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domingo, 24 de julio de 2011

El Jefe



Si hay un personaje impopular en todas las oficinas es el jefe. Es el ‘coco’ de los adultos, el que nos quita el sueño y el que, por lo general, nos hace sufrir y no por amor precisamente. La que más sufre las consecuencias de sus actos es su mamá que, independientemente de que viva o no, se convierte en la mujer más nombrada en ese lúgubre espacio de cuatro paredes, denominado ‘oficina’. 

Los hay de todas las clases, pero su denominador común es su complejo de superioridad frente al subordinado. Bueno, ni tan complejo de superioridad, porque dicha jerarquía se mide en el poder económico frente a sus subordinados y, además, en la licencia que tiene para mandar y como dice mi jefe “el jefe es jefe aunque mande mal” o, más bien,  “el que sabe sabe o si no es jefe”.

Porque aunque ellos se creen unos sabelotodos, lo cierto es que no lo son y, a veces, nosotros sabemos más que ellos. Pero atrévase a insinuárselo a ver qué le pasa, es mejor ‘no patear la lonchera’, claro que, para ser franco, es satisfactorio decirle cuántos pares son tres moscas y desafiar su autoridad. Es justo ponerlos en su sitio, pero no es la mejor de las ideas porque después el retador quedará en el lugar de los desempleados.

Se podría decir que todos son iguales, pero realmente creo que hay una gran diferencia entre hombres y mujeres. La primera que me tocó era muy querida hasta el día en que empezamos a trabajar. Entendí que el nombre de la novela “Otra en mí” no era un invento, sino que era basado en la realidad. También constaté que lo de la doble personalidad no es un cuento, pues una jefe pasa fácilmente de ser Doctor Jekill a Mister Hyde.  

La pesadilla comenzó cuando me prohibía hablar en público. Yo me preguntaba a mí misma: “¿cómo así es que mi palabra no vale?” Pues no y tampoco mi trabajo porque estaba haciendo prácticas. Lo peor ocurrió cuando me confundió con la servidumbre de su casa y como buena periodista tuve que planchar. Confieso que, hasta ese momento, nunca había cogido una plancha ni por curiosidad, motivo por el cual aún recuerdo esa tarde con terror.

Era un vestido largo de satín y cuando lo planchaba por un lado, se me arrugaba por el otro. Me acuerdo perfectamente que sudé como si hubiera hecho tres horas de  aeróbicos intentando plancharlo, hasta que una compañera se apiadó de mí y me ayudó. Cuando por fin terminamos, ese vestido ya no se necesitaba. ¿Se imaginan lo que se me pasó por la cabeza en ese momento? Lo mismo que pensó una colega el día en que la pusieron a hacer el mercado de su ‘querida’ jefe.

El problema de las mujeres es que su estado anímico está estrechamente ligado a sus desórdenes hormonales. Así que, a veces, simplemente porque sí amanecen peleando con el mundo y, lo grave del asunto, es que sus empleados forman parte de ese mundo, así que haga bien o mal las cosas la ‘vaciada’ será ineludible.

Sin embargo, en esos casos, los hombres llevan las de ganar cuando su jefe es mujer porque ellas no saben lo que es la solidaridad de género, sino que conocen a la perfección la insolidaridad de género. A un hombre le llaman la atención, mientras que a una mujer la gritan o, más bien, le pegan alaridos. A ellos los saludan cortésmente, mientras que a una mujer la ignoran y, si no lo hacen, es para llamarles la atención.  

Se creen asesoras de imagen y con la autoridad para decir cómo se deben vestir, peinar y maquillar sus empleadas. El estándar de imagen son ellas mismas así que si son lobas, guisas o decentes, uno tendrá que emularlas para evitar un disgusto de la susodicha.

Pero un jefe hombre tampoco es la utopía. Los hay cascarrabias con un hermoso y grande corazón que, de nada nos sirve, porque eso es lo que le descubrimos con el tiempo, pero no lo que experimentamos a diario. Su forma de demostrar autoridad es a los gritos y con cara de pocos amigos, bueno no sólo es la cara, por lo general y por cuenta de la impopularidad de la que hablaba al principio, tienen, valga la redundancia, pocos amigos.

Ellos sólo reconocen el buen trabajo, en ocasiones, es decir cuando se les da la gana, porque del resto sólo hacen énfasis en los errores cometidos por cuenta de nuestra naturaleza humana. A veces hay que hacer caso omiso de lo que dicen porque son un atentado constante contra la autoestima. Un jefe nunca resalta la inteligencia, sino la ignorancia; tampoco la belleza y mucho menos las capacidades.

Ni mandándolos a un taller de “Actitud Mental Positiva” con Jorge Duque Linares cambiarían de actitud, y mucho menos sabiendo que él es igual a todos. Por fuera de la oficina es el ser más encantador, pero dentro de ella  tiene “la actitud mental” para transformarse en todo lo contrario. 

Se supone que ellos tienen un genio más estable que las mujeres…mentiras ellos también tienen su fin de mes, lo malo es que es impredecible y está sujeto a algunas circunstancias: si es casado, a las peleas con su mujer; si es soltero, a la falta de favores recibidos de parte del género opuesto, y si tiene novia, a lo bien o mal atendido que lo tenga ella. Así las cosas, no importa si el trabajo está bien, regular o mal hecho, siempre lo verá igual a su estado de ánimo y ¿quiénes pagarán?…pues los de siempre, a quienes les hace creer que el sueldo recibido es producto de un favor y no del trabajo realizado.

También se las dan de profesores y aún creen que “la letra con sangre entra”. Esto ocurre, especialmente, cuando ellos son prehistóricos y aluden a la educación de antaño, pero así como la educación ha cambiado, la forma de ejercer la autoridad también. ¿A ver quién se atreve a decirlo? ¿Yo? No creeeoooo.

Si piensa que puede ser amigo de su jefe, olvídelo. Ni se le ocurra llamarlo un fin de semana para saludarlo porque fijo lo pone a trabajar. Si compra o tiene BlackBerry, no sea bruto, no le dé el PIN porque si no le contesta el mensaje del domingo al mediodía, fijo lo regaña el lunes. En fin...en vez de quejarnos tanto de los jefes, trabajemos para llegar a serlo y la madre para el empleado, que ese día, decida escribir un post en su Blog, inspirado en nuestro trabajo.



domingo, 17 de julio de 2011

Twittear o no twittear


Por @CamiNogales

Hace más de dos años abrí mi cuenta en Twitter. Para quienes no lo saben esta es una red social en la que se puede escribir lo que quiera en 140 caracteres. Se pueden subir fotos, videos, links…en fin, es un espacio personal y cada cual hace con él lo que quiere.

Decidí abrirla porque escuché que esta red era exclusiva de las estrellas de Hollywood y pues yo iba en el mismo camino. Al principio no entendía la dinámica y empecé a seguir a Ashton Kutcher, Paris Hilton, Britney Spears, en fin…ya se imaginarán mi cultura cómo se empezó a ampliar.

Además confieso que mis primeros posts eran en inglés para que las estrellas entendieran, aunque no me siguieran, lo que yo quería decir. Me gustaba interactuar mucho con Paris, comentarle sus relojes de diamantes, sus viajes y su vida en general.
        
A Ashton sólo me gustaba verle el avatar. Aunque suena raro, para los malpensados, que no son usuarios de esta red, les aclaro que el avatar es la foto de perfil. No sé por qué motivo empecé a seguir a twitteros locales, lo que iba en contra de mi objetivo principal. Yo, sin embargo, seguía buscando estrellas como a Jennifer Aniston, Justin Timberlake, Pink, con el fin de poder interactuar con personajes similares a mí.
     
Como miembro de esta red social fui aceptando la realidad y es que nadie me estaba leyendo, ni respondían mis menciones. Igual no me importaba porque yo no sabía que se podían leer las menciones. Así que me dediqué a hacer monólogos en inglés, los cuales me permitieron practicar el idioma. Cuando fui ampliando mis followers y tenía más personas cercanas opté por ponerles cuidado, pero el idioma que ellos usaban era más difícil de entender del de las estrellas de Hollywood.
        
Hablaban de una cosa llamada Timeline, los viernes escribían #FF seguido de @, también se referían a trending topics y hashtags. Quedé perdida, parecía mandarín porque era una combinación de signos y letras que ya no era chistosa, sino que se asemejaba a un jeroglífico. Recuerdo que, después de entender lo que significaba #FF (Follow Friday) que no es más que una recomendación de twitteros para seguir, una persona recién llegada a Twitter preguntó si eso quería decir ‘fufurufa’.        

Con el tiempo seguí descifrando estos términos, pero lo que no entendía era cómo, después de desearle Feliz Año al cantante de uno de mis grupos favoritos, me había respondido. No entendía cómo adivinó que le escribí. Lo mejor de todo es que encontré el agradecimiento y el beso por equivocación revisando su Timeline, porque aún no sabía leer mis menciones.         

Poco a poco me fui familiarizando con estrellas como Alejandro Sanz que, como buen español, no le bastan 140 caracteres para hablar y, casi siempre, debe acudir a Tweetlonger, aplicación que sirve para postear un mensaje que supere el límite de caracteres. 

Andrés Calamaro se dedicó a filosofar, sino a pelear con los demás twitteros, hasta cerrar su cuenta. A un Alex Sintek  que mostró sus atributos escondidos detrás de esa cara de nerd…y alguna que otra perla como la de una periodista colombiana que describía su suculento desayuno y, al mismo tiempo, se preguntaba qué estarían desayunando los damnificados del invierno.

Twitter tiene sus pro y sus contras. Lo peor que me pudo pasar fue como jefe de prensa de un político a quien le actualizaba Twitter. Por cuenta de una decisión impopular del personaje fui amenazada con un Unfollow Friday. La ola se fue creciendo entre los más populares. Esta campaña me quitó el sueño, pero mi jefe no entendía la angustia y, simplemente, me decía “no les pare bolas”. Finalmente no supe lo que pasó ese viernes que no aparecí ni por las curvas. Preferí acudir al silencio de los trinos para evitar el bochorno de dejar a mi jefe con pocos seguidores.

En la actualidad, mi jefe no tiene cuenta enTwitter, así que un viernes, a eso de las 5:00 p.m., escribí que me quería ir ya. Más  tiempo tardé en escribirlo que él en recibir un mensaje en el chat de BB. Después de leerlo, me preguntó si estaba aburrida en la oficina y la razón de dicho aburrimiento, pues alguno de mis amables seguidores me hizo el favor de contarle a mi querido jefecito.

En Twitter es fácil ganarse amigos, enemigos, seguidores, exseguidores, admiradores, detractores, tragas twitteras, en fin...pa' todos hay.  Uno se puede culturizar, embrutecer, o no hacer nada. Igual hay que ser responsable con lo que se escribe porque lo escrito, escrito está y  escrito queda, es decir, sus tweets quedarán para la posteridad. Ustedes deciden si "twittear o no twittear"...

Yo sé que se me pasan mil historias, pero la idea es que la segunda parte de este post me la ayuden a escribir ustedes con sus historias en Twitter.

The Nanny

Este post está dedicado a ese 'parcerito' que ya no está conmigo pero que, al recordarlo, me hace sonreír. 

Por @CamiNogales

¿Alguna vez vieron ese programa, cuyo título traducido al español es ‘La Niñera’ protagonizado por Fran Drescher, quien interpretaba a la ‘Nana Fine’? Era una serie norteamericana basada en una niñera que cuidaba tres niños, sin tener la experiencia para hacerlo, y se enamora del padre de ellos.
  
Aunque mi historia no es como la de ella, me identifico en la falta de experiencia para enfrentar situaciones con estos “locos bajitos” como diría Joan Manuel Serrat. Confieso que, en principio, les tenía temor y con mayor razón recién nacidos, por su fragilidad que, combinada con mi torpeza, se convertían en una bomba de tiempo que iba en contravía de una semillita que empezaba a germinar.

Recuerdo que bebé que pusieran en mis brazos, en menos de 30 segundos, lloraba y gritaba y sus padres tenían que llegar a su rescate de inmediato. No entendía por qué si yo no hacía nada, ni siquiera respiraba. ¿Sería eso?

Cuando se me quitó el miedo por estas pequeñas criaturitas, me causaron mucha curiosidad porque nunca entendía lo que pasaba por sus cabezas, aunque ahora lo entiendo menos. Por eso, cuando me di cuenta que por fin podía jugar con mi primito, a sus cuatro años, empecé a combatir ese temor.

Un día jugábamos a los animales. Yo le decía “eres un hipopótamo”, a lo que él respondía “tú eres un cocodrilo”…así duramos un buen tiempo, hasta que me gritó, con todo el esplendor de su inocencia, “¡eres una perra!”. ¿Adivinen qué? Concluí el juego ipso facto.


Pero el problema no fue sólo con él, sino con los papás. Una tarde estuvimos jugando varias horas y cuando llegó la mamá le pidió que le explicara el juego y él lo hizo con un lenguaje no muy acorde para niños refiriéndose al protagonista del mismo como “el man”. De una, la mamá, a quien no le gustó la terminología adquirida por el pequeño, pudo adivinar quién jugó con él.

Con el fin de estrechar nuestra amistad yo lo saludaba diciéndole: “hola parce”, a lo que él respondía “hola parsa” (dícese de parsa la versión femenina de parce). Tuvo que pasar mucho tiempo para que respondiera “hola parcerita”, expresión que no les debía gustar mucho a los papás. Lo mejor ocurrió en un paseo familiar en el que, de acuerdo con la ropa, les poníamos nombres de animales a los asistentes. Una de ellas, que estaba algo repuestica en ese entonces, llevaba una camiseta negra y el niño dijo que era una “ballena”. Sólo adivinen a quién miraron mal.


El éxito de nuestra amistad radicó en que ya no requería de tantos cuidados. Sin embargo, ésta se veía interrumpida cuando decía que quería ir al baño a “hacer popó”. En ese mismo instante, mi tarea concluía y yo clamaba, a gritos, por la presencia de una sustituta.


En términos generales, el balance de nuestra relación fue positivo. Pero la que he tenido con su hermanita ha sido aceptable, teniendo en cuenta que le dejé un trauma a los dos años y medio. Confiando un poco más de mis capacidades de "Nanny” decidí cuidarla una tarde.

Pero no conté con que la niña me dijera que le dolía la cola porque la tenía quemada. Ahí empezó Cristo a padecer. A mí se me ocurrió la brillante idea de decirle que si quería que le cambiara el pañal, a lo que ella respondió, de manera contundente: “Sí”.

Esa tarde fue peor que un vía crucis. Yo sabía que, para ese fin, se necesitaban crema, pañitos húmedos y, por supuesto, el pañal. Pero no sabía en qué orden iba. ¿Primero el pañal, encima la crema y, finalmente, los pañitos húmedos en las manos del bebé?

Aquí abro un paréntesis para quejarme con los fabricantes de pañales, pues no entiendo por qué omiten en el empaque las instrucciones de cómo se pone esa pequeña falda de algodón. Cierro paréntesis. Yo tuve que preguntarle a la niña cuál de los tres elementos debería ir primero y ella me señaló los pañitos húmedos y luego la crema porque tenía la cola quemada. Intenté sacarle el cuerpo y echarle la crema en las nalgas, pero ella se opuso, así que me tocó aplicársela bien.

La niña me miraba y yo percibía en sus ojos algo de temor, el cual se incrementó cuando le puse el primer pañal al revés y, al tratar de quitárselo para volverlo a poner, se rompió. Por lo general, esta ‘peque’ era muy inquieta, pero después de ver lo ocurrido, quedó tiesa. Saqué el segundo pañal y vuelve y juega. La baby, a la que paré en la cama, porque acostada no pude, sólo me preguntó: “¿no pudite Camila?” Las palabras sobraban.

Tuve que llamar a la abuela de la niña para que me explicara cómo se ponía el bendito pañal. Mientras tanto, yo sentía que la baby no me quitaba los ojos de encima. No le entendí nada a la abuela, así que, como dicen por ahí, la tercera es la vencida. Esta vez la niña me dirigió para que le pusiera el pañal al derecho aunque le quedó algo suelto y, al final, no muy convencida me preguntó “¿ya me lo poniste?”. Ella no se veía cómoda, ni feliz, y yo quedé agotada.

Aunque ya no usa pañales, el otro día me regañó porque la llevé al baño y no la senté bien en el inodoro y su ropa quedó un 'tris' húmeda. Desde entonces, llama a cualquiera de las personas que están a mi alrededor para que la lleven. Se dio cuenta de que yo sirvo para jugar, pero no para ofrecerle los cuidados que una verdadera “Nanny” ofrece.

Frases de reina


Por: @CamiNogales 



¡My name is Camila…and I´m from Colombia! Ojalá esa hubiera sido mi única frase de reina de belleza, pero no. Si bien es cierto que siempre queremos hacer gala de nuestra inteligencia, en algún momento de la vida, hemos respondido como todas unas reinas. Lo que pasa es que no hay cámaras que registren ese momento, ni personas atentas a las respuestas, así que han pasado desapercibidas.
 
De hecho, no siempre, lo cierto es que el otro día dos amigos me preguntaron qué era lo primero que le miraba a un hombre y yo respondí: “la inteligencia”. Ya se imaginarán la risa que les dio a ellos mi respuesta, la cual defendí al máximo, pero de la que me reí sola porque no tenía ningún sentido. ¿Cómo hace uno para saber, a simple vista, si el tipo que le gusta es inteligente? Es absurdo pero era para demostrar, al mejor estilo de las reinas, que yo no era superficial. Lo reconozco, fracasé en el intento.

Otro día, a mis mismos amigos, los cuales perderé más temprano que tarde si sigo con estas respuestas, les dije que necesitaba un hombre que me quisiera, sin importar su condición social. Ellos me la montaron, es más, aún siguen riéndose de semejante respuesta en la que yo les reiteré que sólo necesito de amor para vivir, como si en la vida no se necesitara de nada más y los recibos, el mercado y todo lo demás se obtuviera a cambio de puro amor. Pero lo que yo quería decirles era que la plata no lo era todo y que cuando hay amor hay cosas más importantes y lo demás se va construyendo, en fin, me enredé...explicación no pedida, acusación manifiesta.

Claro que lo que me ha pasado a mí es nada, en comparación con la exseñorita Colombia, Valerie Domínguez. Aunque me solidarizo con ella, sé que los argumentos expuestos para defender su inocencia sobre el crédito de Agro Ingreso Seguro (AIS) no fueron los más contundentes. Palabras más, palabras menos, ella firmó ese crédito sin saber de qué se trataba, lo hizo por amor. Sí, un crédito de más de 300 millones de pesos, de los cuales ella aseguró desconocer su procedencia. Sin embargo, vale la pena destacar la gallardía con la que reconoció que este podría ser un capítulo de “Los caballeros las prefieren brutas”.

Así como a Valerie le imputaron cargos, hay otras reinas con las que se debería proceder de igual forma porque he visto cosas peores y lo que yo he dicho es nada en comparación a ellas. ¿Se acuerdan de Andrea Nocetti? Ella fue Miss Colombia en el 2001 y aunque no me voy a referir a ninguna respuesta suya en particular, sí lo voy a hacer a la vez que participó en el show de David Letterman. Allí se atrevió a decir que quería ser cantante y tuvo la osadía de cantar, de la manera más desafinada, “Noches de Cartagena”…después de semejante oso, las palabras sobraban.

Sin embargo, las respuestas de las reinas rebasan los límites de la imaginación. Esta, del reinado de Panamá, es memorable: “Confucio fue uno de los que inventó la confusión y por eso de lo más antiguo fue uno de los chinos, japoneses que fue de lo más antiguo. Gracias”. Yo sólo me pregunto, después de semejante barbaridad, ¿qué es lo que agradece?

Pero esto no termina aquí. En Honduras, Tatiana Mejía, señorita Tegucigalpa, respondió a la pregunta de “¿con cuál personaje histórico de Honduras te identificas?” lo siguiente: “Buenas noches, me llamo Tatiana Mejía y represento a Tegucigalpa muy orgullosamente. Me identifico con mi madre porque ella tiene carácter y sabe cómo actuar cuando hay problemas. Gracias”. Lo que más me ofende de esta respuesta es que vuelve a agradecer.

Miren esta pregunta: “Si tuviera la oportunidad de que se le cumplieran tres deseos, ¿cuáles serían?” Hasta ahí todo normal, pero qué tal la respuesta de la señorita Ibeth Martínez: “Primeramente estar con mi familia, tener mucha salud y ser muy inteligente”. El único deseo que le justifico de los tres, por obvias razones, es el tercero.

En 1998, Jorge Alfredo Vargas le preguntó a Claribeth Yesica Valencia, señorita Chocó: “¿Cómo te sientes juzgada por un jurado internacional y no uno de tu país?” a lo que ella respondió: “La niña debe tener un perfil que se presente internacionalmente. Es un jurado internacional porque logra ver en la niña que se presente, logra reunir, logra ver en la niña que se presente que se reúnan las condiciones para una Miss Colombia internacional”. ¿Les quedó claro? A mí me quedo clarísimo.

Pero en el año 2000 la señorita Cauca, Mónica Caicedo, opinó sobre Lady Di y, al respecto, dijo: “afortunadamente que ya falleció porque es una mujer que de verdad, es una mujer que…que le daba a la gente que verdad lo necesitaba y por eso quería conocerla”. Helloooo Mónica, ¿no se te ocurrió otra palabra distinta a afortunadamente? Sólo espero que Lady Di no te haya jalado las patas después de decir semejante perla.

Yo sé que ustedes me van a decir que me falta la de la señorita Antioquia: “hombre con hombre, mujer con mujer…”, y muchísimas más. Después de revisar estas respuestas, puedo concluir que las reinas son inigualables e insuperables y, aunque en algunas ocasiones me he acercado, todavía me falta mucho para reinar. Por lo pronto, podrían llamarme princesa.

La moda no incomoda

Por: @CamiNogales

¿Quién dijo esa mentira tan grande? El que diga lo contrario, sólo recuerde los zancos que se puso Victoria Beckham para el matrimonio del príncipe William y atrévase a afirmar que esos zapatos eran los más cómodos. Sí…se veían divinos, no lo niego, pero súbase en una vaina de esas a ver qué tan cómodos son o si no pregúnteles a sus pies. Cuando llegué a este mundo, mi primera pinta fue diseñada y elaborada por mi propia bisabuelita.

Aunque no estoy muy segura de que su concepto estuviera a la moda, lo cierto es que, para atraer la buena suerte, con mucho amor, me tejió saco, gorro, patines y mitones rojos. No lo recuerdo, pero me imagino a una pequeña réplica del Chapulín Colorado, un poco más colorada que él y llamando la atención de los demás recién nacidos. Supongo que esa pinta era ideal para que me llevaran a una corrida de toros.

Durante mi niñez, a diferencia de los niños de ahora, era poca la autonomía para escoger ropa y poca la creatividad de los papás para el mismo fin. Esa es la razón por la que, revisando un álbum de fotos, constaté que mi hermana y yo, la mayoría de veces, estábamos vestidas iguales. Compraban los mismos vestidos en diferentes tallas.

En ese entonces, las pintas, por lo general, eran minifalditas con media blanca de colegio, una camiseta y listo. Pero lo que más recuerdo es un vestido largo que lo usábamos para ocasiones especiales, era blanco con rojo, mientras que el de mi hermana era azul. Nos lo ponían el mismo día como para que el mundo supiera a gritos que éramos hermanas.

Entretanto, mi papá, que era algo mechudo en ese entonces, usaba una camisa ceñida al cuerpo y unos pantalones un poco más anchos. Mi mamá, con el pelo largo y las puntas hacia afuera, una falda semi larga pegada al cuerpo y un maquillaje parecido al de Morticia Adams.

Una vez crecí, la primera lobera la cometí a los 11 años, cuando me compraron la chaqueta impermeable azul de Menudo que no me quitaba ni para dormir. Pero luego fui imparable.

No entiendo por qué mis amigas y yo acudíamos al agua oxigenada para decolorarnos un mechón de pelo, en lugar de ir a la peluquería. Recuerdo que los cinturones de taches y los botines negros eran sinónimo de rebeldía y el exceso de maquillaje era una demostración de madurez. Las uñas pintadas de colores como el fucsia, verde o naranja fosforescente contribuían con este look. Lo peor de esa época eran los moños que se ponían en la cabeza, en los mismos colores fosforescentes, cual regalo no sé de qué.

Después vinieron los pantalones bota campana con bodies, prenda que, como se deduce, viene pegada al cuerpo y que, por obvias razones no a todo el mundo se le veía bien. Me atrevo a pensar que esas personas que los usaron, cuyos cuerpos se embutían en esa prenda de vestir, no tenían un espejo en su casa.

Aunque Bogotá se caracteriza por ser una ciudad fría, esto no fue ningún impedimento para usar esqueletos, sin nada encima. Estaba en la universidad y, a pesar del frío, la moda prevalecía y, la mayoría de mujeres, lucíamos los esqueletos. El accesorio de esta pinta era la piel de gallina por cuenta del helaje.

Con el paso de los años, los escotes, en cualquiera de sus formas han estado de moda. La condición para usarlos es ser más de 34 - B para poder exhibir los atributos, de verdad o de mentiras, eso es lo de menos. Lo peor de todo es que, la gran mayoría de mujeres, ahora se tomaron literal la expresión de “el que no exhibe, no vende” y por eso dejan poco a la imaginación.

También se usan las blusas largas y anchas, moda con la que las embarazadas se sienten a gusto porque, pese a su estado, están a la vanguardia. El problema es lo que ocurre con las que no lo están, pues no falta el imprudente que pregunta: “¿la señora está embarazada?” lo que, claramente, significa que esa pinta no le luce.

¿Es que quién ha dicho que la moda es para todos? Hay que saber lucirla o imponer un estilo. Es como una señora, crecidita ella, como de 56 años, que tiene unas hijas alrededor de los 28, y sale muy seguido en las sociales de El Tiempo, Caras, Jet Set y Cromos, entre otros. Estoy segura que compra su ropa en el mismo lugar en el que lo hacen sus hijas. Reconozco que esa señora fue hermosa cuando joven y es flaca, lo que no significa que le luzcan las minifaldas sin medias, sandalias de tacón y un esqueleto ceñido al cuerpo, lo que combina, fatalmente, con su pelo teñido y largo como virgen de pueblo.

Es imposible refutar que esta señora está a la moda…pero también es fácil reafirmar que, para ella, la moda sí incomoda. Aunque no crean la forma en que alguien se viste, dice mucho de sí mismo, y en este caso esas pintas gritan el temor de esta señora a envejecer.

Es como si le pidiéramos prestado a la Duquesa de Kent ese sombrero rosado que se puso para la fiesta del príncipe William y llegáramos a un evento social así. A mí se me parece más a un nido de pájaro, pero en Londres es sinónimo de elegancia y de hecho ella fue una de las que dio de qué hablar por ser una de las más elegantes de la boda.

Así que no se trata de ponerse lo que se está usando porque sí. Todo tiene una razón de ser por eso si no pueden vestirse solas, contraten una personal shopper, pero por favor no salgan disfrazadas a la calle y recuerden que, casi siempre, menos es más. Entretanto...agradezco que mi visabuelita ya no está acá para que no me mande al otro mundo con una pinta parecida con la que llegué.  

Moviendo el esqueleto


 
Por: @CamiNogales



Mover el esqueleto tiene su ciencia. Por eso nuestros primeros pasos en ese sentido no son tan fáciles, ni tampoco innatos. Desde que tengo uso de razón amo la música, lo que no significa que haya nacido con el movimiento de caderas de Shakira. Menos mal cuando era niña no existía el 'Waka Waka' porque mi motricidad y coordinación habrían sido puestas en tela de juicio.

Los primeros pasos que di fueron con Menudo. No fue tan difícil seguir coreografías como la de “lluvia, lluvia, arco iris, vienes y te vas mojando mis cabellos”. Estoy segura que mis contemporáneos aún se acuerdan de los pasos. Sin embargo, después llegó la vida real y con ella las invitaciones a las fiestas. Recuerdo una de mi hermana en particular, en la que un amigo de ella se puso a la difícil tarea de enseñarme. Lo que no sé es si ya se le habrá pasado el dolor de cabeza de esa noche, en la que, al ritmo de “Mi mujer ya me está consumiendo…comején, ay comején”, no entiendo por qué razón, en lugar de pisarlo, le pegaba cabezazos. Al parecer, en lugar de mover la cadera, movía la cabeza, cual rockera.

Las siguientes fiestas fueron, literalmente, en lugar de diversión, una tortura para mí. ¿Han escuchado la expresión “comer pavo”? Yo no sólo la escuché, sino que la viví en carne propia y no una vez, sino varias. No sé si tuvo que ver con mi escaso talento para bailar, el hecho es que después de pisar un par de veces a mi parejo, nadie me sacaba a bailar y yo me quedaba, sentada, mirando al infinito. Por esta razón, al día siguiente no podía ni ver una silla porque me dolía la cola de pasar tanto tiempo sentada.

Finalmente aprendí a defenderme con sudor y lágrimas, aunque siempre me produjeron envidia las bailarinas de orquesta porque no pude llegar a tanto. Me acuerdo cómo se bailaban merengues como “Si tú te vas, mi corazón se morirá…eres vida mía todo lo que tengo…” La pareja estrella de la fiesta tenía que dar muchas vueltas en la pista, hacer el ocho y no sé qué más piruetas. No, a mí que no me pidieran tanto, yo cumplía con mover la cadera y los pies, pero a la segunda vuelta ya estaba mareada y como no podía ir al ritmo de mi pareja, la pisaba. Pero eso ya era un avance, pasé de pegar cabezazos a pisar.

Aunque el Breakdance lo bailaban, en su mayoría, hombres, yo siempre quise hacerlo, pero fui una simple espectadora. Al que sí traté de imitar, en repetidas ocasiones, fue a Michael Jackson con ese movimiento de mano al cantar “Just Beat it, beat it”, pero me hacía falta un poco de swim. Nunca pude caminar para atrás, pero sí gritar ¡Uhhh! como él lo hacía. Es más, todavía puedo.

Para la salsa sí he sido negada, sólo sé el paso básico, no me pongan a hacer el salto de la hoja…se me olvidaba, también sé hacer el embolador, ¿qué cómo es eso? Suban un pie y simulen que tienen un trapo para brillar el zapato y hagan ese movimiento, les garantizo que así descrestarán a su pareja.

En el colegio, mi mejor amiga y yo preparábamos coreografías de canciones como “How will I know if he really loves me…” de Whitney Houston y nos salían lo más de bien, pero cuando nos tocaba bailar “La Cumbia cienaguera que se baila suave zona”, con toda la indumentaria necesaria, yo no podía. No sé si era la falta de medias o las alpargatas las que me impedían coordinar los pasos y mirar sonriente y coqueta al público que nos admiraba.

El vallenato sí era lo máximo porque era la música del final de la fiesta y en la que nuestro parejo, al ritmo de “Llegó la hora de partir sin medir distancias” de Diomedes Díaz, tenía licencia para amacizarnos y rozar cachete con cachete. Nosotras, mientras tanto, en silencio le pedíamos a Dios que este hombre nos dedicara esa canción. Igual si no lo hacía, era como si lo hubiera hecho porque cada vez que la escuchábamos en otro escenario, gritábamos “¡ayyyy! esa es nuestra canción”.

Aunque yo no tuve fiesta de 15, sí tuve que bailar el vals en una que otra fiesta y, al respecto, prefiero no referirme, ni tampoco recordarlo. Lo que más me gustó bailar fue “que qué que qué Ricarena”, me encantaba, era el ritmo perfecto que se ajustaba a mis capacidades bailarinísticas.

Pero donde se puso a prueba mi coordinación fue en “el meneíto, el meneíto…ahí, ahí” y pude constatar que tenía un grave problema en mis hemisferios cerebrales porque cuando todo el mundo iba a la derecha, yo iba hacia la izquierda. Lo peor eran los golpes que les pegaba a mis compañeros de rumba por ir, literalmente, en contravía.

Gracias a Déxter y a Nerú mi vida dio un giro de 180 grados. Ellos dos son los artífices de lo que yo soy en el baile. Gracias a ellos, aprendí y al ritmo de la canción “moviendo la cadera, moviendo la cadera, a la derech, a la izquier”, lo logré. Ellos hicieron el milagro y, desde entonces, comprendí cuál era la diferencia entre izquierda y derecha, adelante y atrás, y pasé de hacerme en la última fila, donde me miraban mal porque les pegaba a todas las vecinas del gym, a la fila de adelante, justo detrás de ellos.

Por falta de espacio no podré referirme a otros bailes como Lambada, Macarena, Aserejé, champeta, capoeira y reggaeton. Pero sí puedo concluir que lo bueno de ahora es que ninguna mujer corre el riesgo de “comer pavo”, salvo que sea Navidad. Lástima que no me tocó esa época porque me habría evitado unos cuantos dolores de cabeza, no sólo a mí, sino a mis parejos.

Cartageniando


Por: @CamiNogales

Después de, aproximadamente, 13 años sin visitar ‘La Heroica’, volví de vacaciones. Empaqué el chingue, la sandalia, el esqueleto y demás corotos que, en mi condición de rola, no tenía, pero que tuve que comprar para este viaje. Mi primita de tres añitos, su mamá y yo emprendimos este recorrido, guiadas por las indicaciones de mi padre, un cartagenólogo que nos sugirió lugares para visitar, recorrer y disfrutar. Nuestro lugar de alojamiento era el Hotel Caribe y el Plan incluía sólo desayunos.
 
Mi papá nos sugirió comer por fuera porque, en su opinión, la comida del hotel era muy cara y su calidad no era proporcional al precio. Pero, el primer día, llegamos no sólo al filo del mediodía, sino con un ‘filo’ terrible. Por lo tanto, hicimos caso omiso a la sugerencia paternal y almorzamos allí.

Pedimos un pargo con patacón y ensalada, pero no nos avisaron que, aquel pez, sufría de uno de los principales males del siglo 21: la anorexia. Ya se imaginarán por qué…por lo tanto, no quedamos lo suficientemente llenas, pero no había otra opción.

Luego, le echamos un vistazo a la playa del hotel y, dadas las condiciones de hacinamiento, el mar era el único lugar en el que podíamos instalarnos. Sin embargo, allí conocimos a Danilo Santos. Así se nos presentó aquel ‘morenazo’ de la playa, encargado de las carpas, quien no dudó en anotarnos su teléfono celular y, a quien buscamos al día siguiente.

Entretanto, nos pusimos el chingue y bajamos a la piscina del hotel. Desde entonces, todas las tardes visitamos este lugar que le gustaba tanto a la ‘peque’. Lo curioso es que nuestra ‘baby’ era la única que salía, constantemente, de la piscina para ir al baño. Mientras que, los otros niños, quienes permanecían allí toda la tarde, nunca salían. ¿Serían cuerpos gloriosos? Eso espero y, la verdad, no quiero ni siquiera plantearme lo contrario.

No entendía la razón por la cual Danilo Santos nos anotó su celular. Lo cierto es que, todas las mañanas, íbamos a la playa y él nos esperaba, en el mismo sitio, para instalarnos la carpa. Nadie nos ofrecía el servicio de las carpas, los encargados del mismo, simplemente decían: “ajá, ejas son las de Danilo”.

Sólo, al final supe que, muchas turistas, los llaman a ellos y les pagan por el ‘favorcito’ y, aunque la mayoría son monas, blancas y ojiazules y yo no cumplía con los requisitos, sí le sonreía amablemente. Hasta le pedí que se tomara una foto conmigo, sólo para la posteridad. ¿Será que así lo entendió? Ahora que lo pienso, lo pongo en duda.

Además de los encantos de este mar, que no tiene siete colores, sino uno y es café, los vendedores o, más bien, ‘acosadores’ atentan contra la salud mental del turista. El primer día respondíamos educadamente: “no gracias”, cuando nos ofrecían:”las trenzas pa la niña”, al igual que los baldes, la cocada, el aceite de coco, el masaje y demás productos que allí se venden. Pero, al tercer día, ya ni contestábamos sino que mirábamos al infinito o respondíamos: “what’s up…I don’t speak spanish”, lo que tampoco fue una barrera para ellos.

Como buenas cachacas, íbamos a almorzar en salida de baño y una que otra cosa encima. Un día un taxista nos advirtió que debíamos ponernos una toallita debajo para no mojar la silla. Nosotras respondimos, de manera contundente, que nos habíamos secado hace rato. Él nos reiteró la solicitud, pero nosotras insistimos, y el señor no tuvo más remedio que creernos. Mi sufrimiento comenzó cuando me bajé del taxi y vi mi parte mojada; luego siguió la peque y su mamá…todas dejamos nuestra huella marcada. Lo único que sé es que pagamos y huimos, cual delincuentes, en ese mismo instante. Estoy segura que la que sufrió las consecuencias fue mi mamá que, con justa razón, me la debió recordar innumerables veces.

Entre nuestras opciones de almuerzo no podía faltar ir a los restaurantes de Juan del Mar. En el fondo, teníamos la esperanza de que su dueño, vestido de torero, nos atendiera personalmente. Para nuestra desilusión, no nos atendió él, sino un polluelín, bonito él, que cautivó a nuestra chiquita, quien, cada vez que desaparecía, preguntaba “¿dónde está el de rojo?” y, cuando él llegaba y le hablaba, ella miraba hacia otro lado, como si no fuera con ella. Este ‘pequeñuelo’, al parecer tenía un radar ‘detecta rolos’, que le permitió identificar nuestro lugar de procedencia ipso facto (y eso que no llevábamos la media blanca). Esto, con el fin de invitarnos a conocer el restaurante de Juan del Mar, en la 81 con 9, en Bogotá, atendido por su propio dueño y la novia, la ‘Toya’ Montoya. Y yo, que me hice todo este viaje para comprobar lo que vi en Soho, y fracasé.

No puedo negar que disfruté de esta ciudad, pude constatar que la confianza inversionista ha surtido efecto. Esta confianza se traduce en los extranjeros que viajan a Cartagena, en busca de su ‘morenita’, la cual no sólo obtiene las ganancias de sus servicios, sino que disfruta de los lujos de un hotel y de las comodidades de cualquier turista.

En esos días me desconecté de mi cotidianidad y me conecté con otra realidad que me desconcertó. Cartagena es una ciudad mágica, pero esa magia se ha visto empañada por la suciedad de sus playas, el turismo sexual y la pobreza, en general. No logro comprender por qué si es una de las ciudades más caras y el principal destino turístico internacional, cuál es la razón de tanto descuido de la administración local.  

Happy Birthday


Uno cumple años sólo una vez al año…esa era razón suficiente para que, a partir de mis 15 años y hasta los 22, celebrara como se debía. Mi mamá, no sé si por desnaturalizada, al igual que mi hermana, en vez de alegrarse, sufría cuando esta fecha se acercaba. Todo comenzó con mi fiesta de 15 años. De hecho, yo tenía que escoger entre un viaje a Estados Unidos, donde vivía una tía, o una fiesta. Si usted me conoce, ¿Qué cree que escogí?

 
Pues la segunda opción porque ni Mickey, ni Donald eran tan divertidos como mis amigos.

Mi mamá, mujer precavida, buscó la receta de un coctel con maracuyá para que sólo tomáramos eso. Ella estaba feliz porque había calculado máximo tres coctelitos por invitado y no más, como para que mantuviéramos nuestra sobriedad durante toda la noche. Todos le recibimos por decencia, sin embargo, mi mamá comenzó a percatarse de los efectos del alcohol no sólo en mis amigos sino en mí, pero no comprendía la causa de los mismos.

Lo cierto es que a altas horas de la noche un amigo quedó petrificado en el piso de la sala de mi casa. Sí, es lo que ustedes están pensando “no estaba muerto, andaba de parranda”. Justo en ese momento, cuando la mayoría de los invitados ya se habían ido en estado similar, mi mamá descubrió una guaca en la casa en la que se encontraban 9 botellas de ‘guaro’ vacías. Si ella no hubiera hecho ese coctel con ese dulce, quizás habría evitado lo inevitable porque fijo el dulce de la maracuyá fue lo que le hizo daño al pobre muchachito (sí, como no) al que los papás tuvieron que sacar como se merecía: “en hombros” y olé.

Me quedó gustando celebrar en grande…y a mis amigos también. A mi mamá tal vez no, y a mi hermana un poco menos. Sin embargo, tuvieron que padecer por varios años el desfile de amigos que entraban y salían de mi casa, casi siempre, en las mismas condiciones.

Recuerdo una vez que me llevaron, ‘supuestamente’, un trío. Eso no lo tengo tan claro, no sé si sería bizca pero yo les puedo jurar que los músicos eran seis. El hecho es que, después de la euforia que causó dicha serenata, nos llevamos a rumbear a mi mamá y mi hermana.

Yo creo que de sólo recordarles aquella noche podría revivirles el estrés postraumático que les causó vernos en todo nuestro furor cantar, bailar, gritar, brindar por nuestros amores que no eran pocos. Nuestra conversación era un derroche de cultura general. Esa debió ser la razón por la cual mi mamá y mi hermana huyeron despavoridas, pues a ellas les era imposible sostener una conversación de semejante calibre intelectual. Desde entonces, mi ellas declinaban ante cualquier propuesta indecente que les pudiéramos hacer.

Sin embargo, todo lo que empieza se termina, especialmente, si alguno de ustedes tiene una hermana como la mía. Cuando cumplí 22 años, era popular y, por lo tanto, mi círculo de amistades se había ampliado considerablemente. La fiesta comenzó en la tarde y la gente iba llegando gradualmente. Estaban mis amigos y como diría Objetivo Birmania “los amigos de mis amigas” que también eran “mis amigos”. Yo no me acuerdo cuánta gente había en mi casa, ni a cuántos conocía, lo cierto es que el CD de Maná se repetía innumerables veces y yo ya no sabía de quién era vecina, cuando mi hermana decidió acabar la fiesta. Esa noche marcó el final de dichas celebraciones.

Al siguiente año, el día de mi cumpleaños, fui secuestrada por mi papá, quien me llevó a cine a ver Forest Gump, luego a comer y me dejó en mi casa a altas horas de la noche, justo cuando ya habían pasado todos mis amigos por allí en busca de una farra que se había institucionalizado, pero que mi familia acabó arbitrariamente.

Por esta razón, cuando iba a cumplir mi cuarto de siglo me indigné y me rehusé a celebrarlo. Mi cumpleaños era un lunes y por eso el domingo mis compañeros de la U me organizaban una fiesta sorpresa. Yo decidí irme de la casa ese día y mi mamá no tuvo alternativa diferente a contarme. Cuando llegaron mis amigas yo abrí la puerta y me gritaron “¡Sorpresa!” y yo les respondí: “no pues, qué sorpresa tan #$&/$”.

Al terminar la Universidad, nos reunimos todo el parche y esa fue la mejor despedida. No quedó títere con cabeza y no precisamente porque rajáramos del prójimo, sino por el exceso de Vodka Absolut que tomamos. Una compañera pastusa se robó el show con sus dichos, sus bailes, otra peleaba con el novio, la otra llamaba por teléfono…en fin, fue un día memorable que nunca más se volvió a repetir porque mis cumpleaños han venido en decadencia.

La bebida de los años siguientes ha sido té o café, de acuerdo con el gusto del ‘gato’ que me visite con ponquecito. Lo único que me falta hacer ahora es un costurero y estoy segura que ya falta poco para eso. Si el año pasado organicé una piñata en la que mi única invitada era mi primita que tenía dos años, ¿qué tiene de malo que ahora decida jugar parqués o damas chinas?

Independientemente de lo que decida hacer, de lo que sí estoy segura es que ese día hay que celebrar la vida porque no sabemos cuándo nos vayamos. Muchas personas que estuvieron conmigo en mis cumpleaños y en mi vida, ya no están: mi bisabuelita Elizabeth, mi abuelita Amanda, mis amigas Ana y Marce, mi tía Tita que partió hace dos años el día de mi cumple y mi primito Juanito. Al recordarlos a ellos sé que con ‘guaro’, con té, con agua, con lo que sea debo celebrar siempre con las personas que amo porque nuestro paso por acá es corto.  

Soy Periodista...y qué


Por: @CamiNogales

Antes de ser Periodista, quise ser detective. Recorría mi casa con una lupa buscando huellas de ladrones, investigaba los mensajes en clave que aparecían (adivinen escritos por quién) y lo mejor de todo es que los descifraba. Lo que no sabía en ese momento, pues era muy niña, es que podía ejercer mi profesión como detective del DAS. Sin embargo, esta experiencia me sirvió más adelante para detectar una que otra infidelidad.

Soñé con ser bailarina de ballet, pero sólo porque me gustaban los vestidos; detestaba esa música, así que fracasé antes de intentarlo. La posibilidad de ser Sonia Osorio se derrumbó ipso facto. Quise ser cantante. Formé un dúo con una amiga del colegio, me acuerdo que ella me llamaba por teléfono y yo le cantaba “la de la mochila azul, la de ojitos dormilones, me dejó gran inquietud…” y ella, al otro lado de la línea me grababa, pero los profesores conspiraron en contra de mi estrellato, cuando me echaron de dicha institución. De modo que no pude ser Pedrito Fernández, versión mujer.

Quise ser baterista, muy al estilo de Ringo Starr, pero mis papás me negaron esa posibilidad. Ellos, en lugar de rockera, me querían serenatera y por eso insistían en que tomara clases de guitarra, a lo que me negué categóricamente porque nunca quise ser cantante de chimeneas. Yo sólo quería hacer vibrar a los demás con el sonido de este instrumento y como no lo logré, hice vibrar a mi familia y a mis vecinos con mi propia batería que, por cierto, era Energizer. Lo que sí tengo claro es que si ellos hubieran sabido lo que les ocurriría, en el corto plazo, hubieran preferido escucharme todos los días tocando ese instrumento.

Mi sueño musical murió definitivamente cuando, después de ser tenista, decidí ser como Paris Hilton, Lindsay Lohan o Kim Kardashian, es decir, no quería ser nada. No lo hice tan mal, pero pude haberlo hecho mejor si hubiera contado con medios económicos similares a los de ellas. Pero por las noches, aunque en sitios menos reconocidos, seguí juiciosamente sus pasos. El problema es que para seguir esa vida nocturna de lujuria y rumba, se necesitaba más dinero y, nuevamente, fracasé en el intento.

Por fin llegó la hora de la verdad…salí del colegio y debía escoger una carrera. Era obvia, teatro. Siempre he llevado una artista adentro y si no, pregunténle a mi mamá cuántos Óscares me pude ganar en mi adolescencia por cuenta de mis buenas y creíbles actuaciones, las cuales prefiero dejar a su imaginación.

Como todo papá me dijo que esa no era una carrera y “me iba a morir de hambre”. Aunque hubiera querido que estudiara una ingeniería, él más que nadie sabía de mi déficit neuronal para tal fin. Así que me sugirió Administración de Empresas, lo hice en la Javeriana y reconozco que la pasé buenísimo ese semestre.

Así que nuevamente llegó la hora de la verdad segunda parte: decidí estudiar Comunicación Social y Periodismo. Sí, la carrera para las “niñas huecas, brutas, que sólo quieren ser presentadoras de televisión”. Pero era Teatro o Comunicación. Mi papá no tuvo otra opción.

Desde entonces, he recibido todo tipo de críticas. Duré un año tratando de encontrar mi primer trabajo y, en ese entonces, me reiteraban que si fuera Administradora de Empresas mi vida sería mejor, que quién me mandaba a estudiar esa carrera. No se imaginan las eminencias que me decían esto, sí esas mismas eminencias que sólo se dedican a criticar al prójimo, y que no hacen sino buscar lo negativo en la vida de los demás porque la de ellos es perfecta.

Cuando hice la maestría, yo era diferente a todos por ser Periodista. Era la única con esta profesión y, por esa razón y mi supuesta falta de preparación, el profesor que me hizo la entrevista recomendó que no me aceptaran. No les niego que, en primer semestre, me sentía no en clases de Administración Pública, sino de arameo, pero conseguí un buen traductor y la saqué adelante. Para sorpresa de todos, la Periodista fue la primera en graduarse y el profesor, con el rabo entre las piernas, tuvo que retractarse de su concepto inicial, reconocérmelo y pedirme disculpas.

Los periodistas no somos tan brutos como creen. Es más, tenemos más cultura general que cualquier otra profesión. Debemos saber de todo y si no lo hacemos, debemos inventarlo o aprenderlo. No hay otra alternativa. Nuestra vida, gracias a Dios, no transcurre sentada en un escritorio al frente de una tabla en Excel haciendo cuentas inútiles.

Es preciso tener la mente abierta porque, a pesar de tener una agenda de trabajo, siempre ocurren imprevistos. Hay que saber escuchar y, por supuesto, comunicar. Tenemos la capacidad de crear, de escribir, de hablar y conocer gente a diario. Nos codeamos no sólo con el compañero de al lado en la oficina, sino con personas que no hubiéramos podido conocer si fuéramos administradores o ingenieros. Todos los días comenzamos una aventura que no sabemos cómo termina. La historia la vivimos y la escribimos minuto a minuto. Eso, entre otras cosas, es lo bello de nuestra profesión.  

Bogotá Positiva

Por: @CamiNogales

Voy a empezar este post, muy a lo Jorge Duque Linares, con actitud positiva. Bogotá es la ciudad donde nací y en la que he vivido toda mi vida (a estas alturas del partido es mejor no especificar los años). La metrópoli en la que pasé mi infancia, abusé de mi adolescencia y maduré, aunque un poco tarde, pero lo logré. Como dicen por ahí, ‘Bogotá no tiene mar, pero tiene ciclovía’. Aquí hay planes para todo el mundo: gastronomía, rumba, descanso, deportes, en fin…

 
Sin embargo, este sinnúmero de alternativas se ha visto opacado por la inseguridad de esta ciudad que no comenzó hoy. Lo grave del asunto es que siempre que soy víctima de un delito, la culpable del mismo he sido yo. Recuerdo que, a mis escasos cinco años dejé el triciclo en la puerta de mi casa y me entré. A los cinco minutos, salimos y ya no estaba. ¿Adivinen quién fue la culpable? ¿Mi mamá por dejarme sola afuera? Obviamente no. ¿El ladrón que se robó el triciclo? Tampoco. Pues yo, porque a los cinco años fui irresponsable y dejé el triciclo ‘tirado’.

En la Universidad, siempre llevaba un morral que me colgaba a mis espaldas. En el bolsillo de atrás estaba mi billetera y un día que salí a hacer unas vueltas, me la sacaron tan rápido, que ni me dí cuenta. La plata era lo de menos, pero los papeles… ¿Adivinen de quién fue la culpa de que me sacaran la billetera? Pues mía…a pesar de que todo fue a mis espaldas. ¿Y el ladrón? Sin palabras

Otra vez, en un bus, me sacaron un celular de la cartera. Vuelve y juega la misma lora, la culpable: yo. Que por qué no me colgué el bolso adelante, por qué no le puse candado…En otra ocasión iba en un colectivo, tenía los audífonos puestos porque iba escuchando música en mi celular, cuando se subió un ladrón, me puso un cuchillo, me quitó el celular y se bajó. “¡Quién la manda a escuchar música en un bus!”, me dijeron.

La semana pasada iba en el bus twitteando en mi Blackberry. Se subió un rapero por la puerta de adelante con otra persona y por detrás dos tipos, con una pinta que no quiero ni recordar, y en cuestión de segundos, uno de ellos me rapó la Blackberry. Cuando lo miré, me recordó a mi mamá y me miró con una cara de odio que me ha quitado el sueño. Después de que se bajó, pedí amablemente que me prestaran un celular para desactivar el mío. Era una simple llamada al *611, que no tiene precio. Resulta que en todo el bus nadie tenía Movistar. Tuve que llorar, como lo hacen los ‘peques’, para que alguien se compadeciera y me prestara un teléfono. Ahí pude constatar que vivo en “Bogotá sin indiferencia”. Al día siguiente, adivinen a quién le echaron la culpa.

Así las cosas y con este trauma no superado, pues que venga el general Naranjo o Palomino, o quién sea y me encane por dejarme robar tantas veces. No sé si el delito que he cometido es el de cohecho que es de doble vía. En ese orden de ideas, somos culpables los ladrones y yo: el ladrón por robarme y yo por dejarme. Una vez esto ocurra, me cambio de nombre, ya no seré Camila, sino Yidis Nogales.

Todo el mundo dice que en Bogotá no se debe dar ‘papaya’ porque lo roban. Entonces uno no tiene derecho a salir con joyas, a arreglarse, a comprar un carro lujoso o a sacar plata de un banco. Mejor dicho, si nos roban es culpa de nuestra irresponsabilidad. Un señor no tiene derecho a no dejarse quitar el Blackberry porque lo matan ipso facto. ¿Y de quién fue la culpa de dicha muerte? Pues del señor que, en lugar de dejársela fácil al ladrón, intentó defender sus pertenencias.

Un día un supuesto extranjero me detuvo en la calle. Su argumento era que le había pagado a un taxista 40 dólares y el señor le dijo que iba a ir por las vueltas y nunca volvió. Ni me acuerdo el lugar que estaba buscando. Lo cierto fue que, ese señor que tenía puesto un reloj de oro y diamantes, sacó un fajo de dólares. Me ofreció una parte del mismo para que lo ayudara a encontrar el lugar, pero algo me dijo que no lo hiciera. Se acercó una señora colombiana y me dijo que lo lleváramos las dos, pues el sitio quedaba a tan solo dos cuadras. Él me ofreció dinero para el taxi, pero yo respondí que tenía afán y no podía ir. Salí casi corriendo y con el corazón en la mano. Me quedé pensando en la señora y tenía cargo de conciencia por su suerte. Días después leí una historia similar en donde la señora que llega es cómplice del extranjero. ¿Saben de qué se trata? Nada más y nada menos que una banda de traficantes de órganos. Así que si yo me hubiera ido, también sería mi culpa por ayudar.

Para rematar, ahorita me encontré con una circular de la Policía de Bogotá con cinco placas de taxis. De acuerdo con la misma, son peligrosos porque hacen el ‘Paseo Millonario’. Yo me pregunto, ¿por qué, si los tiene identificados, la Policía no los ha capturado?

Mejor dicho, a los bogotanos y a quienes residen en Bogotá, les recomiendo no sacar joyas, tarjetas (débito y crédito), mantener el celular apagado y no guardarlo en el bolso, no sacar plata (sólo lo necesario) y si lo hacen guárdensela en donde las abuelitas o las mujeres de la ‘vida alegre’ lo hacían.

Cuidado con la billetera…en fin. Mejor dicho, hablamos más tarde que también voy a dejar mis riñones, ojos y pulmones en la casa por si me vuelvo a encontrar a los ladrones de órganos. Esa es la ‘Bogotá Positiva’ de nuestro alcalde Samuel Moreno, en la que no sólo hemos sido víctimas de los ladrones de la calle, sino de los de cuello blanco. 

Qué gripa


Por: @CamiNogales

En medio de este letargo en el que me encuentro decidí escribir este post. Pero mis pensamientos están algo confusos y este adormecimiento que siento posiblemente me impida escribir algo lúcido. Sí, tengo gripa y qué. Aunque sé que no me voy a morir de esta enfermedad, mi cuerpo actúa como si mis horas estuvieran contadas.

Cuando cierro los ojos veo la luz del túnel, pero mi abuelita se asoma y me dice que este no es el momento, debo cumplir una misión y quedarme acá más tiempo. ¿Cuál será? A corto plazo, tengo varias misiones: sonarme, dormir, tomar jugo de naranja y quejarme.

Sin embargo, no me dejo morir. De sólo pensar lo que pasaría si me muero antes que mi mamá y mi hermana, me hace sobreponerme a cualquier enfermedad, por grave que parezca. Lo que verdaderamente me preocuparía de irme antes que ellas es lo que podrían hacer conmigo, una vez esté en estado de total indefensión.

A ellas nunca les ha gustado mi forma de vestir, así que las dejaría en libertad para hacerlo en la funeraria. Tan sólo imaginarme el hábito de monja que me pondrían en el ataúd o ese sastre grueso que me regalaron con motivo de mi grado, basta para reponerme a cualquier adversidad que deba enfrentar mi cuerpo. Noooo, ese ‘papayazo’ no se los doy por nada del mundo.

Esa es la principal razón que tengo para salir adelante, a pesar de esta gripa que quiere matarme. A propósito de este virus, muy común entre nosotros, especialmente, ahora que ‘La Niña’ anda feliz en Colombia, quiero decirles que esta es la enfermedad que va en contravía de cualquier vanidad femenina. Los días que uno está así es mejor salir de circulación porque corre el riesgo de perder a los pocos amigos que tiene o de destruir matrimonios.

Ojeras, nariz roja, palidez, ojos caídos, en fin…lo peor es que nada se corrige con el maquillaje, pues si lo hacemos corremos el riesgo de parecernos Morticia Adams porque, gracias a este virus, ni el maquillaje nos pega. Además, las pintas, en mi caso, son particulares, pues a mí no me gustan las chaquetas, ni las bufandas. Como no me gustan, no tengo muchas. Así que, cuando estoy enferma, parezco disfrazada. Me pongo el veintiúnico saco grueso, con una chaqueta, una bufanda prestada, el pantalón de sudadera, unas medias, en fin…ya se imaginarán. Lo peor es que parezco un arco iris porque nada sale con lo otro.

Pero no sólo se trata del aspecto físico, sino que después de toda la ola que se regó por cuenta de la gripa AH1N1 están quienes no disimulan y lo miran a uno como un virus ambulante y evitan cualquier tipo de contacto. Otros más directos simplemente le piden a uno que se aleje. Además de enferma, deprimida y aislada…no hay derecho.

En caso de tener novio o marido, ni se le ocurra insinuársele porque en lugar de provocarlo, sólo desatará en él una carcajada. Usted le puede decir: “Mi amod, decuéstate ad dado mío” y le aseguro que él no lo hará, le sacará cualquier disculpa. Además, hay que reconocer que si en la vida cotidiana tiene voz sexy, de esa no quedará nada…así que es mejor esperar unos días a su recuperación para emprender la tarea de conquista o reconquista.

La lucidez mental también se pierde y esos sueños combinados con delirios por cuenta de la fiebre hacen que uno piense cosas que, en sus cinco sentidos, no pensaría. Así que también se corre el riesgo de hablar incoherencias. No sé si es por esa razón que ni los amigos se hacen presentes por esos días y sólo llaman a decir: “¿Qué estás tomando?” “Toma mucho líquido, come fruta y abrígate”. Gracias, pero les juro que nadie se atreve a visitarlo a uno, aunque a decir verdad uno no quiere ver nadie, pero esa sensación de rechazo tampoco ayuda a la recuperación.

Intento leer y no puedo, ver televisión y tampoco. Entonces, ¿qué hace uno encerrado en la casa? Nada porque todo molesta. Lo peor es tener que asistir a un evento público en ese estado porque, como lo dije anteriormente, aunque ‘el virus se vista de seda, virus se queda’. Las voces de los asistentes retumban en los oídos y el sonido de la música se vuelve insoportable. Además, poco o nada le importan a uno las historias del prójimo. La gripa lo vuelve a uno egocéntrico, pues uno sólo piensa en satisfacer sus necesidades básicas: tomar jugo, ir al baño y dormir. Lo demás, es lo de menos. Uno sólo habla con los demás para pedir que le traigan el ‘juguito’, el agua o para lamentarse.

Sinceramente, no logro comprender cómo logré escribir este post. Sólo sé que el sueño me está venciendo nuevamente y no soporto ni siquiera estar sentada en una silla, sino que mi cama me llama a gritos. Ya no soporto la luz del computador, ni mucho menos la del televisor, así que sólo miraré al infinito hasta quedarme dormida otra vez.

Sólo espero que mañana sea otro día y a ustedes les doy consejo de abuelita: “abríguense mucho, cuidado con el sereno y tomen vitamina C porque este invierno está haciendo de las suyas”. Eso sí, no se les olvide la sombrilla porque por cuenta de ese detalle, consecuencia del alzheimer precoz, es que estoy en estas condiciones.

Los 80's


Si alguna vez asistió a una miniteca con The Best Megafiestas, cantó “Like a Virgin”, bailó “Boys, boys, boys, I’m looking for a good time…”, comió helado en Crepes y en Von Glacet, pizza en Domo, iba a Burger King o Uniplay en Unicentro, creo que usted, al igual que yo, pasó de la niñez en la adolescencia en los 80’s.

También le encantaba Cindy Lauper, pero no por canciones como “Girls just wanna have fun”, sino por su pinta. Intentó bailar breakdance y gozó, entre otros, con Charly García, Prisioneros, Los Toreros Muertos, Hombres G, Miguel Mateus, Pasaporte y Compañía Ilimitada. Adicional a esto, soñó con bailar Beat it o Thriller, al estilo Michael Jackson, a quien conoció con su empaque original y fue testigo de su transformación.

De hecho, yo también sufrí muchas transformaciones, no sólo por el paso de los años, sino porque me gustaba estar a la moda. Pero lo que más recuerdo es que, en mi afán de no ser lisa, me hice la permanente. Esto sería lo de menos si hubiera tenido el pelo más largo, pero como no era así, se me encogió un tantico.

Con el agravante de que, después de ver a Madonna, todas queríamos ser monas y, en lugar de ir a la peluquería a cambiar el color de pelo, acudíamos a métodos non sanctos como el ‘Sol Eclair’. Lo confieso: yo acudí a este spray, con una alta dosis de agua oxigenada, y mi mejor amigo fue el encargado de aplicarme esta sustancia.

Él era todo un especialista, que después de echarme todo el tarro encima, leyó las instrucciones en las cuales decía que si la persona tenía permanente, sólo se debería aplicar la mitad. Gracias…ya no había nada que hacer, sólo exhibir con orgullo mi pelo crespo, color zanahoria.

Las sombras rosadas y violetas, los labios rosados, las uñas fucsia, verde o negras, adornaban mi nuevo look que, con el paso del tiempo, se convirtió en un copete Alf. Sí, como el del famoso extraterrestre de la televisión. Los instrumentos necesarios para quedar así eran una peinilla para enredar y parar el copete, y el gel o agua con azúcar que posibilitaban su permanencia. Para ese fin, el agua con azúcar era más efectivo porque uno dormía y se levantaba, a la moda, con ese copete que no lo bajaba nadie.

Para salir de noche, nada mejor que un gel con escarcha para no pasar desapercibida, delineador negro en el párpado y debajo del ojo, sombras de colores, minifalda de jean, medias negras estampadas, una blusa larga fucsia con cinturón ancho, las manos llenas de gumis y botines negros Reebok.

Cabe anotar que, para los menos pudientes, como yo, los botines eran Rebook. Lo triste es que la gente no valoraba el trabajo, ni el tiempo que tardábamos arreglándonos, además de la ilusión de unas adolescentes de ir a bailar “El baile de los que sobran”, pues, al vernos, a dos amigas y a mí, con esas pintas, no nos dejaron entrar a una fiesta y nosotras, carentes de dignidad, nos quedamos toda la noche afuera y nuestros amigos salían, por turnos, a visitarnos.

Los lugares predilectos y de moda de esa época eran la pizzería Domo, Uniplay y Burger King en Unicentro y La Perrada de Édgar, entre otros. ¿Saben qué se hacía en esos sitios? Nada. Cuando digo nada, es nada…pasábamos a ver quién estaba, mirábamos de reojo y seguíamos derecho, esperando a que alguien nos hablara. El resultado casi siempre era el mismo, motivo por el cual volvíamos a pasar por los mismos lugares.

Igualmente, la tienda de barrio era la mejor disculpa para eludir las tareas. A la vuelta del colegio, siempre había algo que comprar allí, donde uno se encontraba con todos los amigos que estaban haciendo exactamente lo mismo que uno: vagar. Pero es que, pónganse en nuestro lugar, ¿qué era más atractivo, leer “La Rebelión de las Ratas” o ir a encontrarse con los amigos del barrio, que estaban huyendo del demonio del conocimiento?

Pero tampoco piensen que, en los 80’s no se leía. Claro que sí, los viernes El Tiempo tenía la ‘Página del Rock’, que venía con la letra de una canción de moda y noticias musicales. Ese era todo un clásico de la literatura e infaltable en mi casa, que me facilitaba el aprendizaje de las canciones. Es que sacarle la letra a una canción era muy difícil si se tiene en cuenta que estaba grabada en un casete, con la voz del DJ de la emisora, de fondo.

Los primeros pinitos en el baile los hice en esa época. De breakdance más bien poco, mi motricidad me lo impedía. Aunque, para estar a la vanguardia me sabía sus canciones: “Beat street the king of the beat, you see him rocking that beat from across the street And Huh Huh!...” Para que vean que todavía me acuerdo. Tampoco aprendí a bailar otros ritmos porque en las fiestas, la mayoría de las veces, comía pavo.

El hecho es que yo viví a plenitud esa década, en la que el líder de opinión de ese entonces era Alejandro Villalobos. También moría de risa con Papuchis, Don Fulgencio y Carlota, y con las ‘Musas a Mí’ de Gabriel de las Casas. Veía ‘Lazos Familiares’, ‘Alf’, ‘Los Magníficos’, ‘Los Duques de Hazzard’, ‘La Familia Ingalls’ y ‘Los Waltons’, entre otros. La televisión, la música, mis amigos y la moda fueron los que me acompañaron en esta etapa tan importante en mi vida. Así que si tiene que hacer algún reclamo por mi desarrollo personal y profesional, hagáselo a mi pasado ochentero.

Año Nuevo...Vida Nueva


"Llega el fin de año, ahora me doy cuenta no ahorramos un peso y nunca hicimos dieta, no conseguí el carro y mucho menos beca. Me fui de la casa, sólo tengo deudas…" Esta canción de Don Tetto resume lo que le pasa a la mayoría de los mortales, que el 31 de diciembre de cada año enumeran una lista de buenos propósitos que cumplirán en el año siguiente, sin éxito alguno. "Año Nuevo, Vida Nueva" es con lo que todos sueñan y, por esta razón, la celebración está llena de deseos, buenas intenciones y agüeros que le permitirán recibir del nuevo año todo lo que usted cree merecer.

Sin embargo, lamento tener que aguarle la fiesta, pero yo no creo que, por obra y arte del Espíritu Santo, sus deseos se hagan realidad. Yo me pregunto ¿por qué el 2011 será su año y no lo han sido ni el 2010, el 2009 o el 2008? ¿Qué le garantiza que, en el 2011, conseguirá un mejor empleo, más salud, amor y prosperidad?

¿Será que con ropa interior amarilla usted atraerá a una persona del sexo opuesto? También cree que darle un beso a esa persona, a las 12 de la noche, es garantía de que conocerá el amor en el nuevo año. Pues no y lo digo categóricamente porque los dos últimos años he acudido a estos métodos con cero resultados. Claro que acabo de leer que la ropa interior se debe poner, primero, al revés, y después de la medianoche, al derecho… ¿será que, por saltarme esos pasos, no me funcionó?

Yo nunca he perdonado las 12 uvas a las 12 de la noche, sin importar la atragantada. En un principio, no anotaba los deseos, así que, por el afán, pedía el mismo deseo como cinco veces. Después, decidí anotarlos y los del año pasado los guardo en mi billetera. Lo más triste es que ninguno se cumplió. Es más, todos me salieron al revés, pedí más trabajo y, en el primer mes del año, lo perdí. Pedí por la salud de un ser querido, que ya no está con nosotros. También por mi salud y, en promedio, estuve enferma como seis meses del año, pero bueno, aún sigo vivita y dando lora. Lo que no sé es si estas desventuras son consecuencia de que el 1 de enero dichas uvas fueron expulsadas, por culpa de una gastroenteritis viral.

Lo del baño con champaña, para acabar con la mala suerte, no lo he hecho porque la única copa que me ofrecen anualmente, no alcanza para bañarme. Tampoco salgo a darle una vuelta a la manzana con la maleta. Lo hice cuando chiquita, en el parque aledaño a mi casa, y lo más lejos que llegué fue a Suba, donde quedaba mi colegio. El año pasado no salí y éste no viajé. El 31 no tengo programado salir y en enero me voy a Cartagena. ¿Qué tal que se me dañe el viaje por no dar esa vuelta? Amanecerá y veremos.

Julio Mario Santodomingo come lentejas a las 12 de la noche y, se supone, que esa comida es la que le trae prosperidad todo el año. Don Julio Mario no sólo es próspero, sino millonario. Por esta razón, un 31 quisimos seguir sus pasos, pero más allá de la indigestión de las lentejas, combinadas con el pavo y la ensalada de papa que habíamos comido con antelación, no conseguimos ni un cuarto de su fortuna.

También he recibido el año subida en una silla para que todos los males del Año Viejo pasen por debajo y no toquen el nuevo. No sé si funcionó o no, porque no recuerdo los males del año anterior, ni tampoco los del nuevo, de hecho no me acuerdo de nada, quizás por el mal del alzheimer precoz.

Lo que nunca me he atrevido a hacer es guardar debajo de mi cama tres papas: la pelada, medio pelada y sin pelar, para sacar, sin mirar, después una de ellas, que representará la situación económica del año venidero. ¿Y si saco la pelada? Es mejor dejar así. De lo que sí estoy segura es que quien quiere ser modelo debe comer zanahoria y tomate el 31 de diciembre, y los 365 días del año restantes.

Estos son, entre otros, los agüeros más comunes. Pero el 31 de diciembre también es un día de propósitos. Hacer dieta, ejercicio, dejar de fumar, conseguir un mejor trabajo, volver a estudiar, formar una familia, ser feliz, próspero, volverse más espiritual y llenarse de energía positiva, son el denominador común de dichas intenciones.

El problema es que quien va a hacer dieta, sucumbe ante el primer postre que se le aparece en frente. El que deja de fumar sólo lo logra hasta que se inventa la disculpa perfecta para recaer en el vicio. De otra parte, los gimnasios se enriquecen durante el primer mes del año con quienes dicen que van a hacer ejercicio y pagan un año de inscripción, pero la cuerda se les acaba a los 15 días, con el argumento de que carecen de tiempo para realizar cualquier tipo de actividad física. La espiritualidad culmina cuando la vida mundana los llama, y la energía positiva les dura sólo la primera semana de enero y la pierden la segunda, cuando el caos de la ciudad retome su curso.

No niego que todos los seres humanos tenemos buenas intenciones, aunque dilapidadas, porque no basta con desearlas para materializarlas. Pero bueno, no quiero dañarle más la fiesta del 31 y le cuento que el que persevera, alcanza y, a pesar de lo ocurrido durante este año, volveré a escribir mis 12 deseos y a realizar los agüeros respectivos. Lo cierto es que disfrutaré al máximo el 2011, porque el 2012 está a la vuelta de la esquina.

Como ariana, confiaré en la buena energía que me traerá Plutón en tránsito por la Casa Décima. Además, la carta astral dice que éste sí será mi año y, aunque no diré Año Nuevo, Vida Nueva...como bogotana, me conformo con decir Año Nuevo, Alcalde Nuevo. ¡Feliz 2011!