No niego que, cuando chiquita, soñaba con ser famosa. Cuando era fan de Menudo me imaginaba la situación contraria…que era yo la que daba un concierto y los hombres lloraban y se desmayaban al verme, me tiraban calzoncillos al escenario, lugar al que se subían para robarme besos.
Pensaba que, gracias a mi fama, no tendría que hacer filas en un banco porque cuando los cajeros veían que yo estaba ahí, se peleaban por atenderme. Mejor dicho…que la vida y cada lugar que pisaba me tendrían que pagar sólo por el privilegio de verme.
Soñaba que me codearía con los más famosos, todos los diseñadores y asesores de imagen estarían a mis órdenes, me cerrarían los centros comerciales para ir de compras y tendría varias mansiones. De sólo imaginarme que los guardaespaldas me salvarían de los paparazzis que me querían tomar fotos, y de todos los que se me acercarían sólo para pedirme un autógrafo, me sentía una afortunada.
Pero todo este video sólo pasó por mi mente, aunque nunca negué mis deseos. Cuando un adulto hacía la típica pregunta estúpida de qué quería ser cuando grande, mi respuesta era simple y contundente: “quiero ser famosa”. Pero, el problema era que yo no sabía cómo iba a alcanzar el tan anhelado estrellato.
Lo primero que hice fue incorporarme en el coro del colegio porque allí haría mis primeros pinitos como cantante. El problema surgió cuando me sacaron del mismo porque el tono de mi voz era un poco más gruesa -los que me conocen saben que ‘un poco’ es un decir- que el de las demás niñas y yo desistí en el acto. Así que, desde entonces, decidí cantar sólo en mi casa, lo que también me generó un problema familiar: “Ojalá se aprendiera las lecciones, igual que las canciones”, me decía mi mamá, en un tono poco amigable.
Como todos saben la fama es efímera y justo cuando la alcanzaba por cuenta de la incomprensión de los profesores, me veía obligada a salir de ese colegio y a comenzar a labrar, desde ceros, mi fama en otro lado.
De hecho, estuve ad portas de la fama un domingo en la ciclovía, en frente de La Perrada de Édgar, ubicada cerca a Unicentro. Estaba con una amiga y se nos acercaron dos tipos con una cámara de televisión. Yo me dije a mí misma: “aquí fue”, creyendo que se trataba de unos cazatalentos. Pero no lo eran…trabajaban en el programa ‘Hoy es Viernes’ y nos dijeron si podíamos decir: “fuego mucho fuego” cada una a un lado de una caneca de payaso y lo hicimos. Salimos en televisión, pero nadie nos vio, ni nos volvieron a contactar. No obstante, puedo dar fe de que se trató de una actuación memorable.
Años después, decidí estudiar Comunicación Social y Periodismo y, desde entonces, cambió mi perspectiva de la fama y me gustó más el anonimato de la escritura. Desde entonces, acepté que soy un ser humano común y silvestre, pero no Dangond, que tiene que trabajar para llevar la ‘papita’ a la casa. No he sido víctima del acoso de los Periodistas, sino que me convertí en esa Periodista que busca, hasta el cansancio, a los famosos.
Ahora, contrario a lo que me pasaba cuando chiquita, disfruto de las ventajas del anonimato. A nadie le importa si entro o salgo de mi casa, con quién lo hago, a qué me dedico…en fin. Si termino con mi novio después de 11 años y opto por salir con un futbolista 10 años menor que yo, les da lo mismo. Al respecto, sólo opinará mi familia, que por fortuna no es muy numerosa y no lo publicarán en ningún medio de comunicación, porque ninguno de sus integrantes es Periodista y aunque lo fueran, como no soy famosa, este hecho no es noticia.
Si peleo con alguien en un bar y, a ese alguien, le arranco la nariz podré tener problemas judiciales, pero el incidente no perjudicará mi carrera artística. No creo que ningún ex novio suba a Youtube un video íntimo porque no me dañará ningún matrimonio, ni le ofreceré plata para que se abstenga de hacerlo.
No tengo que comprar los derechos de autor de imágenes del pasado que, en la actualidad, me avergüencen y podrían tener alguna repercusión en mi carrera.
Tengo derecho a creer y afirmar que Confucio inventó la confusión o aseverar que la mujer es el complemento del hombre, argumentando que “…el hombre se complementa al hombre, mujer con mujer, hombre con hombre y también mujer a hombre del mismo modo, en el sentido contrario…”
Más allá de la risa de quienes me acompañan, mi ignorancia no tendrá mayor repercusión y no se perpetuará. Tampoco me debo a mi público, ni a mis seguidores – que son más bien pocos - así que podré hacer lo que me venga en gana. Aunque no niego que ir a un concierto me hace revivir esos deseos infinitos de fama, con los que soñé cuando era niña, me doy cuenta que el anonimato es la mejor opción de vida.
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