Si está decidido a inscribirse en un gimnasio, no lo haga sin antes leer este post que influirá en su decisión...Llevo alrededor de 15 años frecuentando estos lugares. Al principio, me costó trabajo convertirlo en una disciplina en mi vida, pero, después de un tiempo, se convirtió en un hábito que me ha acompañado desde entonces. He pasado por varios, donde he conocido personajes muy particulares que suelen repetirse allí.
Los entrenadores de pesas son igualitos, la única diferencia son sus caras y nombres. El denominador común es su masa muscular que sobrepasa la de una persona promedio, producto del levantamiento de mucho peso y de una dieta altamente proteica. Algunos han participado en concursos de físicoculturismo y llevan las fotos consigo, en la que muestran cómo quedó su cuerpo, cuando ni siquiera podían tomar agua con el fin de marcar más su musculatura. Ese registro fotográfico incluye una pose en la que demuestran su fortaleza y virilidad.
Como ustedes saben, los gimnasios tienen espejos en todas partes. Por eso, no les extrañe ver a uno que otro hombre subiéndose la camiseta para apreciar sus abdominales. Eso sólo lo hacen quienes tienen la chocolatina o six pack bien marcada, porque los demás ni se atreven. Se miran de perfil, de frente y, disimuladamente, por detrás. En cambio, las mujeres de abdomen plano no necesitan hacerlo porque simplemente llevan un top, lo cual genera un trauma en las demás, que se ponen una camiseta o un esqueleto. No falta, la que se pone el top, y exhibe su flácida barriga sin pudor alguno.
Las señoras de la tercera edad van a las primeras clases de la mañana. Se viven quejando de todo: del volumen de la música, de los ejercicios que afectan sus rodillas, de la forma de vestir del profesor de la clase y son, Dios me perdone, insoportables. Ellas deberían ser consecuentes con su edad y si les molestan las clases, la música y los profesores, contraten a un entrenador personal o hagan ejercicios, en su casa, con la viejita de TV Centro.
Algunas mujeres van maquilladas y peinadas. Las que lo hacen después de las 6:00 p.m. es comprensible pues llegan de la oficina y se van directo al gimnasio pero, ¡a las 6:00 a.m.! ¿para ir a sudar? Algunas me responderán: “yo no sudo”. Pues claro que no, porque para no dañar el maquillaje, ni su presentación personal, no hacen nada. Si es en spinning no le ponen resistencia a la bicicleta, mientras los demás sudan la gota gorda. No logro entender por qué no se quedan en la casa durmiendo y se ejercitan por hipnopedia. Estoy segura que sería más efectivo.
En contraposición, están las que llegan sin maquillaje, con una cola de caballo y hacen ejercicio a conciencia. Esas somos pocas y me incluyo porque esa es mi finalidad en el gimnasio: hacer ejercicio para sentirme bien. Lo chistoso es que, la mayoría de las veces, cuando me encuentro a alguien del gimnasio en la calle, no me saluda y no precisamente por antipatía, sino porque no me reconoce. ¿Es que acaso no tengo derecho a estar peinada, maquillada y vestida? Yo no soy solo sudor y ropa deportiva, también me arreglo.
Pero, ojo. Una cosa es ir a hacer ejercicio con ropa deportiva decente y sudar, y otra tener los pantalones o las medias rotas. No falta el que llega a Pilates, se quita los zapatos y se le sale el dedo gordo o tiene los pantalones con algún agujero. O las mujeres que se ponen esqueleto y, al levantar la axila, ya se imaginarán lo que por allí se asoma. Como dice mi primita: “guácala”.
Las profesoras son las más envidiadas e insultadas por las demás mujeres que asisten a sus clases. Tienen unos cuerpazos y no se les mueve nada. Entonces uno siempre está ahí, buscándoles el quiebre y no les perdona ni medio gordito que les salgan, para decir: “hmm…si ve cómo se engordó…eso que se dedica a esto” y, mentiras, fue un día que retuvo un poco más de líquidos. Ayyy...esa es la cobarde envidia.
De otro lado, está la gorda que se vive quejando de las flacas. “Esa vieja traga como un cerdo y mírela, no engorda”. Se mata haciendo ejercicio y culpa a su constitución del sobrepeso. Sí, como no…así será lo que come, que de nada le vale hacer ejercicio.
También están las flacas que se van a desbaratar y siguen haciendo ejercicio. Me da nervios que, en una de esas, se partan. O los profesores que viven haciéndoles ojitos a todas, para ver cuál cae en sus redes, lo que no demora en ocurrir. O sino pregúntenle a Marcela Carvajal cómo cayó ante los encantos de Beto Gaitán.
Así se me han pasado estos 15 años entre bíceps, tríceps, bicicletas de spinning, steps, clases de tae bo, rumba, stretching, Pilates…Todo esto se convirtió en una parte esencial en mi vida. En ese lugar, disfruto, no sólo hacer ejercicio, sino hablar de frivolidades porque yo también tengo de todo un poco.
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