Para una persona, nacida en la 'Edad de Piedra', no ha sido nada fácil adaptarse a la tecnología y mucho menos a su vertiginoso avance. La primera vez que me vi obligada a enfrentarme a ella fue en la Universidad. En primer semestre comenzamos a ver Sistemas en un aparato gigante y lo único que yo sabía hacer, como buena mecanógrafa, era digitar bien las palabras.
Del resto, era una tortura para mí. Lo peor comenzó en clase de Diagramación. Diosito me dio el talento de escribir o, al menos, eso creo; pero de diseñar, y en computador, menos. En el salón de sistemas yo vivía, literalmente, perdida. La solución a mis problemas y a quienes sufrían con esta clase, la tuvieron dos compañeros que hicieron negocio con nosotros. Ellos nos hacían los trabajos no recuerdo por qué precio, pero en ese momento, era lo de menos.
Lo cierto es que quedaban perfectos, el problema llegaba en el momento de la sustentación, cuando salía llorando del salón porque como, obviamente, no había hecho nada, no tenía ni idea de cómo se hacía y, por lo tanto, cuando el profesor me preguntaba, me paraba del puesto y me iba...Aparte de cotuda, con paperas.
Antes del celular, existía el beeper. Este sistema mediante el cual, a través de una central, le enviaban mensajes al dueño. Eso sólo lo tenían los más plays, que se lo colgaban en el pantalón, pero yo nunca lo fui. El papá de mi amiga tenía uno y una noche, que nos íbamos de rumba, se lo prestó. Ustedes no se imaginan el par de montañeras, pendientes de ese aparato. Cuando por fin se nos olvidó su existencia, mi amiga, que en un momento se alejó, llegó a donde yo estaba, gritando, con una cara de sorpresa que no podía con ella: “¡Cami, el beeper. Está pitando!” En lugar de mirar el mensaje, yo le respondí, igual de sorprendida, “¡¿Qué hacemos?!” Todo esto, a puro grito, en un lugar público.
Luego llegó el celular. Era toda una ‘panela’ a prueba de cualquier golpe. Yo fui de las últimas que compré este aparato, pues no lo creía indispensable en mi vida. Me rebelé de sólo ver a mis compañeras de la U, usando el celular para llamarse entre ellas mismas y preguntar: “¿Dónde estás?”, a lo que la otra le respondía “en el baño”. “Ah bueno, es que vamos a la cafetería”. Aunque me rehusé, por un tiempo, a usarlo, no tuve más remedio.
Sin precedentes, fue la llegada de Internet y el correo electrónico . Yo me capacité para aprender a usarlo y estar a la vanguardia. En un principio, me costó mucho entender cómo era posible mandar un e mail a cualquier lugar del mundo y que éste llegara inmediatamente, si yo no había pagado por ese servicio. Ni siquiera el adicional por la entrega inmediata.
Procuré no preguntar nada y simplemente repetir, como autómata, todos los pasos, los cuales quedaron consignados en un cuaderno. Tampoco podía creer que existía un buscador, que me permitiría investigar de todo en la red. No entendía cómo funcionaba, tampoco pregunté…para ser franca, todavía no lo entiendo, pero igual lo uso.
El Messenger ya sobrepasó todos los límites de lo imaginable. No sé ni cómo lo abrí, pero cuando, por primera vez, un amigo me empezó a hablar, estaba en la oficina y salí corriendo donde el de Sistemas a decirle, muy asustada, lo que ocurría. Él no soltó la carcajada por respeto, pero sí tenía una sonrisa picaresca en su cara, cuando me explicaba que por ese medio se podía chatear. Después, quién me aguantaba, chateando y diciendo que Internet era una maravilla porque podía hablar, en tiempo real, con mis amigos, en cualquier lugar del mundo. Esto ya era demasiado.
Subirle el volumen a los radios de los carros o cambiar de emisora no tenía ninguna ciencia. Un día me subí en el carro de mi primo. El cambiaba de emisora, pero no tocaba el radio. Yo, apenas, miraba de reojo. Después dije que me gustaba una canción y él le subió el volumen, pero tampoco tocó el radio. Seguía callada…hasta que no pude más y le pregunté que si era ‘The Mentalist’ o tenía el don de la telepatía. Él se rió y empezó a explicarme que lo hacía desde el timón.
Jugué tennis en Atari y cuando iba a aprender cómo se jugaba en Nintendo Wii, mi primo, con raqueta en mano, me iba a explicar. Yo estaba muy atenta, tanto que, al empezar el juego, me le acerqué más de la cuenta para poder observar y aprender rápidamente. Él, concentrado, comenzó a jugar y yo me gané tremendo raquetazo en el cachete, por acercarme demasiado. Les juro que, desde entonces, aprendí. Estoy totalmente de acuerdo con que la letra con sangre entra.
El día que ví un iPad en vivo y en directo, casi me desmayo. ¡Ya no necesita mouse! Es digital y no pesa nada. Como siempre, cuando me lo mostraron, fingí naturalidad, hasta que no pude más y tuve que preguntar cómo era posible escribir sin teclado. Pues el teclado sale en la pantalla, así de simple…para quienes avanzan a diario con la tecnología; pero para quienes nos atropella, todos los días, es inexplicable. Y ni hablemos de mi mamá y mis tías que viven mirando el computador de reojo con el ceño fruncido, como sospechoso cada vez que alguien me habla por Messenger o estoy en TweetDeck. Esto no acabó acá, ni acabará nunca.
Yo, por mi parte, seguiré sin entender que, a pesar de que soy un ser humano, de carne y hueso, real, para ustedes soy sólo virtual; porque, gracias a la tecnología, ahora existen dos mundos: el virtual y el real.
Yo, por mi parte, seguiré sin entender que, a pesar de que soy un ser humano, de carne y hueso, real, para ustedes soy sólo virtual; porque, gracias a la tecnología, ahora existen dos mundos: el virtual y el real.
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