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domingo, 17 de julio de 2011

Bogotá Positiva

Por: @CamiNogales

Voy a empezar este post, muy a lo Jorge Duque Linares, con actitud positiva. Bogotá es la ciudad donde nací y en la que he vivido toda mi vida (a estas alturas del partido es mejor no especificar los años). La metrópoli en la que pasé mi infancia, abusé de mi adolescencia y maduré, aunque un poco tarde, pero lo logré. Como dicen por ahí, ‘Bogotá no tiene mar, pero tiene ciclovía’. Aquí hay planes para todo el mundo: gastronomía, rumba, descanso, deportes, en fin…

 
Sin embargo, este sinnúmero de alternativas se ha visto opacado por la inseguridad de esta ciudad que no comenzó hoy. Lo grave del asunto es que siempre que soy víctima de un delito, la culpable del mismo he sido yo. Recuerdo que, a mis escasos cinco años dejé el triciclo en la puerta de mi casa y me entré. A los cinco minutos, salimos y ya no estaba. ¿Adivinen quién fue la culpable? ¿Mi mamá por dejarme sola afuera? Obviamente no. ¿El ladrón que se robó el triciclo? Tampoco. Pues yo, porque a los cinco años fui irresponsable y dejé el triciclo ‘tirado’.

En la Universidad, siempre llevaba un morral que me colgaba a mis espaldas. En el bolsillo de atrás estaba mi billetera y un día que salí a hacer unas vueltas, me la sacaron tan rápido, que ni me dí cuenta. La plata era lo de menos, pero los papeles… ¿Adivinen de quién fue la culpa de que me sacaran la billetera? Pues mía…a pesar de que todo fue a mis espaldas. ¿Y el ladrón? Sin palabras

Otra vez, en un bus, me sacaron un celular de la cartera. Vuelve y juega la misma lora, la culpable: yo. Que por qué no me colgué el bolso adelante, por qué no le puse candado…En otra ocasión iba en un colectivo, tenía los audífonos puestos porque iba escuchando música en mi celular, cuando se subió un ladrón, me puso un cuchillo, me quitó el celular y se bajó. “¡Quién la manda a escuchar música en un bus!”, me dijeron.

La semana pasada iba en el bus twitteando en mi Blackberry. Se subió un rapero por la puerta de adelante con otra persona y por detrás dos tipos, con una pinta que no quiero ni recordar, y en cuestión de segundos, uno de ellos me rapó la Blackberry. Cuando lo miré, me recordó a mi mamá y me miró con una cara de odio que me ha quitado el sueño. Después de que se bajó, pedí amablemente que me prestaran un celular para desactivar el mío. Era una simple llamada al *611, que no tiene precio. Resulta que en todo el bus nadie tenía Movistar. Tuve que llorar, como lo hacen los ‘peques’, para que alguien se compadeciera y me prestara un teléfono. Ahí pude constatar que vivo en “Bogotá sin indiferencia”. Al día siguiente, adivinen a quién le echaron la culpa.

Así las cosas y con este trauma no superado, pues que venga el general Naranjo o Palomino, o quién sea y me encane por dejarme robar tantas veces. No sé si el delito que he cometido es el de cohecho que es de doble vía. En ese orden de ideas, somos culpables los ladrones y yo: el ladrón por robarme y yo por dejarme. Una vez esto ocurra, me cambio de nombre, ya no seré Camila, sino Yidis Nogales.

Todo el mundo dice que en Bogotá no se debe dar ‘papaya’ porque lo roban. Entonces uno no tiene derecho a salir con joyas, a arreglarse, a comprar un carro lujoso o a sacar plata de un banco. Mejor dicho, si nos roban es culpa de nuestra irresponsabilidad. Un señor no tiene derecho a no dejarse quitar el Blackberry porque lo matan ipso facto. ¿Y de quién fue la culpa de dicha muerte? Pues del señor que, en lugar de dejársela fácil al ladrón, intentó defender sus pertenencias.

Un día un supuesto extranjero me detuvo en la calle. Su argumento era que le había pagado a un taxista 40 dólares y el señor le dijo que iba a ir por las vueltas y nunca volvió. Ni me acuerdo el lugar que estaba buscando. Lo cierto fue que, ese señor que tenía puesto un reloj de oro y diamantes, sacó un fajo de dólares. Me ofreció una parte del mismo para que lo ayudara a encontrar el lugar, pero algo me dijo que no lo hiciera. Se acercó una señora colombiana y me dijo que lo lleváramos las dos, pues el sitio quedaba a tan solo dos cuadras. Él me ofreció dinero para el taxi, pero yo respondí que tenía afán y no podía ir. Salí casi corriendo y con el corazón en la mano. Me quedé pensando en la señora y tenía cargo de conciencia por su suerte. Días después leí una historia similar en donde la señora que llega es cómplice del extranjero. ¿Saben de qué se trata? Nada más y nada menos que una banda de traficantes de órganos. Así que si yo me hubiera ido, también sería mi culpa por ayudar.

Para rematar, ahorita me encontré con una circular de la Policía de Bogotá con cinco placas de taxis. De acuerdo con la misma, son peligrosos porque hacen el ‘Paseo Millonario’. Yo me pregunto, ¿por qué, si los tiene identificados, la Policía no los ha capturado?

Mejor dicho, a los bogotanos y a quienes residen en Bogotá, les recomiendo no sacar joyas, tarjetas (débito y crédito), mantener el celular apagado y no guardarlo en el bolso, no sacar plata (sólo lo necesario) y si lo hacen guárdensela en donde las abuelitas o las mujeres de la ‘vida alegre’ lo hacían.

Cuidado con la billetera…en fin. Mejor dicho, hablamos más tarde que también voy a dejar mis riñones, ojos y pulmones en la casa por si me vuelvo a encontrar a los ladrones de órganos. Esa es la ‘Bogotá Positiva’ de nuestro alcalde Samuel Moreno, en la que no sólo hemos sido víctimas de los ladrones de la calle, sino de los de cuello blanco. 

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