘piropo’ no me convenció.
No me imagino viendo un catálogo de hombres, para escoger cuál, a primera vista, sería el ideal para compartir mi vida. Obviamente, escogería al más papacito y ¿si huele feo? ¿qué tal que ese sea el más vaciado de todos? o ¿el más bruto? Quién sabe qué mañas debe tener. El solo hecho de inscribirse en una agencia, me deja algunas inquietudes, que prefiero no resolver.
Otras me regañan porque el hombre de mi vida no va a llegar a la puerta de mi casa. ¿Quién dijo que no? A una amiga le pasó. Ella organizó una fiesta y allá le llegó ‘colado’ su novio actual. No faltan quienes citan el ejemplo de su típica amiga que conoció un hombre por Internet espectacular. Era gringo, canadiense o europeo con mucha plata. “Ahora vive allá y está divinamente”, concluyen, con ese tono de voz con el que sólo se pronuncia el adverbio ‘divinamente’. Yo sé que una situación similar les ocurrió a Cecilia López y a Aura Cristina Geithner, entre otras, pero a mí déjenme tranquilita, sigo creyendo en la magia de la química real y no en la virtual.
Tengo dos amigas españolas. El otro día, estábamos en el Parque de la 93 y un tipo se acercó a pedirme la hora o algo parecido. Al momento, una de ellas, que estaba a kilómetros de distancia, se acerco sólo para preguntarme: “¿ya ligaste?” Lo peor es que son ellas las que parecen sufrir más por mi estado civil.
De otro lado, amo los niños y cuando me ven jugando con uno de ellos, me dicen: “cómo le luce” con mirada y voz ‘picarona’. A mi mamá no le pueden ‘dar papaya’ porque se declara abuela estéril a viva voz y lo mira a uno como culpable por dicha condición.
También me han dicho que por qué no adopto un hijo para mitigar la soledad. Esa debe ser una decisión adulta y, a pesar de que lo soy, no lo he contemplado porque sigo pensando que a un hijo, lo mínimo que se le debe ofrecer es una familia. Por lo menos, intentarlo.
¿Es que acaso creen que estoy amargada? Aunque a veces pongo cara, todavía no ha pasado.
Del otro lado, están las personas que van en aumento y me felicitan por mi estado civil. “Se ganó el cielo”, aseguran aquellas que han vivido de cerca separaciones conflictivas, violencia intrafamiliar y hasta infidelidades quienes, a su vez, afirman que, en su casa, nunca más se verá un calzoncillo. “Eso los matrimonios ahora no duran nada”… “Mejor quédese así, tranquila sin que nadie le joda la vida”, afirman.
Aclaro: Estoy soltera, no solterona y tampoco estoy disponible para cualquiera. Como dicen las abuelas: “matrimonio y mortaja del cielo bajan” y si, por orden celestial, me mandan sólo la mitad, pido además mejores ingresos para poder mantener al loro, perro, canario y gato que compraré porque, de igual forma, necesitaré compañía.
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